martes, 10 de diciembre de 2013

ÚLTIMA NAVIDAD CON ESTHER



                           







Hace un año, tan solo uno, que nos  reunimos para hacer pollo trufado en tu casa. Queríamos dar una sorpresa a nuestra familia en Nochebuena. Recuerdo que habías comprado un pollo de corral y unas trufas fantásticas. Yo llevaba un pollastre corriente y trufas de bote. Nos reímos sacando la piel al pollo, extendiendo carne picada y oliendo a Navidad. José Manuel adornaba la casa  y Analía planchaba. Eran una Navidad más, una de las mil Navidades que todavía nos quedaban por pasar. “El año que viene no nos metemos en esta”, decías, y yo cosía la piel del pollo jurando en arameo.
Los Reyes os trajeron un viaje a Berlín y me llamaste para ver si os acompañábamos.
“Date prisa, que si no os quitan el vuelo”, me dijiste. Lo logramos. Ya solo necesitábamos reunirnos para hacer planes. Llenábamos la mesa de panfletos sobre Berlín y organizábamos el itinerario. Subrayábamos lugares cuyos nombres estaba llenos de consonantes, impronunciables. “Si compramos la tarifa semanal nos ahorramos una pasta”, decías mientras acompañábamos con jamoncito y queso nuestros descubrimientos.
Eran tardes de sábado, tardes para disfrutar organizando, tardes de amigos, de ilusiones y proyectos.
Nos tuvimos que marchar solos.
Tú estabas enferma y yo fui dejando una vela encendida en cada una de las iglesias que nos encontrábamos, eran iglesias para creer, para tener fe. Y mi fe estaba en tu curación. Encendí velas para que repitiéramos el viaje con vosotros, para repetir las visitas, para enseñaros lo ya visto. A veces te llamaba solo para contártelo, porque sin vosotros nada era igual.
Hoy me he despedido de ti, Esther. Estabas rodeada de flores que habían enviado tus amigos, tus compañeros, tu familia, los que te quisimos. 
Hoy he puesto cara a muchas personas de las que me habías hablado
Mientras regresaba a casa he recordado el acento circunflejo en el que se convertían tus cejas al reír. Y también las veces que entraba en tu despacho muerta de angustia y salía muerta de risa. Sabías desdramatizar como nadie, imitar como nadie, sacar punta a las penas, expandir el aire cuando se viciaba.
Eras fuerte, pero sobretodo, eras mi amiga.
Me han dicho que tu hija te leyó un trozo de mi última novela y me gustaría pensar que fue el fragmento dedicado a la amistad. Porque es para ti, porque te lo dedico con toda mi alma.
La amistad crece igual que las plantas, lentamente, sin ninguna prisa. Se echan unas semillitas de respeto, dos o tres gotas de risas, algún apretón de manos para felicitar por los logros. Se cubre con paciencia. Se abona con perdones, se riega con palmadas en la espalda, y cuando está a punto de salir se le pueden hacer confidencias sin ningún miedo, porque lo más seguro es que ya haya florecido y mantenga nuestros secretos como si fueran suyos.”



5 comentarios:

Unknown dijo...

ROMEU, el mejor homenaje.

carmen dijo...

Gracias, Angela.
Solo tenemos el ahora y al cantidad de veces que lo olvidamos.
Un beso muy fuerte por estar conmigo.

Unknown dijo...

Tú, Carmen, recordarás el acento circunflejo de sus cejas al reír, yo, en cambio, recordaré para siempre su sonrisa, la dulzura de su sonrisa cuando era calmada y sus ganas de reír, que eran el mejor reflejo de sus ganas de vivir, cuando se reía con todas sus ganas y sus ojos se achinaban como consecuencia de esa risa. También recordaré para mi pesar sus peores momentos cuando ya era consciente de las malas noticias de sus pruebas. Mis peores días con ella, no sabía cómo proceder. La miraba de reojo desde mi mesa y no sé que me producía más desasosiego si tomar consciencia de que estaba metida en internet informándose e informándose de cosas terribles, o si descubrirla con la mirada baja, ausente, con sus pensamientos Dios sabe dónde. En esos momentos no sabía qué hacer si darle conversación para sacarla de su angustia o ensimismamiento o si dejarla estar en paz con su yo más íntimo, con esos momentos en los que por una decima de segundo salimos de nuestro cuerpo y nuestra mente entra en una "comunión perfecta y maravillosa con el Universo, con el principio y fin de todas las cosas". Temía pecar por exceso o pecar por defecto: hablar o callar. Y un día (alguna ya lo sabéis porque os lo he contado) decidí hacer una cosa, te dije: "Esther ponte de pie porque quiero abrazarte, necesito abrazarte y espero que no te molestes por ello". Te pusiste de pie y te abracé y en aquél momento un nudo se me hizo en la garganta. Pedí a Dios que permitiera que ese abrazo pudiera repetirse "de júbilo" porque hubieras vencido la enfermedad tan terrible que te acechaba pero mi petición no ha sido escuchada. Ahora sólo puedo decirte, allí donde estés, que esa "tu sonrisa dulce" de la que he hablado siempre permanecerá viva en mi recuerdo.

Unknown dijo...

como siempre aciertas y emocionas con lo que escribes. Un abrazo Carmina

carmen dijo...

Gracia, Chelo, porque también la conocías y la querías. Ver su mesa vacía debe ser muy doloroso.
Un abrazo muy fuerte.
Y gracias, Carmina, porque aunque no la conocieras, estás conmigo y me consuelas. Así comienza la amistad, lentamente, con pequeños toquecitos de ánimo en los malos momentos. Besazo.