imagen: Rafal Olbinski
El
viernes tuve que recoger un paquete en casa de Soli, la vecina del cuarto izquierda.
Dice que de joven se parecía mucho a
Brigitte Bardot y para que nadie lo dude ha llenado la casa de fotos de la
artista francesa. Algunas son mundialmente conocidas aunque ella asegura que
son de su adolescencia y juventud. Una es del cartel de la película “Y Dios
creó a la mujer“ pero no se lo digo porque no hay ninguna necesidad de
desairarla. Tiene un hijo que se desnuda
y duerme en el descansillo cuando regresa borracho. Me lo ha contado el del
octavo centro, que acudió a una reunión
de la comunidad en la que se trató el tema. Pero eso sí, con la deferencia que
se tratan todos los temas en mi comunidad, echando pelillos a la mar. Al hijo
parece que le gustan el vino y las mujeres y ese es el motivo de que pida sexo
a la primera vecina que encuentre en el ascensor cuando ha tomado una copa de
más. Dice que no lo puede evitar.
La
madre, viendo que ya era agresivo desde la niñez, lo apuntó a karate y ahora sus
golpes son certeros. Los vecinos se quejan pero perdonan. El caso es que entre que
nuestro portero falsifica cheques, nuestro vecino se desnuda porque le gustan
el vino y las mujeres, el del noveno aporrea el piano con una sola mano porque
tuvo un profesor manco, la comunidad es laxa y Soli, Brigitte Bardot, da mucho
miedo entrar en mi portal sin protección. Ya ni siquiera los ladrones se
avienen a robarnos.
El
problema es que cuando llegué a casa de Soli para recoger el paquete, la
encontré de los nervios, me dijo que llevaba tres noches sin dormir, que ya no
le hacían efecto los hipnóticos, ni las Valerianas, ni las broncas del hijo. Me
explicó que desde las elecciones autonómicas y municipales duerme con un cutter
debajo la almohada por si entran los de
Podemos o los de Ciudadanos y la decapitan. Me lo dijo mirándome fijamente con esos
ojos saltones que ella tiene. Luego elevó una mano y se la pasó por el cuello
muy lentamente. La verdad es que representa con mucho dramatismo. “Que no,
mujer. ¿Quién te va acortar el cuello a
ti y por qué?”
“¿Tu
crees que no pasará nada con todo este batiburrillo de las elecciones?”, me
pregunta bajando la voz como si Monedero le hubiese llenado la casa de
micrófonos. “Aquí va a ocurrir como en la revolución francesa, que nos
guillotinarán a todos.”
No sé
cómo recoger el paquete y salir corriendo pero se coloca delante de la puerta.
Dice que tiene gusto en invitarme a una cerveza para hablar de la guerra, de la
situación de España, de los principios del Movimiento Nacional y de las restantes
leyes fundamentales. Tengo prisa, Soli, le explico. “Nos van a quitar la casa”,
insiste, y vuelve a pasarse la mano por el cuello. “Y si no, nos meten a vivir
a otra familia, ya lo verás” Le ha entrado complejo de doctor Zhivago mezclado
con el síndrome Robespierre y no vive. Miro la entrada abarrotada de fotos de
Brigitte Bardot y le digo que no cabe en su casa ni un alfiler, que ni siquiera
Errejón soportaría tamaño abigarramiento. “¿Y la plata?” “Menos, ya no se
lleva, se pone negra enseguida.” “A mi abuelo le quitaron la casa y los
mantones de Manila.”, me explica cerrando los ojos y guardándolos un ratito tras
los párpados para mi sosiego. Le expongo
que en todo caso deberían tener miedo todos aquellos que tengan algo que
ocultar, que ojala se levanten las alfombras y salga toda la corrupción que ha
habido en esta país, pero que no tenga cuidado, que las fotos no suelen
confiscarlas, que en eso son muy comedidos. Suspira. Aprovecho su congoja para
recoger el paquete y salir corriendo. Menos mal que el hijo no ha llegado
todavía y el descansillo está solitario y en penumbra. A lo lejos escucho un
jadeo y una mano me agarra del hombro. “Vente una tarde y hablamos”
Se
lo prometo y bajo los escalones de dos en dos. En la lejanía aún escuchó su
voz. “¿Crees que me quitaran las mantillas
de encaje y el vestido de manola?” Pero ya no le contesto, el corazón me va a
tope y temo que la que no va a volver a pegar ojo a partir de ahora soy yo.
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