Esto
de las elecciones municipales y autonómicas me aclara muchísimo las ideas. Me
refiero a que me confirman que desde la primera persona del singular no se ve “tres
en un burro”.

Las
elecciones generales están al caer, nos la jugamos todos, y sin embargo se
suceden sin cesar las actitudes chulescas por una y otra parte. No sé si se habrán
dado cuenta nuestro políticos de que hay una gran mayoría de ciudadanos que
inclinan la balanza a uno u otro lado dependiendo del comportamiento.
Los
hay acérrimos del PP, del PSOE, o de lo que sea, como los hay del Real
Madrid del Barcelona o del Sporting de
Gijón, pero si la balanza se mueve no hay que ser muy listo para darse cuenta de
que los que la mueven no son los viscerales de uno u otro bando. De ser así no
hubiéramos cambiado de rumbo desde el 78. Los que deciden son los que, aún
teniendo unas u otras ideas, no odian ni a la derecha ni a la izquierda, los que
votan según la gestión realizada, con objetividad. Son esos votantes que no
perdonan el incumplimiento de promesas, ni la corrupción, ni la pasividad a la
hora de emprender reformas para evitar fechorías, puertas giratorias, chalaneos.
Que no olvidan a los que tuvieron en su mano cambiar las leyes y no lo
hicieron. Tampoco olvidan a los que se conchabaron para mantener las cosas como
estaban y seguir con el “si tu no dices yo me callo”.
El
pueblo se concentró en la Puerta del Sol pidiendo el cambio. Se ilusionaron los
de izquierdas y los de derechas, porque no se podía más.
Y
que se enteren de una vez los implicados que el pueblo no perdona que le llamen
perroflauta, que desprecien sus deseos con insultos, pero tampoco perdona a los que reivindican con
mochila y dinamita, ni a las que se desnudan en una iglesia para pedir laicidad
en las universidades, porque de viscerales estamos también hartos, porque el
respeto para no llamar perroflauta es similar al de no desnudarse ante símbolos
o lugares de culto, defender posturas de forma agresiva. Que el presidente del
gobierno se pase la vida dando largas a los ciudadanos, que diga sonriente que
hablará cuando le plazca, nos hace sentir a los votantes como alumnos a la
puerta del profesor, esperando dos horas a que nos reciba porque no nos
merecemos más.
Con
insultos y vejaciones puede que consigan enardecer a sus fieles electores, pero
no a esos a los que se tienen que ganar.
Lo
que necesitan es ilusionar al máximo de ciudadanos posibles con humildad, y el
respeto es para todos, para la derecha y para la izquierda, para los símbolos
que nos gustan y para los que no.
La masa
que va a cambiar el espectro político no acepta el desprecio, ni la zafiedad,
ni el odio, ni la prepotencia.
Hay
una masa silenciosa y responsable que sabe lo que quieren y lo elegirán. Peor
para los que no sean consciente de eso. No es el voto del miedo, es el de la
sabiduría. Y yo confío en mi pueblo.
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