viernes, 11 de marzo de 2016

¿POR QUÉ LEER?







Estoy visitando colegios para realizar encuentros escritor/lector. Al principio me producía angustia. Sé que los niños tiene mucha energía y que dicen la verdad. Menudo problema. Cómo consigo que me escuchen y cómo asumo que les resulte una pesadez mi charla y me lo demuestren con su actitud.
Procuro no pensarlo y me lanzo a convencerles de que leer supone una aventura apasionante. Ellos me miran condescendientes, con sus juegos de ordenador esperándoles en casa, con sus películas grabadas en la tele, en la tablet, en el móvil de sus padres o suyos. Me escuchan desde  su mundo mecánico y redondo.  Y yo, cual guerrero incombustible, les hablo de la imaginación, de la fantasía, del hemisferio derecho del cerebro.  Les leo unos párrafos de mi libro y les pregunto si han imaginado la escena que acabo de describir, ¿Cómo era la chica? ¿Tenía el pelo rubio o pelirrojo? ¿Era menuda o corpulenta? ¿Tenía una bonita sonrisa? ¿Cómo entraban los rayos de colores en la habitación? ¿Por la derecha o por la izquierda? ¿qué objeto ha caído en primer lugar?
Todo lo han estado creando en su mente.
Sois vosotros los creadores de ese mundo que unos cuantos signos ponen ante vuestro ojos. Y cada día, igual que al correr cogéis fuerza en las piernas y en el corazón para poder hacer un deporte, cada vez que imagináis a una chica, unos rayos entrando por una ventana o un ladrón intentando abrir la puerta de una vivienda, estáis dando fuerza a ese lado derecho de vuestro cerebro; el creador, el que algún día logrará algo nuevo de la nada, el que nos hace avanzar. Podréis inventar, no ya la penicilina, porque la inventó otro, sino miles de cosas que ayudará a la humanidad. Si sois porteros de futbol, vuestro lado derecho del cerebro desarrollado, tendrá una idea genial en el último momento y parareis el gol. Si sois científicos, ese lado derecho os pondrá sobre la pista de los pasos a seguir, os hará ir un poco más allá de lo ya inventado. Si tocáis el piano, si pintáis si escribís… Cualquier actividad que hagáis, estará apoyada por ese entrenamiento que hoy comenzáis con la lectura y la visualización”.
Ellos me miran un poco asustados. ¿Y tengo que leer un signo tras otro para poder avanzar? Parecen querer preguntarme. Sí, le digo, porque al principio os costará un poquito, luego menos, y luego… Luego ya no podréis dejarlo. Hasta que llegará un día que viviréis en otros cuerpos, comprenderéis otras formas de ser y de actuar, y las respetareis. Se quedan callados y pregunto si alguno de ellos ya ha escrito algo. Una niña levanta la mano. ¿Qué has escrito? Una novela, me dice. Madre mía ¿y de qué va? La niña sonríe y me cuenta que de unos hermanos que cambian de padres. Me quedo callada y ella continua. Me la está ilustrando mi amigo Jacobo. Jacobo levanta la mano. ¿Acaba bien?, les pregunto.
Todavía no lo sabemos, me explica un poco triste.
Escribimos sobre lo que somos, sobre lo que conocemos, lo que tenemos y tememos. Pienso en el dolor de los niños cuando se tiene que dividir con los padres. Espero que los padres sean conscientes de ese dolor y sepan cobijar a sus hijos en sus angustias. No es fácil la convivencia, es inevitable en ocasiones la escisión, pero la madurez nos obliga a que el dolor que se desprende de nuestra  decisión nunca llegue a dejar marcados a nuestros hijos, los que empiezan con ilusión a vivir.

Cuando lo termines te encontrarás mucho mejor, le digo. Ella asiente. No dejéis de leer, y de escribir, y de imaginar, porque en el texto encontrareis la solución a todos los problemas y os parecerán mucho menos serios que antes de escribirlos, les digo. Luego les dedico los ejemplares. Y mientras, pienso que amo tanto la lectura y la escritura, que a lo mejor he logrado convencer a alguno, y con eso, solo con alguno, ya me conformo. “Para que nunca dejes de imaginar”, escribo. Ellos me dan las gracias y yo regreso a casa mucho más joven, casi una niña, y dispuesta a comenzar un nuevo libro de aventuras, de piratas, de espías, o quizá de niños con varios padres que los quieren muchísimo.

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