Estoy
visitando colegios para realizar encuentros escritor/lector. Al principio me
producía angustia. Sé que los niños tiene mucha energía y que dicen la verdad. Menudo
problema. Cómo consigo que me escuchen y cómo asumo que les resulte una pesadez
mi charla y me lo demuestren con su actitud.
Procuro
no pensarlo y me lanzo a convencerles de que leer supone una aventura
apasionante. Ellos me miran condescendientes, con sus juegos de ordenador esperándoles
en casa, con sus películas grabadas en la tele, en la tablet, en el móvil de
sus padres o suyos. Me escuchan desde su
mundo mecánico y redondo. Y yo, cual
guerrero incombustible, les hablo de la imaginación, de la fantasía, del hemisferio
derecho del cerebro. Les leo unos
párrafos de mi libro y les pregunto si han imaginado la escena que acabo de
describir, ¿Cómo era la chica? ¿Tenía el pelo rubio o pelirrojo? ¿Era menuda o
corpulenta? ¿Tenía una bonita sonrisa? ¿Cómo entraban los rayos de colores en
la habitación? ¿Por la derecha o por la izquierda? ¿qué objeto ha caído en
primer lugar?
Todo
lo han estado creando en su mente.
Sois
vosotros los creadores de ese mundo que unos cuantos signos ponen ante vuestro
ojos. Y cada día, igual que al correr cogéis fuerza en las piernas y en el
corazón para poder hacer un deporte, cada vez que imagináis a una chica, unos
rayos entrando por una ventana o un ladrón intentando abrir la puerta de una
vivienda, estáis dando fuerza a ese lado derecho de vuestro cerebro; el
creador, el que algún día logrará algo nuevo de la nada, el que nos hace
avanzar. Podréis inventar, no ya la penicilina, porque la inventó otro, sino
miles de cosas que ayudará a la humanidad. Si sois porteros de futbol, vuestro
lado derecho del cerebro desarrollado, tendrá una idea genial en el último
momento y parareis el gol. Si sois científicos, ese lado derecho os pondrá
sobre la pista de los pasos a seguir, os hará ir un poco más allá de lo ya
inventado. Si tocáis el piano, si pintáis si escribís… Cualquier actividad que
hagáis, estará apoyada por ese entrenamiento que hoy comenzáis con la lectura y
la visualización”.
Ellos
me miran un poco asustados. ¿Y tengo que leer un signo tras otro para poder
avanzar? Parecen querer preguntarme. Sí, le digo, porque al principio os
costará un poquito, luego menos, y luego… Luego ya no podréis dejarlo. Hasta
que llegará un día que viviréis en otros cuerpos, comprenderéis otras formas de
ser y de actuar, y las respetareis. Se quedan callados y pregunto si alguno de
ellos ya ha escrito algo. Una niña levanta la mano. ¿Qué has escrito? Una
novela, me dice. Madre mía ¿y de qué va? La niña sonríe y me cuenta que de unos
hermanos que cambian de padres. Me quedo callada y ella continua. Me la está ilustrando
mi amigo Jacobo. Jacobo levanta la mano. ¿Acaba bien?, les pregunto.
Todavía
no lo sabemos, me explica un poco triste.
Escribimos
sobre lo que somos, sobre lo que conocemos, lo que tenemos y tememos. Pienso en
el dolor de los niños cuando se tiene que dividir con los padres. Espero que
los padres sean conscientes de ese dolor y sepan cobijar a sus hijos en sus
angustias. No es fácil la convivencia, es inevitable en ocasiones la escisión,
pero la madurez nos obliga a que el dolor que se desprende de nuestra decisión nunca llegue a dejar marcados a
nuestros hijos, los que empiezan con ilusión a vivir.
Cuando
lo termines te encontrarás mucho mejor, le digo. Ella asiente. No dejéis de
leer, y de escribir, y de imaginar, porque en el texto encontrareis la solución
a todos los problemas y os parecerán mucho menos serios que antes de
escribirlos, les digo. Luego les dedico los ejemplares. Y mientras, pienso que
amo tanto la lectura y la escritura, que a lo mejor he logrado convencer a
alguno, y con eso, solo con alguno, ya me conformo. “Para que nunca dejes de
imaginar”, escribo. Ellos me dan las gracias y yo regreso a casa mucho más
joven, casi una niña, y dispuesta a comenzar un nuevo libro de aventuras, de
piratas, de espías, o quizá de niños con varios padres que los quieren
muchísimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario