imagen. Chema Madof
Llevo
una semana enferma. No sé si han coincidido las votaciones con una gripe suave
o con un catarro intenso, pero esto no tiene pinta de salir, como no tiene
pinta de salir un gobierno en este país.
Se instaló
en mi cuerpo un frío que no venia más que de algún recóndito lugar de mis
adentros. No sé si me lo contagió algún estornudo en el autobús o fue más
intimo, más, cómo diría yo, inoculado desde cerca. Lo cierto es que no levanto
cabeza. Los virus se esmeran en atacar mis articulaciones, mis huesos y mi
entendimiento. Como hace mucho que no la padezco, resulta que el último
termómetro que usé era de mercurio, sencillísimo. Lo ponías debajo del brazo y
el mercurio hacía su trabajo. Ahora lo que se lleva es un artilugio al que
aprietas un botón y, al ser digital, no hay quién lo entienda. Primero sale “Lo”,
luego pita, luego te lo pones en la axila y no pasa nada. Cuando estás hasta el
moño de no saber qué hacer, lo sacas y pone 97,30 ( a lo mejor se refiere a
grados farenheim). En cualquier caso en mi tierra es: “articulo mortis”. Así que me entra un frío horroroso, me pongo una
manta eléctrica y me acuesto mientras alguien me deja la tele encendida, un
poco suave, pero encendida. Me desconcierto porque da como resultado un estar durmiendo
y al mismo tiempo en el congreso de los diputados. Uno de esos desdoblamientos
que contempla la física cuántica.
Duermo un montón de horas, tantas que ya no sé
si es de día o de noche.
Tampoco
tengo muy claro si esas sabanas alborotadas en el lado izquierdo de mi cama son
porque ha dormido Pablo Iglesias y se ha liado a darme besos de tornillo o se
los ha dado a uno de “En Comú Podem”. Abro un ojo febril y veo a Rajoy con esa
ironía que gusta tanto a los suyos, y que yo la encuentro de película antigua. Habla
del “Pacto de los Toros de Guisando” y a los suyos les hace una gracia
tremenda. Prometo que en cuanto me espabile, analizaré el sarcasmo en plenas
facultades mentales para ver si yo también me troncho como los del PP. Necesito
tanto el ánimo. Me vuelvo a dormir y
sueño con Rivera, Pablo Iglesias le llama Maquiavelo, Borgia y miles de cosas
más. Me entra la indignación, pero mi garganta escuece cada vez más y decido
tragármela, me refiero la indignación, claro.
Yo a
ese chico, ya ves tú, lo comprendo
perfectamente “Con que no metan la mano
en la caja y no desmiembren el Estado,
lo demás lo pacta todo”. Pues lo mismo que haría yo que soy de buen conformar.
En
el duermevela que me encuentro, veo o sueño, que se levanta uno de Esquerra
Republicana de Cataluña y dice que se marcha de España, que declara la
Republica Independiente porque sí, y que
si alguien tiene lo que hay que tener, que saque los tanques a la calle o le
envíe a la policía, que vendrán los europeos a sacarle. Toso para ver si con
suerte lo contagio a través de ondas electromagnéticas. Mi tos ya no es solo perruna sino que le salen tintes lobeznos.
No sé si es la fiebre o que el hombre ha tomado el congreso cual Tejero sin
tricornio. Me despierto del todo, incluso subo el volumen. Nadie se altera, es
una falsa alarma o una de tantas chulería que escuchamos últimamente. Dice que
se queda con la Hacienda, la Educación,
los Pujol, y creo que algo más, pero como no puedo mantener la atención, pienso
que con su pan se lo coma y me dejo llevar a la nube de donde salí, mientras él
se mantiene en su arrebato.
No
sé cuánto he dormido ni siquiera si lo he hecho, cuando veo salir a Pablo
Iglesias en plan dicharachero, como si todo este lío de poderes no fuese con
él. “Yo he venido aquí a fumarme un puro”, parece querer decir, “porque vuestro
país vuestras leyes y vuestro mundo, me da mucha risa, tanta que si me dais
unas pelotas os hago juegos malabares como si estuviésemos en un semáforo”. Debe
ser por eso que se toma a pitorreo las cortes, los electores, al presidente y
al pueblo entero. El hombre es de todo menos sencillo. De nuevo vuelvo a
dormirme y escucho palabras sueltas que no sé si están en mi sueño o en el
congreso.
A lo
mejor es que me ha subido la fiebre porque todo me trae al fresco, como a Iglesias,
si los españoles se quedan sin gobierno, sin viviendas, con los desahucios, con
copago, arruinados… Oye, qué más da, con lo gracioso que está el chico, no se
va a poder a hacer un esfuerzo para que salga un gobierno en condiciones.
En
la bancada de los independentistas se levantan unos cuantos para quejarse del
trato vejatorio que, según ellos, les ha dado el presidente de la cámara. Hacen
gestos ostentosos para que todos sepamos que ellos son muy suyos y si no se les
escucha se marchan. Me despierto del todo, a pesar del dolor de cabeza. Pienso
que estoy ante un hecho histórico e imagino el titular de todos los periódicos
nacionales e internacionales. “Los independentistas pierden su independencia
por marcharse del Congreso y abstenerse a favor de Rivera” Me baja dos grados
la fiebre. Pero en cuanto se dan cuenta de la que podían liar, silban, regresan
a sus escaños y yo a mi demoledor sueñecito. Me derrumbo en la almohada y entro
de nuevo en el desconcierto. El termómetro vuelve a sonar . Tengo ya 98,45 de
fiebre pero todavía sigo tan viva y con tanto malestar como los de Esquerra en
sus escaños.
De
pronto todos le han cogido el tranquillo al presidente de la cámara, que como
es novato, se aprovechan. Él corta el micrófono y solo se ve a parlamentarios
gesticular indignados. Nada cambia. Los huesos todavía no me duelen demasiado, por lo que
fantaseo con poder ver otro canal aunque la peli sea vintage, pero es imposible
porque todas las cadenas nos sacan el parlamento lleno de parlamentarios gesticulando
“a cámara muda”, incapaces de llegar a un acuerdo.
Los
egos se les salen por la chimenea, se montan a la grupa de los leones y
capitanean a sus anchas por la Carrera de San Gerónimo.
Algo
así es más que un virus que viene de algún lugar de nuestra idiosincrasia, o
sea de nuestros adentros. No sé si nos lo contagió algún estornudo en el
autobús o fue más intimo, más, cómo diría yo, inoculado desde cerca. Lo cierto
es que no levantamos cabeza.
Todos
esos comentarios hirientes, desafortunados, esas miserables palabras con las
que se han enfrentado en el congreso, no salen del fondo de los virus sino del
fondo de nuestro odio alimentado día a día. Aunque para qué negarlo, a lo mejor
lo he soñado todo. Llevo una semana enferma y quizá, cuando ceda la fiebre,
descubra que todo ha sido un sueño y mañana empieza la investidura en plan
serio y responsable.
Sería
tan esperanzador.
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