lunes, 19 de septiembre de 2016

LA TORRE DE BABEL Y LOS PERROS EN LA PLAYA


 
 
 
 
 
He descubierto que lo que pasó en la torre de Babel no fue un no entenderse porque algunos se pusieran a hablar en arameo y otros en inglés. No fue que en plena construcción uno le pidiese a otro una sierra y al ver que le entregaba un martillo se liaran a mamporros, ni que ese fuera el motivo de que nunca llegaran a terminarla. No, lo de la torre de Babel fue una metáfora de la existencia humana.  Lo descubrí, fíjate tú por dónde, ayer, en la calita que hay debajo de mi casa. Fue nada más soltar la toalla, un perro se sacudió el agua de su plácido baño y me dejó empapada. Ya no es que estén prohibidos los perros en la playa, que lo están,  es que la dueña ni se dignó a mirarme a la cara para pedirme disculpas. Luego, a ritmo lento pero seguro, fueron llegando más perros y más amas. Los perros eran la mar de  monos y la mar de traviesos, las amas la mar de maleducadas y sin ningún control sobre sus mascotas.  Los perritos, felices, se tiraban a los hombros de los niños que estaban en la orilla, hacían sus necesidades en las toallas de los bañistas, y aunque los niños se asustaron, las dueñas de los perros ni se les ocurrió darles un grito o acercarse para evitarlo. El ambiente de la calita cada vez se iba cargando más de furibundos bañistas, padres de niños, señoras empapadas y defensores  de la legalidad vigente, mientras las dueñas sacaban las uñas, no contra sus perritos sino contra los bañistas.

 A mí, la verdad, los perros no me disgustan, incluso acudo con  mis nietos a la playa de perros a bañarnos cuando me lo piden, pero me molesta que los dueños no cumplan las normas, no los tengan controlados, se te envalentonen si los miras mal, y la monten porque les llames la atención.

Me hallaba yo hablando con una de las vecinas que unos momentos antes les había afeado su comportamiento y se me encaró una de las  dueñas. “Señora, qué pena”, me dijo así, como muy contrita. “Usted se enfada porque hay perros en la playa, y sin embargo se va a meter en el agua llena de crema que mata a los peces”. La miré largamente y decidí que ante argumento de tan enorme calado lo mejor iba a ser no contestar,  meterme en el agua y relajar mi furia asesinando a un chipirón, dos sardinas y algún alga en edad de merecer.

La torre de Babel todavía existe y, quizá por eso, lo mejor es hacerte la loca cuando alguien te pide una sierra porque a lo mejor se refiere a un martillo y la liamos.

Ese es el problema del país, del parlamento, de las elecciones y de todo lo que nos rodea, que estamos en plena torre de Babel, que nunca construiremos nada y que no queremos reconocerlo.

2 comentarios:

Paco dijo...

Me gustan casi todos los animales, casi todos excepto los dueños, dueñas, de perros que no cumplen las normas y que además te suelen mirar desafiantes para prevenir que les llames la atención. Ultimamente tengo la impresión de que se están envalentonando con todo esto del maltrato animal. Especialmente Valencia, está intransitable por culpa de los restos que van dejando los chuchos, que hacen sus necesidades donde los animales de sus dueños les permiten o incluso fomentan. Menos mal que ahora hay un nuevo movimiento que propugna el no quejarse asegurando que así seremos mas felices.

carmen dijo...

Es que no tenemos término medio. Lo peor son los argumentos pueriles y fanáticos que tenemos que escuchar. En fin, Paco, ya somos dos.