Mi
amiga Mercedes me ha regalado un libro. Ella sabe que me gusta leer, lo que no
sabía es que su percepción sobre mí estuviese tan alejada de la mía. Yo me veo como fortalecida por los avatares
de la vida, emprendedora, recia... Yo qué sé: hasta que he abierto el regalo me
sentía como un “todo terreno”, pero ella no debe verme así porque el libro se
titula “No te ahogues en un vaso de agua”. Esperaba un bolso, un pañuelo, un
libro quizá, pero lo del vaso de agua, como si fuese una histérica, la verdad,
me ha dolido. Ella dice que lo debo abrir por la mitad, o por en medio, o por
donde salga. Dice que una vez leído el capitulo, medite durante todo ese día
sobre el tema. Dice que lo debo leer muy despacio y saboreando cada palabra
¿Cómo una máxima de autoayuda? le he preguntado. Pero se ha encogido de hombros
y se ha marchado.
Lo
he mirado varias veces sin decidirme a abrirlo, hasta que por fin lo he hecho,
y lo he hecho a boleo, como esas que se dedican a echar las cartas del tarot. A
ver por dónde sale el destino. Y me ha salido nada menos que un capítulo que se
titulaba: “Imagínate que asistes a tu propio funeral” Oye, una cosa desalentadora.
Dice que cuando vas a morir y echas la vista atrás, te gustaría no haber dado
importancia a determinadas cosas y sí a otras. De Perogrullo, vamos. Pero ya
que me tocaba pensar en eso durante todo el día, no iba a ponerme tiquismiquis.
Te gustaría haberte preocupado menos por
cosas que, vistas desde la perspectiva de la muerte, no parecen importantes.
En esas estaba cuando han llamado a la puerta. Era una multa de tráfico “si la
paga pronto le descontamos...” He imaginado la multa que iban a tener que pagar
otros y he respirado tranquila. Al principio me ha parecido una buena terapia,
pero de pronto se me ha ocurrido hacer una lista con los que no iban a acudir a
mi funeral porque les da “yuyu” la muerte, y eso ya no me ha sentado tan bien. Pues
yo sí hubiese ido al suyo, ves tú, he pensado. Luego he imaginado a mi vecina con
esa sonrisa con la que lo dice todo, delante de mi cuerpo presente, y me he
enfurecido otro poco. He supuesto también que el portero no se iba a llevar la
basura esa noche, porque con el trajín de mi entierro, se les iba a olvidar sacarla
a la hora precisa, y él es muy suyo con los horarios. He llamado a mi hermano para
contarle mis desasosiegos y no me ha respondido, ni siquiera me ha devuelto la
llamada. He dado por hecho que haría lo mismo cuando le comunicaran el óbito, y
he decidido desheredarle. Se acercaban las doce de la noche, estaba furiosa y apuntando
en un cuaderno los que fallarían a mi entierro, los que se harían los locos, los
que reiría o descolgarían el teléfono. Eran ya las doce, cuando he podido dejar
de meditar sobre mi muerte, pero estaba de un humor de perros .
Mira
que pensar Mercedes que me ahogo por nimiedades. Como se nota lo poco que me
conoce.
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