He
empezado a releer “1984”, de George Orwel. Ya solo el capitulo que trata de la
sesión de odio, me hace reconocer lo que estamos viviendo, quizá lo que se ha
vivido siempre; un odio global, que incluye a una determinada comunidad, grupo,
país. No es nuevo, ya Nerón sabía qué hacer con el odio y como distribuirlo
sabiamente. Introducir en el cerebro algo para justificar la agresión, para
deshumanizar al otro, para desvirtuar y dar carta blanca, para sacar lo peor de
nuestros instintos. Y lo he vuelto a leer porque continuamente me están
llegando vídeos que inducen al odio, al odio a los musulmanes, a los
religiosos, a los vascos, a los catalanes, a los militares, a los policías, a
las víctimas, a los de izquierdas y a los de derechas, a los latinos o a los sudafricanos.
Un horror globalizado. “Se te nota que eres un facha”, dice uno a otro en twitter.
“Mataría a tal o cual persona”, “ojala muriese por ser de este o del otro lado”.
¡Tan
triste!
Ayer
estuve dando una charla sobre la novela: “Atrapados en las leyendas de Madrid”
en un colegio de Coslada, me avisaron de que eran niños de muy diferentes países
o etnias, y de que no todos conocían Madrid, ni sus tradiciones, ni sus
gobernantes, ni siquiera la historia de la ciudad. Era un colegio público al
que acudían niños en su mayoría de bajo poder adquisitivo, y que tuvo el
colegio que hacerse cargo de la compra de ejemplares para poder permitir a
todos leerlo y participar en un recorrido por Madrid y su historia.
Lo
primero que me llamó la atención fue el alto grado de implicación de sus
profesores y, como consecuencia de ello, el interés de los niños, sus
preguntas, su respeto al escuchar. Les hablé de la lectura, de que necesitaban
leer mucho para que nadie los manipulara, para que nadie globalizara a un
colectivo con la intención de asignarle algo degradante. Les hablé de lo
importante que era leer para poder pensar por sí mismos, para respetar al otro,
sus ideas, sus tradiciones y sus valores, para no dejarse llevar como un
mamarracho por aquellos que se mofan de lo que no les gusta.
Pero
cuando regresé a casa pensé que quizá no sea suficiente leer y estudiar, porque
las consignas que nos transmiten algunos profesores universitarios, que se
suponen cultos, son las del odio globalizado, como ocurrió con los alemanes en
la segunda guerra mundial. Y si no es la cultura, si no se logra el respeto y
la individualización leyendo, ¿qué nos queda? ¿acaso los insultos en las redes
sociales? ¿Acaso el vídeo de unos musulmanes agrediendo como si fueran todos
iguales? ¿la entrada en una iglesia medio desnudos para ridiculizar unas
creencias? Imaginé el miedo que sentiría yo si perteneciese a una cultura contra
la que se ensañan, el miedo de un niño que se sabe señalado por ser de este o
aquel grupo. Un colegio con niños de muchas creencias, de muchos países, que en
algún momento de su vida podrían ser
hostigados sin ningún motivo, solo por la cultura a la que pertenecen ellos o
sus padres.
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