Hay
universidades que se lían más que las patas de un romano. La universidad de
Australia, sin ir más lejos, ha hecho un concienzudo estudio sobre la gente que
se hace cosquillas a sí mismo. Oye, y tan contentos. Supongo que después del
trabajo de enjundia encomendado y resuelto por los investigadores, les habrán
dado un mes de vacaciones, como poco. Lo de avanzar en el diagnostico y
curación del cáncer, de la reconstrucción de órganos, de la mitigación del
dolor... En fin, que el dinero no es para eso. A ver qué pinta un científico queriendo
descifrar formas de curar cuando lo que está en juego es el análisis de los que se ríen
solos.
Han
descubierto, no las implicaciones científicas de las cosquillas, que eso ya lo
investigó el instituto Neurológico de la University College de Londrés, sino las
características de los que se parten de risa cuando se hacen cosquillas a sí
mismos, Parece ser que son menos sociables y un poco más suyos que los que se
ríen cuando se las hacen otros. No se avergüenzan un ápice del trabajito, qué
va, lo publican a los cuatro vientos.
Como si no nos hubiésemos olido todos que un tío que es capaz de reírse
haciéndose cosquillas con un plumero, pongo por caso, es más raro que la
calentura, y que, aunque es cierto que no necesita a nadie para pasarse la gran
juerga, tampoco nadie lo necesita a él.
Si esto fuera así, el simple plumero para limpiar el polvo podría
ser una alternativa extravagante al famoso test de Turing de inteligencia
artificial en un futuro: simplemente acaríciale las extremidades y observa si
ríe o no.
Aunque creo que yo seguiría sin saber si el que se troncha
es robot o raro. La línea divisoria es tan sutil...
En
fin, que no sé si irme a vivir a Australia, como está tan lejos y son nuestras
antípodas, a lo mejor caminan boca abajo y la perspectiva sobre el ser y el no
ser cambia radicalmente.
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