Las redes sociales se han convertido en una forma mucho más veraz de
conocer el mundo que te rodea que la tele, los periódicos y los libros. Normalmente
conocemos, y poco, a nuestra familia, nuestros vecinos, amigos y compañeros. Si
nos gusta leer se amplía un poco más el panorama. Eso, ya por sí solo, nos trae numerosas
sorpresas, pero en cuanto te metes en la red, se abre un mundo insólito,
espeluznante, monstruoso, ambiguo... Y eso que solo me muevo en Facebook,
porque con twitter me lío por lo del límite de palabras y ya no digamos con
Instagram, que para mí es el misterio de la casa deshabitada. Sin embargo, no
importa, con Facebook me sobra. Por lo que observo hay gente tan enganchada que
no puede pasar ni un minuto sin ver la repercusión que ha tenido su prescindible
cometario en los amigos o seguidores. Sobre todo, le pasa a los famosos. Si Trump
escribiese algo en twitter y nadie le hiciese el más mínimo caso, sería un caos,
un desplante, un desdoro internacional, y acabaría teniendo que poner fronteras
allende el mar.
Ya no es que estemos enganchados a las redes, sino que queremos saber a
tiempo real lo que piensa de nosotros el resto de la humanidad. Un
desparrame. Como ya digo que lo mío es Facebook por eso de buscar amigos del
año de Maricastaña, enterarme de nuevas recetas, y meditar palabras sabias de
algún iluminado al que sigo con fervor, pues lo que tengo a mi alcance, es una
mínima parte de lo que podría llegar a tener. Me entero de si en mi barrio han
limpiado este verano, si se han caído más árboles, si hay señoras que cuidan
enfermos por la mañana, si ensucian los perros. Oye, un estar al día. Sin
embargo, para lo que me están sirviendo muchísimo los comentarios es para crear
personajes en mis novelas. La extraña idiosincrasia de los demás la intuía
cuando iba a la compra, me daban con la puerta en las narices vecinos
encantadores o me ponían a parir los conductores de bicis por no dejarlos pasar.
Lugares todos ellos de poco margen para un estudio concienzudo. Ahora conozco
con todo lujo de detalles, cuánto quería la de la droguería a su madre, y por
qué el hijo del de la panadera se ha marchado a trabajar a Matalascañas.
Facebook me acerca, me da intimidad con personas de las que no sabría nada al
tropezármelas en el semáforo. Es otra cosa, ahí sí te enteras de lo más
profundo de los otros, lo que les mueve, lo que les motiva, lo que les enfada.
En fin, que estoy creando un esquema tipo leyes de Mendel con guisantes, (para
el que no sepa quién es Mendel, es mejor que se abstenga de seguir leyendo porque
no se lo pienso explicar) Pues como iba diciendo, pretendo encuadrar a las
personas por comentarios en la red. Esta mañana he detectado un “amarillo
rugoso” clarísimo cuando un chico ha contado que una señora estaba en el parque
comiendo pipas y echándolas al suelo y le ha regañado. A partir de ahí ha
habido comentarios para todos los gustos. La contestación primera ha sido que
es mejor tirar pieles de pipas, que al fin y al cabo son biodegradables, que
plásticos. He imaginado a la señora aportando su granito de arena para la
salvación del planeta, y me he quedado pensativa. ¿De verdad hay gente que cree
eso? Pues no solo lo creen, sino que se ha liado. Han salido los defensores del
cambio climático, los de los plásticos, los de los rumanos y los de los peces
de colores, también los defensores de la basura desparramada por los suelos para
mayor gloria de nuestra galaxia y de la tierra que nos sostiene. Cuando ya
había leído veinte comentarios, he hecho un esquema de personajes:
omniscientes, tontos, agresivos, incultos e incisivos, luego he cerrado el
ordenador. Ya tengo mi multiculturalismo por hoy. Mañana más.
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