Los
que me traían a mal traer en mi infancia eran los rusos. Durante un tiempo, me
refiero a la guerra fría, uno estaba siempre temblando por si la guerra pasaba
de fría a caliente y el planeta se hacía añicos. Los mandatarios de una y otra
potencia, tenían un teléfono rojo en el
despacho y a poco que se les calentara el dedo índice, desaparecíamos. En
cuanto salía un ruso en la tele, mis padres se ponían muy serios, y mis
hermanos y yo nos escondíamos tras un sillón. Hablaban raro y parecía que al hacerlo
te escupían. No eran hombres afables, por lo menos esa era la imagen que nos
trasmitía el telediario.
Entonces
estaban de moda las películas de espías que atravesaban el muro de Berlín y ya
nadie volvía a saber de ellos. Se les distinguía porque iban con gabardinas y
sombreros incrustados a la cabeza, hablaban de forma desapacible y te podían
secuestrar por cualquier nimiedad. Aquello era un sin vivir.
A mí
no se me aparecía en sueños el coco, ni el hombre del saco, ni tonterías de
esas, sino algún ruso con la bomba
atómica en bandolera que escuchaba todo lo que había dicho durante el día y me
mandaba a Siberia.
La niñez de los sesenta fue escalofriante. En
los ochenta cayó el muro y fue un respirar, la verdad. Cuando estuve en Berlín
lo que más me impresionó fue la foto del último que murió intentando cruzar el
muro. Unos días que hubiese esperado y lo hubiera saltado sin problemas. La
suerte es así, caprichosa y ajena a nuestro dolor. Hacía tanto tiempo que
habían desaparecido los rusos de mis sueños, que los veía en la costa, paseándose
en sus yates millonarios, con mujeres enjoyadas y rubias, que se me había
pasado el miedo. Pero, cuando esta mañana he leído en el periódico que habían
regresado, que estaban de nuevo dispuestos a montarla, casi me muero. Han
regresado pero no con gabardina sino en las redes sociales, inmiscuyéndose en
tus correos, o en los de los otros, para lavarnos el cerebro, contar verdades a
medias, desestabilizar a Europa y a EEUU, con mucha tecnología y muy poca vergüenza.
Ahora
te comen el coco sin encerrarte en una habitación con un flexo dirigido a tus
ojos, sino con el simple roce de sus dedos, tecleando, manipulando información,
diciendo verdades a medias, haciéndoles al juego a Carles, Junqueras, Jordis y policía
autonómica.
Nuestros
gobernantes, que son muy suyos y no quieren estar mal vistos en el resto de Europa,
pues dejan que los manifestantes campen a sus anchas por las calles, salten
encima de los coches de la policía, encierren a secretarios judiciales y guardias
civiles, que los insulten de palabra y de obra. No vaya a ser que se crean en el
extranjero que no somos demócratas. Y por esa regla de tres nos han abandonados
a nuestra suerte, han hecho dejación de sus deberes judicializando el problema,
y se está imponiendo la ley del más fuerte, la de la calle.
Todo
eso lo han logrado los rusos con sus lavados de cerebro patrios y foráneos.
Pues
vistas las cosas así, los nuevos rusos se han espabilado muchísimo desde los tiempos
de la guerra fría. Ahora sin mancharse las manos han logrado que los
gobernantes están muertos de miedo; los partidos políticos, enfrentados; la
economía, de pena; la gente, en plena lavada de cerebro on line; Puigdemón, en
Bruselas; los de la CUP encantados con su huida; Junqueras y el resto de los
parlamentarios, en la cárcel por sedición pero haciendo propaganda electoral
porque van a prometer que ya no lo harán
más y se presentan de nuevo a las elecciones, y nuestra policía paralizada ante
las amenazas de unos y de otros para que no digan.
Estando
las cosas así, esta noche fijo que
vuelvo a soñar con un ruso.
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