Madrid se está poniendo peligroso.
El martes había quedado en la puerta del Mueso del Prado a
las seis de la tarde. Medité concienzudamente si coger el coche: no que me multan (cualquier
recoveco, camino de piedra o atajo escondido, puede formar parte del Madrid Central
y cargarte una multa de noventa euritos) Pensé en coger un autobús; no que hay
huelga de taxis misteriosa e incontrolable, de esas tan legales tan legales,
que no puedes saber ni lugar, ni hora, ni día. Pensé coger un Uber o Cavify; no,
que te pegan los taxistas y además te graban para mayor escarnio. Coger el
metro; no, que al llegar a la parada de Retiro, una desapacible voz cavernosa
que sale de los altavoces pide que desalojes el andén sin dar razón. Si algún
inocente viajero se le ocurre preguntar por un autobús para terminar el
recorrido, los empleados te enseñan una lista por memorizada de autobuses de
línea habitual para que te lo montes por tu cuenta y pagues lo que corresponda.
Logré llegar al museo a “calzón quitado”. Fue a la salida,
cuando nos encontramos Madrid tomada por la policía: coches celulares con sus
lucecitas azules llenaban el Paseo del Prado. Los autobuses, no solo no paraban,
sino que estaban más liados que las patas de un romano. ¿Oiga, por qué el 27
sube por ahí? No lo sé, señora, yo solo sigo las directrices que me dan por el
móvil. No sabemos a dónde vamos, ni de donde venimos, ni cuánto durará esto.
Ante tal desmadre nos pusimos a insultar a los taxista que
habían cortado las calles. La verdad es que los insultamos en plan privado,
como en susurros, pero, mira tú por dónde, nos hallábamos rodeados de taxistas
camuflados, que al escuchar nuestro agravios tomaron posesión de su condición
de taxistas rebeldes y se nos enfrentaron. Ya ni siquiera hace falta coger un
VTC para que se enfaden como energúmenos, tienen un oído tan fino que solo con
ir por la calle, te pueden increpar por no pensar como ellos.
Atravesamos el Ayuntamiento y también nos riñeron los
policías por pasar por delante de una de los furgones que custodian el
consistorio.
Llovía, los autobuses transitaban a su aire, algunos a toda
velocidad por el centro de la Castellana. Nadie sabía por dónde habrían
decidido los taxistas continuar su extorsión.
¿Derecho a la huelga? ¿Por cuánto tiempo? ¿Por dónde va a transcurrir? No nos atrevíamos a pedir un
VTC, ni a pasar cerca de un furgón policial,
ni coger un coche de amigo.
Ateridas de frio y soledad nos resguardamos en el
jardincito del palacio de Linares, mas que todo por si algún fantasma nos daba
razón de por qué tenemos tanta condescendencia con el avasallamiento. No hubo
fantasma y nos dirigimos a nuestra casa andando. Solo pedíamos que no nos
pusieran una multa por caminar por los pares con cara de impar, (como ocurre en navidad
por las calles aledañas a la Puerta del Sol).
Todavía no saben si el responsable de este descontrol va a
ser el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid, el ministerio de Fomento, el club
de Futbol Rayo Vallecano o la fundación Juan March.
Mientras tanto; los taxistas a su aire, los autobuses
despistados y los peatones multados hagan lo que hagan.
Pongamos que hablo de Madrid.
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