domingo, 24 de septiembre de 2023

LA CORTEZA PREFRONTAL Y LOS MAYORES

 

 

                                          


 

 

 

Un alumno de primaria se lía a patadas, puñetazos, mordeduras y arañazos con cuatro profesores en un colegio de Gran Canarias. Dos hombres amenazan de muerte a un médico en el hospital de Málaga. Un niño de trece años apuñala a un profesor en Murcia. Un joven de Teruel, a prisión por pegar una patada a un juez…

Así comienza el artículo de Rodrigo Terrasa en el diario El Mundo de hoy 24 de septiembre de 2024.

Toda generación ha criticado a la anterior, la ha considerado una perdición, un caos, algo irrecuperable. Recuerdo a mi madre empeñada en que apagara la televisión cada vez que salía  Demi Roussos porque, hija, es que huele fatal. Era el aspecto lo que despertaba sus papilas olfativas. Un hombre vestido con túnica, barba y melena, era símbolo inequívoco de que no se lavaba y por tanto olía a perro vagabundo.  Si además ese mastodonte tenía voz de mujer ya se le cruzaban todos los cables y se le derrumbaba su mundo apacible y seguro.

 Es difícil aceptar las actitudes de las nuevas generaciones. Mi vecino Nicolás estaba convencido que todos aquellos que compraban un todo terreno, eran hombres bajitos, que fumaban en pipa y la tenían corta. Lo afirmaba con una rotundidad tal, que consiguió que yo me apartara cuando veía acercarse cualquier todoterreno. Tenemos una clara tendencia a encasillar a la gente y eso nos hace crearles un mundo lleno de fantasías y tópicos. Y cuanto más desconocemos el tema, más nos atrapa ese maremágnum de ideas sin pies ni cabeza. A la tía Catalina le preocupaba mucho no tener dinero negro. Aquello ocurrió en los años de la reforma fiscal. No se hablaba de otra cosa. Hacienda iba a acabar con la economía sumergida y a las amigas de mi tía les encantaba presumir de tener dinero negro escondido en recónditos agujeros negros. Hija, y yo ¿por qué no tengo?, me preguntaba la mar de desilusionada. Para ella el hecho de no disponer de una caja de zapatos escondida al fisco, le resultaba tan vulgar.

Los olores de Demi Roussos, el bajito con pipa subido a un todoterreno, el dinero negro y demás contundentes afirmaciones, pasaron a la historia hace mucho tiempo y el mundo continuó girando a su aire, como siempre. Sin embargo, como no podía ser de otra forma, ahora soy yo la tía Catalina, o mi vecino Nicolás, o mi madre. No reconozco el mundo en el que vivo. Juré que cuando me hiciese mayor no empezaría a comer antes que los demás, que no hablaría fuerte en el cine, ni daría mi opinión a todo lo que se moviese. Juré que no etiquetaría a nadie por su aspecto, y que me informaría antes de hablar. Juré, es verdad, juré mucho. Me pasé la vida jurando, pero lo que no sabía entonces, es que tenemos una corteza prefrontal en el cerebro, que se deteriora inexorablemente y te impele a no poder esperar para atacar el bol de patatas fritas o al canapé de salmón nada más verlo aparecer, a hablar sin medida de lo que sabes y de lo que no, a etiquetar a todo hijo de vecino y a guardar dinero dentro de la aspiradora por si acaso. 

Y aquí me encuentro, tan perpleja como estuvieron ellos, sin ser capaz de entender que cuando salgo de paseo se me crucen patinetes a la diestra y a la siniestra, y me insulten por andar tan despacio, que a mi vecino le peguen un empujón por las escaleras al pedir al dueño de un perro que recoja sus heces. Pero sobre todo, que a un juez se le envalentone un joven y se lía a patadas, que un adolescente le pegue a cuatro profesores y que apuñalen a un profesor de Murcia por quítame allá esas pajas, da pánico. Porque eso ya no es mi prefrontal, ahora estoy segura de que las nuevas generaciones se deterioran, se dirigen a la perdición, al caos, y se van a convertir en algo irrecuperable, como decía mi madre.

Que mal yuyu.

No hay comentarios: