viernes, 13 de octubre de 2023

Soledad

Los que me esperaban al nacer


 

 Qué solita te dejo, dijiste el otro día en una cama de hospital triste, rodeado de cables y cortinas. No lo dijiste siquiera con amargura, solo así: eres la última. Y a mí se me apagaron las luces de golpe, dejé de ver una mesa de comedor repleta de jóvenes divertidos, de escuchar las voces de nuestros padres, la vuelta al ruedo de la tata cuando le había salido la paella de cine. La vi con su gorro blanco tratando de abrazarte sin alcanzar tus rodillas. Dejé de ver mi habitación llena de niñas del colegio esperando a que mi hermano Juan Alfonso saliera del laboratorio, “tan guapo, con su batita blanca”, decían. Y así, mientras recordábamos hasta al “Sereno” de antaño, fui cerrando puertas y habitaciones. Mi habitación, primer lugar al que acudíais Javier y tú, cuando regresabais a casa por vacaciones, porque era la primera que me despertaba para recibiros. Qué mayores, jóvenes y guapos os veía. Las canciones de Elvis Preysler os acompañaban a todas partes. Siento vuestro olor a colonia, ese deseo inmenso a que me quisierais, a que no me olvidarais por muy pequeña que fuese. Apagué la luz de mi primer seiscientos del año de la tana: “Fitipaldi” le llamabas, ese que me regalaste cuando ya eras un potentado y podías comprarte uno nuevo. Pequeño y verde, sonoro y limitado en velocidad y embrague, pero tan mío gracias a ti.

Hemos vivido estos días en el hospital cargados de recuerdos, tantos  que hasta hemos logrado conjurar al miedo. Y ha sido así como me he enterado de que atendiste un parto en una guardia y los pacientes querían que fueses su ginecólogo para siempre. Me he enterado de que Peluca  se colaba en nuestra portería a los 16 años solo para sentirse cerca de ti.

Hemos sido niños, Juan Alfonso, hemos sido adolescentes y, poco a poco, hemos ido abandonando nuestra primera familia para crear las nuestras. Pero ese olor a juventud y a expectativas, ese King Creole te lo has llevado tú, por ser el último, por desempolvar tantos recuerdos, porque has cerrado el sobre de nuestro pasado y le has puesto un sello de lacre.

A partir de ahora continuaré viviendo con la familia que cree, con mis canas, mis arrugas y mis recuerdos. Viviréis en mí y en mis sobrinos para siempre. Nadie olvidará a nuestros padres, ni a la tata, ni a Gabriel Miró 6, porque nuestros hijos no lo van a consentir y porque yo no hago más que contar historias de  ellos para que así sea.

 Ellos han recogido nuestra forma de reírnos, la ironía, la alegría que sentíamos y la rectitud que nos enseñaron nuestros padres.

 Juan Alfonso, cuida de nosotros porque ya eres un ángel y los ángeles nunca nos olvidan.

 

 

No hay comentarios: