jueves, 17 de junio de 2010

RETORICOS


Tengo un amigo retórico. Me refiero a que es de estos que te convencen a penas abre la boca. En la facultad ya lo hacía bien. Salía al podium, decía cuatro obviedades y se llevaba a la gente de cabeza. Qué suerte tienes, tío, le decía embobada. Es que convences al más “pintao”. Sí, así es, me contestó él tratando de disimular su desmesurado orgullo.
Convencer, es vencer con la palabra. Los griegos dominaban el arte de la retórica.
Un día le dije a mi amigo el retórico que cómo se sentía después de llevarse de calle a la gente, a las masas, a la muchedumbre. Poderoso. Es algo indescriptible, me confesó. Ver como dominas las voluntades a tu antojo. Debía estar borracho de megalomanía porque me lo confesaba sin ningún pudor. No lo he olvidado. Cuando veo a un político soltar un discurso, con su entonación, sus largos silencios, sus momentos álgidos y su énfasis, me acuerdo de mi amigo. Ellos votarán lo que nosotros queramos que voten, me dijo un día, cuando todavía era ingenua, cuando creía en el valor del trabajo, del esfuerzo de la verdad. Cuando pensaba que los demás pensaban.
Los retóricos se mueven bien, ya sea en un escenario, en su lugar de trabajo, en una orquesta, en el mundo editorial, en la televisión y hasta en la cárcel. Son como anguilas que siempre encuentran su hueco, se entremezclan entre los poderosos para embaucarlos.
Con vencer. Vencer con la palabra. Tuyo es el mundo, amigo retórico. En tus manos está el corazón de los lectores, de los jefes, de los contribuyentes, de los espectadores, de los empleados. Parecen algo, pero si los tocas se diluyen entre las manos, no son reales, no quieren nada ni a nadie, solo brillar como proyecciones holográficas en tres dimensiones. Bonitos silencios, bonitas palabras, bonitos fuegos artificiales.
“Polvo serás, pero polvo embaucador”.

1 comentario:

leo dijo...

Es amarga tu entrada de hoy. Me ha llegado dentro, Carmen. Presiento que estoy a punto de caramelo para dejar de creer en que la gente piensa, en el valor del trabajo, en el esfuerzo de la verdad, todo eso que tú tan bien dices. Y no quisiera perder esa ingenuidad.
:-(
Un beso.