sábado, 10 de julio de 2010

FOBIAS, ESTIMULOS, Y ANSIEDAD




Mira que tengo tendencia a creérmelo todo.
Un día se me acercaron dos señoras con misal para preguntarme si yo creía en “el inicuo”.
- -Pues sí -les contesté. No tenía razones de peso ni para creer ni para no creer. No suelo pensar en lo inefable.
Y ellas aprovecharon para concertar una cita conmigo, y darle vueltas al asunto. Pero como una cosa es creer en todo, y otra muy distinta pasarse una tarde hablando del inicuo, decliné la invitación con cara de qué más quisiera yo, oiga. Con lo interesante que eso parece.
Otro día me abordó por la calle un hombre bajito y peludo para preguntarme si quería medir mi nivel de estrés gratuitamente. Y entre que me encanta lo gratuito, y que no tenía una prisa loca, dije que bueno, que midiera lo que quisiera.
-Dios mío –dijo fuera de sí, una vez conectados los parámetros de medida- No tiene nada de estrés.
-Ya ve- contesté orgullosa.
-Usted toma pastillas, no lo niegue.
-Bueno, alguna Dormidina para soportar las noches de excesivo calor...
- Está dopada. Compre este libro que le va a ayudar mucho, y nos pondremos en contacto con usted.
Compré el libro para no hacerle el feo y me pareció tan peñazo que hasta logré cambiar la Dormidina, por dos o tres páginas del dichoso librito.
Lo recuerdo todavía, hablaba de que si un día te roban el bolso, pongo por caso, te arrastran con la moto varios metros, y a la vez suena el pitido de la olla a presión que sale de un piso cualquiera. Tu mente borra la agresión de los moteros, y te deja en recuerdo el pito de la olla a presión. Y cada vez que lo escuchas, te entra una congoja inexplicable que te produce sudores fríos, y taquicardias, y canguelo. Y a eso se le llama trasposición de elemento, cambio de estímulo, o fobia.
Me pareció muy fuerte que además de robarte el bolso, olvidarlo, no ir a la policía a denunciar y anular las tarjetas, te dediques a huir despavorido cada vez que escuchas el pitido de una olla a presión.
Y es que la vida está llena de incógnitas sin desentrañar. Por eso me dejo abordar en la calle por cualquier iluminado, y gracias a eso he llegado a saber lo que no está escrito.
Sin embargo no tenía claro lo mucho que todavía me quedaba por aprender. No era consciente de que existía un pulpo, un tal Paúl, que vaticinaba el triunfo de un equipo en los mundiales, que ya han salido tascas en las que ha dejado de servirse pulpo a la gallega para no ofender a Paúl.
Qué pena que Paúl no nos avisara a los ciudadanos y funcionarios de que la Ley de Presupuestos se la iban a cargar de un plumazo, que nos iban a bajar sueldos ya aprobado, que iban a dejar a los pensionistas a dos velas, que iban a abaratar el despido, que no iba a reducir ni un duro los despilfarros de las entidades financieras. Como dijo Lula. “No podemos permitir que las ganancias de los especuladores sean privatizadas, mientras las pérdidas sean invariablemente socializadas”

Paúl, yo solo quiero saber si mañana me van a destinar a “Cuculina de la Sierra” por un real decreto ley (ratificada en el Parlamento con sus extraños pactos), si me van a echar con cajas destempladas de mi puesto de trabajo, si cuando me levante mañana por la mañana, ya no me pueda jubilar hasta los setenta y siete años con efectos retroactivos, si van a coger mi nómina y se la van a dar a cualquier mindungui que tenga dinero escondido en cuentas suizas.
Y es que mientras pensamos en Paúl, no le damos vueltas a los precedentes que se están creando en nuestra sociedad. Yo creo que eso es una trasmutación de elementos, un cambio de estímulo, una fobia, vamos.
Usted preocúpese del mundial, y de Paúl, y del pitido de la olla a presión, que nosotros nos ocuparemos de pasar a toda pastilla con una moto y robarle todos los logros sociales alcanzados con tanto esfuerzo y durante tantos años.
Así de simple.

1 comentario:

leo dijo...

Adoro al pulpo Paul... Es lo único que nos queda :-S
Besitos.