La
globalización no cambia el carácter. Puedes encontrarte Zara o NH en Bolonia,
Florencia, Berlín y París. Puedes ver alemanes, franceses, holandeses pasear con
los mismos trajes, los mismos zapatos, e incluso tropezar con el mismo tipo de
arquitectura.
Las
ciudades se mimetizan. Dentro de poco no merecerá la pena viajar porque todo será
lo mismo. Solo sabremos que estamos en Alemania cuando veamos un cartel plagado
de consonantes, o tropezarnos con un camarero incapaz de servirte una cerveza
negra en el vaso de la rubia, o unas tostadas que acompañan a un plato, acompañando
a otro.
Es
inútil discutir.
Al
entrar en un restaurante para cenar, una camarera me dijo algo en alemán que no
entendí. Se lo expliqué por gestos, pero ella insistía con su
retahíla. Al final, un español que hablaba
alemán, al ver mi confusión se acercó y me dijo que lo que ella repetía
incansablemente era un saludo de bienvenida. El hecho de que yo le dijera que
no entendía, no cambiaba su forma de recibirme. Si no llega a estar ese chico,
todavía me está saludando como le han enseñado.
Es
que son muy cumplidores de las reglas, nos explican. Ya, pero…, ¿tan difícil es
trastocar lo establecido?
Paseo
por el Berlín oriental y sufro con ellos. Observo las fotos de hombres y
mujeres intentando huir escondidos en pequeñísimos habitáculos, grandiosos
edificios, homenajes a víctimas judías. Paseo con una calle dedicada a Anna
Harent. Me topo con una estatua de Hegel. Grandes pensadores, grandes
edificios, grandes guerras, agresiones económicas.
“No
tenemos porque financiar a los vagos del sur”, dicen, y aprietan más y más las
tuercas.
Salen antes que los demás de cualquier crisis,
se reunifican sin hacer ruido. Nada se discute, se cumple lo que haya que cumplirse. Aunque la otra cara de la moneda es que obedecen sin rechistar, que son
capaces de invadir a un país, a muchos, si esa es la orden, y seguir tocando el
piano o escribiendo poesía.
Encuentro
a mi vecino alemán en el ascensor, le cuento que he estado en Berlín. Dice que
la última vez que estuvo él fue un mes después de la caída del muro. “Debió ser
emocionante, ¿no?”, le pregunto.
Me
mira, piensa un rato, y me suelta al fin.
“Bueno,
emocionante, no es la palabra. Tan solo interesante”.
5 comentarios:
Me temo (y me congratulo a la vez), Carmen, que hay muchos alemanes que piensan como tú y como yo. Las diferencias entre los alemanes del este y del oeste son grandes, aunque tal vez con la globalización regional teutona pronto consigan que todos sean así, rectos y peligrosamente zoquetes. Tengo amigos en Chemnitz y Leipzig, y son encantadores, odian a Merkel y les encanta la vida porque esa flexibilidad de la que hablas es posible. Les gusta el mundo, conocer gente distinta y saber que, además de alemanes, pueden ser ciudadanos del mundo. Aunque igual no son mayoría por allí, como por aquí tampoco son mayoría quienes piensan que nos gobiernan una panda de criminales...
Y muchos besos, que andamos muy descastados blogueramente hablando... :-)
Hombre, Alemania, con lo que me gusta a mí. Hace cuatro años que no voy y ya no sé si terminará siendo mi casa porque tal y como vamos cualquier día me dejo caer por Barajas.
Tienes razón, la globalización está acabando con las culturas autóctonas. La verdad es que somos todos un poco "ciudadanos americanos" pero es triste llegar a Munich o a Berlín y creerte que estás en Madrid.
Hola Sir.
Me alegra saber de ti. La culpa del "descastamiento", la tengo yo porque entro poquísimo en el blog, y cuando lo hago me detengo lo estricto. La causa es un progresivo desaliento en la escritura, en la política, y en todo lo que sucede a nuestro alrededor. No quiero tocar temas actuales porque se me llevan los demonios.
Me siento como un de esos depresivos bloguera que se dejan la barba y recogen sobras en los contenedores.
Pero esto se va a acabar.
Muchos besos
Ángel, qué miedo me da esa forma de ser. Tan seguros de todo.
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