Últimamente estaba un poco obsesionada con los tatuajes. Se
han puesto de moda y no logro entender el motivo.
Algunos son grandes, otros, pequeños, incluso los hay que ocupan la totalidad del cuerpo.
Indago en internet y leo que el diseño, el color y el tamaño,
dicen mucho de la personalidad del que se lo hace. Un ancla, por ejemplo,
refleja estabilidad, un ángel, que la persona necesita protección, y el dragón,
un carácter explosivo. Así podríamos continuar con la mariposa, la estrella, el
puñal, la rosa…
Mientras dedicaba la
mañana a encontrar tatuados por la
orilla del mar, he descubierto uno inexplicable. Se trataba de un hombre con el
tatuaje de un rostro encima de la tetilla izquierda. Quizá fuese algún familiar,
pero lo importante, lo que de verdad me ha llamado la atención, ha sido el
talante que había mostrado el modelo mientras lo plasmaba el artista. Era alguien
metido en carnes y en años, con labios finos, apretados, el pelo ensortijado y
corto, un rostro que parecía a punto de pegarte una bofetada. El dibujo de su
cara ocupaba el noroeste del torso desnudo del hombre. El escaso tiempo que he
tardado en cruzármelo me ha impedido escrutar la desasosegante imagen.
Le he seguido, y mientras lo hacía con la clara intención de
sobrepasarle y topármelo de nuevo, me he dedicado a elucubrar sobre el instante
preciso en que el artista plasmó a su furibundo modelo, y la de tiempo que le debió
durarle el cabreo para no cambiar su expresión hasta la finalización de la
obra.
De pronto el hombre tatuado se ha dado la vuelta, y entonces
sí, entonces lo he podido ver con nitidez. Era Bárcenas, y la restauración sin
lugar a dudas había corrido a cargo de doña Cecilia, la misma que restauró el “Ecce
Homo”.
El hombre se ha dado
cuenta de mi interés y ha apurado la marcha para ocultarme su imborrable tatuaje.
El calor era insoportable, mi cansancio infinito, y los síntomas de insolación
empezaban a dar sus frutos cuando lo he
visto desaparecer bajo el sol tórrido del medio día, entre patines y sombrillas,
impregnado de ese rostro ya permanente, negándose a mostrarlo, atrapado en el.
En la siesta se me ha aparecido la imagen en el techo de la
habitación, me ha hecho un corte de mangas y ha cambiado de color, de siglas, de
himnos. La imagen de Aida Alvarez, de Filesa, se intercambiaba con la de
Bárcenas, Gurtel, Sepulveda... Parece un
sueño pero no debe serlo porque por el aire surca los cielos una avioneta que
despliega una pancarta con la leyenda:
”Indulto a los
tatuados de todos los colores, de todos los signos, de todos los tiempos”. Y
como firma: una abeja.
2 comentarios:
¡Genial! Me he puesto a buscar algún sitio de mi cuerpo para tatuarme a Bárcenas. El "machaque" al que nos someten las noticias diarias no es para menos. Sólo que yo le pondré la cara de felicidad modelo "cuentas en Suiza que aun no han sido descubiertas". Ya te contaré si encuentro a algún valiente que me lo haga...
Yo creo que deberías tatuarte a la derecha a Blesa y a la izquierda al juez Elpidio Silva, ya que todavía no se sabe quién es el truhan y quién el señor serviría para hacer apuestas en la playa.
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