Mira
que defiendo a los funcionarios, mira que les tengo cariño, mira que me indigna
que nos corten a todos por el mismo patrón, pero ayer tuve que reconocer que
hay algunos a los que deberían esconder en recónditos despachos y no dejarles
salir más que en momentos de extremo peligro.
Decidí
cambiar de sociedad médica en enero. Me pasé a la Seguridad Social y, una vez
rellenado el impreso de Muface, me enviaron a una oficina sita en Juan Bravo para
darme de alta ( a ser posible evitarla).
En
la entrada hay una funcionaria que te da número según tus necesidades. Si eliges
el A seguido de otros números, ya sabes que te toca esperar toda la mañana,
pero es lo que hay y esperas.
Cuando
llevaba una hora y media, salió mi número en pantalla y después de de echar
unas lagrimitas de emoción, salí en busca de la mesa señalada, pero en cuanto
me aposenté, la funcionaria me dijo que mira tú por dónde, me había equivocado
al coger número, que tenía que haber
cogido el que comienza por B en vez del que comienza por A. Vuelva a empezar,
me dice la mar de satisfecha. La cola era
más ligera, pero la media hora no te la quitaba nadie. Al cabo del tiempo, me
recibió otra funcionaria mal encarada y de pocas palabras, que se envalentonó
poniendo sellos a troche y moche, y me mandó a mi ambulatorio para que me diesen
de alta.
Salí
arrebatada hacia el ambulatorio para ver si todavía aprovechaba la mañana.
Pero…
¡Ay! Desde ese mismo instante me convertí en una ilegal de la vida. Que si
usted no tiene derecho a la Seguridad Social, que si la han borrado, que si de
dónde es usted, que si quién se ha creído.
Después de hacerme deletrear “Romeu”
diez veces por teléfono y otras diez in
situ, como si se me apellidara Hsdalndra,
Hsdalndranovich. Me dicen que no consto y que, o lo arreglo o desaparezco del
cosmos en un pis, pás.
Vuelvo
a Juan Bravo, vuelve la señora de la entrada a repartirme el número que le sale
de las narices, espero media hora, y vuelven a decirme al llegar a la mesa
descrita, que el número que tengo es equivocado y que coja otro de los que hay
que esperar setenta minutos como poco para que me atiendan. Pido piedad por lo
de la espera, la equivocación, los días que llevo ilegal y demás incomodidades.
Se lo cuento todo. Me mira con gesto agrio y me dice que lo siente y que me
levante que tiene prisa. Me doy cuenta entonces de que un dragón va naciendo
dentro de mi, de que estoy dispuesta a llegar hasta donde sea necesario. La
funcionaria agria se asusta al ver mi ojo elevándose mientras el otro
desciende. Quiero hablar con su jefe, le digo. Debe temblarme el parpado porque
sale de su mesa y desaparece. Regresa al momento y me dice que otra funcionaria
me va a atender. Me atiende la misma que unos días antes me había enviado de mesa
en mesa, pero que esta vez parece que se ha hecho eficiente en un curso
acelerado. Pone sellos, busca en la pantalla de su ordenador, y me dice que
está todo resuelto, que faltaba incluir un papelito de nada. El dragón se va
apaciguando pero todavía ruje, aunque en silencio, como los santos.
Regreso
al ambulatorio y lo celebro con el personal. Parece que todo está arreglado.
¿Y cómo
dice que se llama? R-O-M-E-U. Erre de Roma…
No es
cuestión de funcionarios sino de personas,
pero nos dejan en mal lugar, en serio. He conocido a muy pocos así a lo largo de
mi vida laboral, pero con uno o dos que se escapen, la fama está servida.
Por
si acaso, a la oficina de la Seguridad Social de Juan Bravo, ni acercarse.
Palabra
de dragón dopado con Deanxit.
No hay comentarios:
Publicar un comentario