sábado, 7 de febrero de 2015

COSAS DE LA BUROCRACIA


                                               





Mira que defiendo a los funcionarios, mira que les tengo cariño, mira que me indigna que nos corten a todos por el mismo patrón, pero ayer tuve que reconocer que hay algunos a los que deberían esconder en recónditos despachos y no dejarles salir más que en momentos de extremo peligro.
Decidí cambiar de sociedad médica en enero. Me pasé a la Seguridad Social y, una vez rellenado el impreso de Muface, me enviaron a una oficina sita en Juan Bravo para darme de alta ( a ser posible evitarla).
En la entrada hay una funcionaria que te da número según tus necesidades. Si eliges el A seguido de otros números, ya sabes que te toca esperar toda la mañana, pero es lo que hay y esperas.
Cuando llevaba una hora y media, salió mi número en pantalla y después de de echar unas lagrimitas de emoción, salí en busca de la mesa señalada, pero en cuanto me aposenté, la funcionaria me dijo que mira tú por dónde, me había equivocado al coger número,  que tenía que haber cogido el que comienza por B en vez del que comienza por A. Vuelva a empezar, me dice la mar de satisfecha. La cola  era más ligera, pero la media hora no te la quitaba nadie. Al cabo del tiempo, me recibió otra funcionaria mal encarada y de pocas palabras, que se envalentonó poniendo sellos a troche y moche, y me mandó a mi ambulatorio para que me diesen de alta.
Salí arrebatada hacia el ambulatorio para ver si todavía aprovechaba la mañana.
Pero… ¡Ay! Desde ese mismo instante me convertí en una ilegal de la vida. Que si usted no tiene derecho a la Seguridad Social, que si la han borrado, que si de dónde es usted, que si quién se ha creído.  Después de hacerme deletrear “Romeu”  diez veces por teléfono y otras diez in situ, como si se me apellidara  Hsdalndra, Hsdalndranovich. Me dicen que no consto y que, o lo arreglo o desaparezco del cosmos en un pis, pás.   
Vuelvo a Juan Bravo, vuelve la señora de la entrada a repartirme el número que le sale de las narices, espero media hora, y vuelven a decirme al llegar a la mesa descrita, que el número que tengo es equivocado y que coja otro de los que hay que esperar setenta minutos como poco para que me atiendan. Pido piedad por lo de la espera, la equivocación, los días que llevo ilegal y demás incomodidades. Se lo cuento todo. Me mira con gesto agrio y me dice que lo siente y que me levante que tiene prisa. Me doy cuenta entonces de que un dragón va naciendo dentro de mi, de que estoy dispuesta a llegar hasta donde sea necesario. La funcionaria agria se asusta al ver mi ojo elevándose mientras el otro desciende. Quiero hablar con su jefe, le digo. Debe temblarme el parpado porque sale de su mesa y desaparece. Regresa al momento y me dice que otra funcionaria me va a atender. Me atiende la misma que unos días antes me había enviado de mesa en mesa, pero que esta vez parece que se ha hecho eficiente en un curso acelerado. Pone sellos, busca en la pantalla de su ordenador, y me dice que está todo resuelto, que faltaba incluir un papelito de nada. El dragón se va apaciguando pero todavía ruje, aunque en silencio, como los santos.
Regreso al ambulatorio y lo celebro con el personal. Parece que todo está arreglado.
¿Y cómo dice que se llama? R-O-M-E-U. Erre de Roma…
No es cuestión de funcionarios sino de  personas, pero nos dejan en mal lugar, en serio. He conocido a muy pocos así a lo largo de mi vida laboral, pero con uno o dos que se escapen, la fama está servida.  
Por si acaso, a la oficina de la Seguridad Social de Juan Bravo, ni acercarse.

Palabra de dragón dopado con Deanxit.

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