No soy una esotérica de esas que se pasan la vida interpretando
signos del más allá. Simplemente me sorprenden las casualidades y sorpresas que
nos depara el destino. ¿Está escrito, no está escrito, nos lo montamos…? Yo qué
sé. Lo que sí tengo claro es que algunas veces las circunstancias ponen los
pelos de punta, y una de ellas sucedió cuando murió “la tata”. Ella trabajó en
casa de mi abuelo, luego en la de mi madre, y se vino conmigo a vivir ya
jubilada, hasta que encontró a la persona que consideró idónea para cuidar a
mis hijos cuando me iba a trabajar. Era una segunda madre para mí.
Recuerdo que los domingos de mi infancia, cuando la banda
municipal tocaba “Suspiros de España” debajo del balcón de nuestra casa, ella
dejaba todo lo que estuviera haciendo y se quedaba como extasiada. Entonces yo
salía corriendo, la agarraba por la cintura y bailábamos juntas ese
pasodoble. Recuerdo el sol alicantino,
la Explanada llena de gente, el balcón desde donde mirábamos a la banda tocar, los
espectadores. Pero, sobre todo, recuerdo su cuerpo rechoncho moviéndose entre
mis brazos con la agilidad de una bailarina del Bolshoi.
Era domingo, era “la
tata” bailando, era mi infancia.
Un día, como ocurre siempre, todo cambió. Olvidamos nuestro
pasodoble, la banda de la explanada y ese sol que iluminaba nuestros domingos.
Murió mayor, tenía 90 años y la enterraron en su adorado
pueblo: Benejuzar. Un pueblo del que me había hablado tanto, que aun a pesar de
no haberlo visitado hasta entonces, me convertí en el google maps de mi familia
cuando fuimos a su entierro,
Con su féretro enmedio de la iglesia y una pena que me
impedía mantenerme en pie, lo escuché claramente, al principio sonaba muy lejos,
como si lo trajese el aire o el viento de otro lugar, un viento de mar o de
olas, como el que percibíamos en casa muchos años antes. Pero poco a poco el
sonido se fue acercando, metiéndose entre los bancos, llenando la iglesia, impidiendo
al sacerdote hacerse oír. Era nuestra canción, la que tantas veces habíamos bailado
frente al balcón de la Explanada. “Suspiros de España” sonaba en aquella
pequeña iglesia con la fuerza de una despedida alegre, como si se marchara
bailando su pasodoble preferido, sin pena, sin recuerdos, deseosa de quitarme
la angustia. Me lo estaba explicando de la única forma que había hecho siempre,
bailando pasodobles.
No sabía qué pensar, las piernas me temblaban y sentí su
sonrisa, su cintura moviéndose entre mis brazos, su enorme boca riendo.
Los miembros de la banda municipal ensayaban para las fiestas
del pueblo en la plazoleta que había frente a la iglesia. Nadie había encargado
ese pasodoble, fue espontaneo. Nos pidieron
disculpas al enterarse que se celebraba una misa de difuntos. Pero no importaba
porque ella bailaba en algún lugar que yo ya no podía ver.
Por eso, todos aquellos que hayáis leído mi última novela: “Fotos en el
congelador” comprenderéis por qué el abuelo de la protagonista se niega a
bailar “Suspiros de España” interpretada por otra banda que no fuese la del
pueblo de Benejuzar. Ese ha sido mi homenaje a esa mujer extraordinaria que nunca
dejó de estar a mi lado y a la que nunca olvidaré.
2 comentarios:
Yo también tuve a la "tata" que nos crió a mis hermanos y a mí y después a mi hija, cuando me iba a trabajar.Después aparecía y desaparecía como el Guadiana:en invierno en casa de mis padres y en Septiembre a la vendimia a Francia, donde tenía una "chambra· Ahora tengo la suerte de poder ayudarla en su vejez, pues tiene su casita en Villafranqueza (y siempre nos cuenta que mi padre le dió las quince mil pesetas para comprarla )y le llevo alguna cosa, que sé que nunca pedirá, pero que le viene bien si se la llevo. Y sobretodo le llevo a mis nietas que, curiosamente, se sientan en sus rodillas como si supieran que es de la familia mientras ella les cuenta cómo llevaba a su mamá al monte a ·coger caracoles" y ellas la escuchan embelesadas. Sus fotos familiares se entremezclan con las de mis padres: ("el señorito" y "Dña,Angelita") y con las de todos nosotros: Somos su familia y ningún PODEMOS conseguirá que anide en su interior el deseo de revancha del "explotado". Nos quiere y la queremos y eso no tiene bandera.
Ellas siempre vivirán en nuestro recuerdo, en tus poesías, en mis novelas, en todo aquello que seamos capaces de crear. Una suerte haberlas tenido, y tu mas por tenerla todavía.
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