En
alguna parte leí que no somos nosotros los que buscamos un libro, sino el libro
el que nos busca a nosotros.
Cuando
a alguien le atrae un libro que me entusiasma, me siento compenetrada. Es como si
dejara de estar sola en el universo, como si me diese cuenta de que hay otro, aunque lejos, en el espacio o el tiempo, que
comparte algún tipo de energía conmigo.
Me
cuesta mucho analizar un texto que me entusiasma, de la misma forma que me
encanta dejarme llevar por la magia o los cuentos. Jamás observaré al mago para
ver si pillo el truco. Dejaré que me engañé, que me cuente, que me sorprenda.
Me dejaré engatusar como si se tratara de los piropos de un amante largamente esperados.
Sé
que como escritora, debería aprender de aquellas novelas o relatos que me
gustan, buscar el por qué y tratar de desentrañar el misterio de mi
fascinación, pero no puedo. Ni siquiera puedo dejar de avanzar. Ya lo analizaré
más tarde, me digo. Lo releeré, y la segunda vez comprobaré la estructura, los
personajes, la trama, los puntos de giro. Pero cuando lo releo vuelvo a caer en
la ilusión y me dejo llevar. “El amor en
los tiempos del cólera” lo tengo subrayado en sus comienzos, pero poco a poco las marcas, los avisos, las llamadas,
van desapareciendo porque ya no puedo analizar más, porque me parece que estoy
perdiendo la ilusión, porque necesito dejarme llevar.
Acabo
de terminar uno de esos libros que me cuesta analizar: se titula “La librería
encantada” de Christofer Morley. Se
publicó en 1917, y de nuevo me he
preguntado ¿por qué me ha gustado tanto?
¿Quizá sea por la ternura de los personajes, la forma de contarlo, la atención
a los pequeños detalles, o solamente porque van evolucionando a lo largo de la
historia, como ocurre en “La reina de África” o en “Las aventuras de
Huckleberry Finn”? Lo cierto es que no lo sé, pero cuando lo comparo con
novelas de extraordinario éxito actual, me preguntó. ¿Dónde están los míos? Por
qué ese o aquel libro no me llama. Quizá porque no me atraen las tramas
detectivescas, las románticas empalagosas con aire de misterio, o las novelas
pseudo históricas. Me gusta que me hablen de ese ser capaz de transformarse,
sufrir o querer a secas. Un ser a la vez héroe o villano con el que me siento
identificada, que lucha contra su condición. Me gusta que me hablen sin tapujos
del ser humano.
Eugene
O´neill, dijo poco después de obtener el Premio Nobel de literatura. “Cuando
tengo ganas de sonreír un poco para que sean más ligeras las tardes, leo las
novelas de Morley.” A veces el término “ligero” está muy mal interpretado. Para
mí significa: sencillo, directo, que da en el clavo, que no se engola.
La
buscaron los libros de Morley como me buscaron
mí, y todavía no sé por qué.
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