sábado, 1 de agosto de 2015

¿ROBO, HURTO O SERIEDAD?


                           


               




Ayer me robaron el espejo retrovisor lateral derecho. Fue una obra profesional donde las haya.

Me tomaba una horchata frente al mar mientras el profesional quitaba limpiamente el espejo, dejando intactos: los cables, el soporte y el mecanismo.

La compañía de seguros me pidió que antes de dar el parte pusiera una denuncia en la comisaría.

 Hasta ese momento los acontecimientos no llegaban a superarme, pero mi amiga Paula se empeñó en que si quería que el seguro cubriese el retrovisor no tenía más remedio que exagerar el acontecimiento hasta límites de  ciencia ficción. Casi tenía que denunciar un intento de violación masiva con desprendimiento de retina y de retrovisor. “¿Pero cómo voy a mentir de esa forma?” “Pues tú verás, porque si es hurto la compañía se desentiende.” Quise confirmar el hecho, pero cada vez me convencían más de que las compañías antes de pagar piden sangre como en los combates de boxeo. Raúl me dijo que a él le pidieron un parte de lesiones del hospital para que el seguro le devolviese los 300 euros que una mano silenciosa le arrebató en cuanto salieron los billetes por la ranura del cajero. “Tan solo me indicó que me callara poniéndose el dedo índice delante de la boca y señalando con la cabeza la mochila colgada a su espalda, como si dentro llevara un fusil Kalashnikov. Pero eso no le bastaba al seguro, y si no llega a ser por mi cuñado que se brindó gustoso para pegarme unos cuantos puñetazos, me quedo sin los 300 euros. Fue duro, créeme.”   

Cuando llegué a la comisaría ya se me había puesto cara de sospechosa. El policía de la puerta me miró mal y yo me subí la capucha de la sudadera. Me señaló la dirección a la que me debía dirigir y entré pisando fuerte para que no se notara mi confusión. La sala se hallaba llena de carteles en los que te prevenían sobre denuncias falsas. Me acordé de las advertencias que nos hacían antes de un examen.

“El que copie, tenga intención de copiar, hable con el compañero, estornude… Será expulsado inmediatamente del examen y constará en acta para futuras pruebas.” Mis compañeros pasaban de los avisos olímpicamente, pero a mí se me salían las lágrimas de terror. Reconozco que solo esas contundentes advertencias, ya me daban ganas de declararme culpable. No puedo explicarlo, es un síndrome que me acompaña desde la infancia y que en ese instante y ante la autoridad competente, debía superar.

Antes de sentarme me dediqué a leer todos los artículos del Código Penal que podría infringir si no decía  la verdad, las penas a las que me vería sometida. Había también recortes de periódico donde se contaban hechos espeluznantes en los que se pillaba “in fraganti” al mentiroso. Una señora denunció el robo de un móvil con agresiones e insultos. Y cuando la policía le pidió los datos, llamaron al teléfono denunciado y sonó en su bolso. Un comerciante denunció un robo en su local para conseguir una indemnización y tuvo la mala suerte de que el simulacro fue grabado con las cámaras de una oficina bancaria que estaba enfrente.

Me aturrullé, abrí el bolso por si se me había quedado un espejo dentro, intenté recordar si había algún banco cerca del lugar donde tenía aparcado mi coche… Al final declaré la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. No sé si el seguro me pagará el espejo, pero el susto que pasé en la comisaría merece una indemnización de la compañía aseguradora por ser tan tiquismiquis a la hora de hacerse cargo de sus obligaciones, por inducirnos a tener malos pensamientos.

No me parece bien que porque unos cuantos cantamañanas campen a sus anchas sin que los controlen, los demás debemos pagar las consecuencias.

Eso me recuerda a cuando la comunidad de Madrid decidió bajar el sueldo a los funcionarios que estuvieran de baja por enfermedad. Las curaciones fueron milagrosas. Aparecieron lisiados, ciegos, cojos, mancos y constipados de todos los  confines de la tierra dispuestos a darse de alta y currar. Por lo menos eso es lo que contaron los periódicos para escarnio de TODOS  los funcionarios.

La Comunidad en vez de tomar cartas en el asunto e investigar a los sanados milagrosamente, lo que hizo fue continuar con la ley, poner verde a los funcionarios, justificar lo poco que nos merecíamos, y jorobar a los que de verdad tenían una enfermedad. No le importó que una enfermera entrara en un quirófano con gripe y contagiara al enfermo falto de defensas, porque no se podía permitir una bajada de sueldo. Lo importante era no ponerse a investigar, que eso les resultaba pesadísimo.

Pues que sepan los políticos y las compañías aseguradoras, que no estamos dispuestos a pagar justos por pecadores por su infinita  vagancia a la hora de ponerse a trabajar.  

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