Ayer me robaron el
espejo retrovisor lateral derecho. Fue una obra profesional donde las haya.
Me tomaba una horchata
frente al mar mientras el profesional quitaba limpiamente el espejo, dejando
intactos: los cables, el soporte y el mecanismo.
La compañía de seguros
me pidió que antes de dar el parte pusiera una denuncia en la comisaría.
Hasta ese momento los acontecimientos no
llegaban a superarme, pero mi amiga Paula se empeñó en que si quería que el
seguro cubriese el retrovisor no tenía más remedio que exagerar el
acontecimiento hasta límites de ciencia
ficción. Casi tenía que denunciar un intento de violación masiva con
desprendimiento de retina y de retrovisor. “¿Pero cómo voy a mentir de esa
forma?” “Pues tú verás, porque si es hurto la compañía se desentiende.” Quise
confirmar el hecho, pero cada vez me convencían más de que las compañías antes
de pagar piden sangre como en los combates de boxeo. Raúl me dijo que a él le
pidieron un parte de lesiones del hospital para que el seguro le devolviese los
300 euros que una mano silenciosa le arrebató en cuanto salieron los billetes
por la ranura del cajero. “Tan solo me indicó que me callara poniéndose el dedo índice
delante de la boca y señalando con la cabeza la mochila colgada a su espalda,
como si dentro llevara un fusil Kalashnikov. Pero eso no le bastaba al seguro, y
si no llega a ser por mi cuñado que se brindó gustoso para pegarme unos cuantos
puñetazos, me quedo sin los 300 euros. Fue duro, créeme.”
Cuando llegué a la
comisaría ya se me había puesto cara de sospechosa. El policía de la puerta me
miró mal y yo me subí la capucha de la sudadera. Me señaló la dirección a la
que me debía dirigir y entré pisando fuerte para que no se notara mi confusión.
La sala se hallaba llena de carteles en los que te prevenían sobre denuncias
falsas. Me acordé de las advertencias que nos hacían antes de un examen.
“El que copie, tenga
intención de copiar, hable con el compañero, estornude… Será expulsado
inmediatamente del examen y constará en acta para futuras pruebas.” Mis
compañeros pasaban de los avisos olímpicamente,
pero a mí se me salían las lágrimas de terror. Reconozco que solo esas contundentes
advertencias, ya me daban ganas de declararme culpable. No puedo explicarlo, es
un síndrome que me acompaña desde la infancia y que en ese instante y ante la
autoridad competente, debía superar.
Antes de sentarme me
dediqué a leer todos los artículos del Código Penal que podría infringir si no
decía la verdad, las penas a las que me
vería sometida. Había también recortes de periódico donde se contaban hechos
espeluznantes en los que se pillaba “in fraganti” al mentiroso. Una señora
denunció el robo de un móvil con agresiones e insultos. Y cuando la policía le
pidió los datos, llamaron al teléfono denunciado y sonó en su bolso. Un
comerciante denunció un robo en su local para conseguir una indemnización y
tuvo la mala suerte de que el simulacro fue grabado con las cámaras de una
oficina bancaria que estaba enfrente.
Me aturrullé, abrí el
bolso por si se me había quedado un espejo dentro, intenté recordar si había
algún banco cerca del lugar donde tenía aparcado mi coche… Al final declaré la
verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. No sé si el seguro me pagará
el espejo, pero el susto que pasé en la comisaría merece una indemnización de
la compañía aseguradora por ser tan tiquismiquis a la hora de hacerse cargo de
sus obligaciones, por inducirnos a tener malos pensamientos.
No me parece bien que porque
unos cuantos cantamañanas campen a sus anchas sin que los controlen, los demás
debemos pagar las consecuencias.
Eso me recuerda a
cuando la comunidad de Madrid decidió bajar el sueldo a los funcionarios que estuvieran
de baja por enfermedad. Las curaciones fueron milagrosas. Aparecieron lisiados,
ciegos, cojos, mancos y constipados de todos los confines de la tierra dispuestos a darse de
alta y currar. Por lo menos eso es lo que contaron los periódicos para escarnio
de TODOS los funcionarios.
La Comunidad en vez de
tomar cartas en el asunto e investigar a los sanados milagrosamente, lo que
hizo fue continuar con la ley, poner verde a los funcionarios, justificar lo
poco que nos merecíamos, y jorobar a los que de verdad tenían una enfermedad.
No le importó que una enfermera entrara en un quirófano con gripe y contagiara
al enfermo falto de defensas, porque no se podía permitir una bajada de sueldo.
Lo importante era no ponerse a investigar, que eso les resultaba pesadísimo.
Pues que sepan los
políticos y las compañías aseguradoras, que no estamos dispuestos a pagar
justos por pecadores por su infinita vagancia
a la hora de ponerse a trabajar.
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