Hace
tiempo me enviaron un vídeo por facebook que me llamó mucho la atención. Se
trataba de un grupo de leones y leonas comiéndose a un ñu en la sabana, al sur
de Kenia, y mientras se afanaban con la presa, tres indígenas, extremadamente delgados
y de 65 años, los miraban desde una
prudente distancia. En un momento determinado, como si un resorte los hubiera
puesto en marcha, se lanzaron como un solo hombre hacia la pieza que devoraban
los leones, y lo hicieron con decisión, sin dudas. Éstos, al verlos llegar, se
fueron apartando de la presa poco a poco. Y los indígenas, sin perder tiempo,
cortaron una pata del animal con un machete y se la llevaron. Los leones que
observaban no muy lejos, al verlos marchar volvieron a su presa sin atacarles.
Era la máxima manifestación de lo que puede generar el desconcierto. La fuerza
de la decisión y el inmenso poder de la sorpresa.
Desde
entonces no he dejado de pensar en el vídeo, y cuando la otra noche estuve
viendo un documental sobre la segunda guerra mundial, confirmé mis sospechas.
Hitler fue invadiendo territorios sin encomendarse a dios ni al diablo. En
primer lugar, los territorios que él
consideraba alemanes. El resto de europeos contemplaban la decisión de sus
hazañas, tan perplejos como los leones a los indígenas. “Bueno”, pensaron, “al
fin y al cabo son territorios a los que él cree tener derecho, no merece la
pena inmiscuirse.” Los datos que se daban en el documental era que si en ese instante
se le hubieran parado los pies, los alemanes hubieran tenido que desistir
porque no estaban preparados ni militarmente ni económicamente para el
enfrentamiento con Europa. Pero pareció una nimiedad, un desgaste inútil, una
falta de temple. Luego invadieron Polonia, y el susto fue morrocotudo, pero ya
no había nada qué hacer. Los pactos estaban firmados por detrás, y los alemanes
también estaban mucho más pertrechados. Después…, bueno, lo que vino después ya
lo conocemos todos. Murieron entre 55 y 60 millones de personas en la guerra,
hubo mutilados y hambre durante muchísimos años. Y todo por el poder de la
sorpresa, la inactividad y la dejadez de
los que observan cobardes sin tomar medidas a tiempo.
De
hechos como ese está plagada la historia. Hernán Cortes invadió el imperio
azteca con unos cuantos soldados y marineros. Invadió a un PAÏS entero, que se
dice pronto. ¿Cómo se explica eso?, pues por el dichoso poder del desconcierto,
por la sorpresa, por la falta de arrojo en los momentos precisos.
“Momentos
estelares de la humanidad: catorce miniaturas históricas”, un libro de Stefan
Zweig, nos habla de cómo se ha ido conformando la historia, y nos cuenta hechos
sorprendentes de pérdidas por despistes, casualidades, sorpresas e indecisión.
Siempre igual, unos leones sin arrojo que se
ven sorprendidos por cuatro indígenas
temerarios. Un hombre temerario y sin escrúpulos se enfrenta a un blando que se
lo piensa todo tanto, que cuando va a actuar se le ha echado el tiempo encima.
Dictadores
que convulsionaros a la humanidad ante pánfilos de catalogo y la pifia
consumada.
No
viene nada mal leer este libro y repasar la historia en estos momentos tan delicados para el
futuro.
(Os
dejo el vídeo)
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