viernes, 30 de octubre de 2015

TÓPICOS Y PIROPOS






Los tópicos cada día proliferan más. Cómo dijo alguien, el que crea la primera  metáfora es un genio, el que la copia es un imbécil. Me sabe mal decir eso porque yo soy la primera que me dejo llevar por los tópicos cuando no me viene algo a la cabeza. “Venirse arriba o abajo”, es una expresión que me gustó la primera vez que la escuché, me pareció original. “Tener la cabeza bien amueblada” por el contrario, la encuentro  un poco enrevesada, como cursi. Lo de “te lo tienes que mirar” me repatea. Porque vamos a ver: ¿Me estás diciendo acaso que estoy desequilibrada? ¿que solo un psiquiatra o psicólogo podrá curar mi desvarío y que yo no te cojo por la solapa y te suelto cuatro insultos bien elaborados porque soy mema? Pues sí, eso mismo te quiere decir antes de soltar una sonora carcajada para humillarte.
  Todos esos tópicos me recuerdan a los piropos que tenías que escuchar en tiempo de piropos. Eran tan repetitivos y nauseabundos que no llegabas a entender por qué no te liabas a bolsazos. Y no lo hacías porque te diese vergüenza, sino porque no tenías las tablas que se adquieren cuando ya nadie te requiebra, y te deja una sensación de postgraduada en respuesta, que te amilana. Es como cuando te pasas horas pensando en lo que le deberías haber dicho al que te insultó sibilinamente. Una frustración, porque cuando encuentras la respuesta adecuada, ya ni pega ni el idiota está a mano.  Quizá por eso mi tía Adelaida no me dejaba ir al cine sola con mis amigas. Decía qué le mosqueaba tanto señor mayor viendo Peter Pan, que a esos en su pueblo se les llamaba pervertidos, en vez de decirles que se “lo tenían que mirar”, porque cada época tiene su forma de designar.
Una tarde se sentó a mi lado un hombre mayor y Adelaida me dijo que me cambiara por ella, hecho que al hombre le hizo “venirse arriba”. Quizá pensó que lo que Adelaida quería era ligar y le toco la pierna. Adelaida, en vez de insinuarle que se “lo hiciese mirar”, le preguntó a voz en grito; qué hacía esa mano encima de su muslo. Fue tan contundente que las luces de la sala se encendieron y el hombre salió corriendo,  supongo que porque “se vino abajo”, aunque lo más seguro fuese que corriera para evitar que le aplicaran la ley de vagos y maleantes que en esa época estaba muy en boga.

 ¿Es que no te gusta que te digan piropos?, me preguntó un compañero de clase cuando lo fulminé con la mirada. Pues hombre, como gustarme, me gusta, pero que lo hagas rodeados de amigos,  en medio del campus y muertos de risa, no tanto. Y como tópico urbano, machista y bravucón, nada.
Menos mal que las mujeres vamos cogiendo tablas conforme crecemos. Lo malo es que cuando estamos preparadas para contestar hemos crecido tanto que  ya no nos dice piropos ni el loro de la esquina.
Mi amiga Clara liga por la voz. La tiene suave y cantarina. La piropea por teléfono hasta el del taller de coches. “Cuando vaya a recogerlo se va a llevar un chasco”, dice ella muerta de risa.  Concepción, sin embargo, engatusa con el photoshop en facebook. Carolina, que es más auténtica y sale a correr con zapatillas Nike y cinta en la frente, se topó con un exhibicionista en el parque. Dice que se quedó con su cara. ¿Solo con su cara? le pregunté intrigada. Pues sí, tenía interés en saber qué aspecto tenía. ¿Cuánto tiempo le mantuviste la mirada?, le pregunté. El suficiente para que “se viniera abajo” y se marchara.

Algo así era impensable en nuestra infancia. Solo la inocencia nos hacía tomar medidas contundentes como la que tomamos en la parada del autobús del colegio con uno que se apostaba tras una palmera y hacía gestos raros. Un día lo rodeamos intrigadas. El hombre, al ver que tanta niña se acercaba ilusionada a ver qué le pasaba, salió corriendo y no regresó jamás. Y es que la educación sexual de la época tenía sus ventajas, y como más tontas no podíamos ser, adoptábamos soluciones la mar de creativas. Algunas veces la memez se mezcla con la excelsa inteligencia y te deja “la cabeza tan bien amueblada” que acaba sorprendiendo al más retorcido.

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