Me
gusta ver cómo salen del lío en los que les meten los consultores. ¿Tienes
novio, cariño? Pues no. “¿Pero
hay alguien que te gusta?” “Pues no” La
echadora se contrae nerviosa, el pelo rizado se le va alisando por la
contaminación atmosférica que sufre su cerebro al enfadarse. Le gustaría gritarle:
“Y tú ¿para qué, narices, has llamado..., cariño? Pero se contiene. Y así, con habilidad, cara dura, artimañas,
desaciertos y hallazgos, va emitiendo un veredicto de lo más osado porque no va
a volver a ver al susodicho/a en la vida, y ella ya ha recibido su paga.
Ayer
me acordé de esas marrulleras por la similitud con los políticos y sus
respuestas. El CIS lleva a los líderes a mal traer porque les obliga a posicionarse
permanentemente: uno se hace el simpático, otra baila, otro ficha militares, el
de más allá promete sueldos p´a tos. Lo
que se tercie por subir las expectativas de voto. Pero en estas elecciones, todos,
absolutamente todos, tienen ante sí un hueso
duro de roer y lo saben: la secesión de Cataluña. Han descubierto que las
tarjetas black, los Pujols, el tres por ciento, Bárcenas, las preferentes, los
fondos buitres, los ERES y la enorme pobreza de este país son “pecata minuta” frente
al independentismo catalán.
Si
manifiestan su total adhesión a la proclamación de la Republica Catalana, se
quedan sin votantes en las generales. Eso lo sabe hasta el más tonto. Y si
dicen que de eso nada, se monta en Cataluña la marimorena. Te llaman facha,
carpetovetónico, mamut… Algunos, cual
bruja de la tele, tantean el terreno. Dicen que están en contra de la independencia catalana pero abogan por el
referéndum, otros dicen que si los dejan a ellos intervenir, convencen a los
catalanes para que se queden en España para siempre jamás. Otros hablan de “el
corredor mediterráneo”, dejando a los que viven en el corredor mediterráneo con
los pelos de punta. Porque así, de golpe, sin adiestramiento escolar ni odios
africanos, salir de Europa, del euro, poner fronteras hasta más allá de Orihuela,
que es lo menos valenciana que conozco, pues
les coge a desmano. Un lío.
¿A ver cómo sale éste del charco?, me pregunto
en las entrevistas, y se me quita el sueño. “¿A quién apoyaría usted llegado el
caso?” pregunta un periodistas. “Yo salgo a ganar…, cariño” “Ya, pero si no ocurriera?” “Pues ya ve usted, ni me lo
planteo…, cariño”.
Yo les
aconsejaría a los candidatos que se suscribieran a la página: “echadores de
cartas punto com”, y aprendieran a moverse en la ambigüedad hasta dejar
atontolinado al entrevistador y a los votantes, porque, al igual que los
consultores de brujas, si ellos quieren creer, van a aceptar la mayor
barbaridad que se les conteste. El problema son los no entregados, los que cambian
el panorama político sin despeinarse, los que no viven el síndrome de Estocolmo
por sus siglas de toda la vida. Y a
esos, precisamente, son a los que tienen que convencer, por lo menos de aquí a las elecciones. Porque una vez haya
pasado todo y con el voto en la mano; ya pueden pactar, desimputar, limpiar
currículos, azuzar a los catalanes, convencerles de que quién les roba son los
españoles, no ellos. Porque eso es muy antiguo: Roma la quemaron los
cristianos, no Nerón ¡so incultos!
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