Siempre me han obsesionado las
cosas, entendiendo por cosas las pertenencias personales. Quizá sea porque
cuando murió mi abuelo me pasaron inmediatamente a su habitación. Fue un poco
traumático, la verdad, porque ni siquiera me habían comprado mis propios
muebles y tenía que compartir su
escritorio, su sillón en el que dormitaba por las tardes, sus libros, su olor. Sobre todo, su olor. Era un
poco como si no se hubiese muerto del todo, como si deambulara de aquí para
allá en una dimensión que yo percibía pero no era capaz de ver.
Día tras día se iban llevando sus
muebles, su sillón, sus gafas. Cada tarde, cuando volvía del colegio,
encontraba un nuevo hueco en mi habitación y una nueva posibilidad de poner lo
mío; mis juguetes, mis cuentos, mis lápices de colores. A pesar de ilusionarme
con los nuevos espacios, siempre acababa topándome de golpe con algo que se parecía
mucho a la melancolía.
Una mañana encontré a mi madre arrastrando
un baúl por el pasillo, dijo que era para vaciar el armario del abuelo y meter
su ropa, dijo también que se lo iba a enviar
a mi tío, a Madrid.
Cuando regresé del colegio, el
baúl ya no se encontraba en la puerta, su armario estaba vacío. Creo que fue
aquella noche cuando tuve el sueño. Se trataba del abuelo, deambulaba por el
pasillo de la casa en calzones, buscaba su ropa. No le quise decir que se la
habían llevado a Madrid para mi tío, porque no quería que se diese cuenta de
que ya no la iba a necesitar nunca más. No sabía cómo explicarle que se había
muerto y que las camisas no le iban a servir, ni los libros, ni siquiera su
sillón
Desde entonces, cada vez que alguien
fallece en mi familia, sueño que regresa a por sus cosas y que yo disimulo para
no tener que explicarle que es que se ha muerto y que ya para qué.
Quizá es por eso que cada día me gustan menos
las compras, las rebajas, los recuerdos de los viajes, las figuritas o los
abalorios. Y cuando llegan las ofertas o me entero de que tal o cual persona se
ha corrompido por tener cien trajes de Armani en su armario, o me enseñan su
mansión llena de comedores y salones incapaces de albergar la confortable sala
de estar en la que se lee o se comparte lo pequeño, lo imagino en el futuro, por
los pasillos de su mansión, buscando las trescientas camisas de diferentes
colores, o la colección de coches, tan atareados ellos en sus cosas, y es entonces cuando recuerdo al abuelo y su
baúl, y las rebajas, y las mansiones enormes en las que parece que vivas en un
hotel.
Es posible que todo este agobio que
me producen las cosas se deba a que me trasladaron demasiado pronto, o
demasiado deprisa, o demasiado niña, a la habitación de mi abuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario