sábado, 12 de noviembre de 2016

LA LEY DE LA ATRACCIÓN Y EL DESEO

                                   








De pequeña soñaba con tener un marcapasos como el de mi abuela. Ella decía que con un marcapasos el corazón siempre está controlado, siempre late, no se acelera, no te enfadas, no te sientes triste, lo programas para reír y para cumplir tus sueños. Un marcapasos evita las tristezas, esas tan raras que a ella le entraban a las seis de la tarde. Eso me contaba cuando le pedía que me lo dejara tocar, cuando le preguntaba si le dolía, si se iba a morir al quitárselo.
Un día, cansada de que no me hicieran caso, decidí pedírselo a los reyes, pero ellos tampoco querían hacerme ese regalo. Y así pasé mucho tiempo, tanto que hasta lo olvidé. Pero, según dicen, existe una ley en el universo que atrae todo lo que se desea, es como una especie de agujero negro, de ondas gravitacionales, de curvatura que nadie entiende pero que sabemos que está ahí. Dicen que algunos científicos lo han descubierto, que no es que lo hayan visto sino que lo han detectado a través de fórmulas matemáticas, pero nadie lo ha experimentado todavía, y como lo que no se controla no existe, nadie los cree.
Un día, muchos años después,  mi corazón se volvió loco, latía raro, como a su bola. Sentía que me mareaba o que me dormía y cuando me desperté de la anestesia me dijeron que me habían puesto un marcapasos.
Entonces ya había crecido, sabia que no iba a ser más feliz por llevarlo, que no me iba a reír más o menos, que las seis de la tarde volvería a traer sus tristezas, que estaba enferma y que esa era la única forma de sobrevivir. Mi abuela ya no estaba para contarme la verdad de su mentira. Supongo que lo hizo para no asustarme, supongo que mi deseo se materializó por esa ley que todavía no han descubierto pero que de alguna forma debe regir el universo: La ley de la atracción y el deseo.
Escribí en este blog lo que sentía cuando me lo colocaron por primera vez, hace ahora ocho años,  y una chica me escribió para decirme que a ella también se lo iban a colocar, para preguntarme qué se siente, para hablarme de su miedo, de su angustia, de su inseguridad,  y yo, al igual que mi abuela, le hablé de las maravillas de llevar un marcapasos,  de las alegrías, de la tranquilidad que da saber que tu corazón está controlado, que hasta lo puedes programar para evitarte el sufrimiento, que puedes jugar al golf y hacer parapente, le dije todo lo que un día lejano me contó mi abuela.  No sé si la tranquilicé, no volví  a saber de ella, no quise inmiscuirme en su vida. Era tan joven. Supongo que estará bien, que se habrá olvidado de aquella angustia. No quise preguntarle, pero a veces imagino que, al igual que yo en mi infancia, se quedó tranquila, que todo aquello pasó.
El jueves me lo cambiaron. Las pilas de un marcapasos se agotan y hay que poner otro. No se cargan como los coches eléctricos, no se insertan suavemente con hilos finos como en miles de operaciones. No se meten en el corazón a través de drones pequeñitos por la nariz. Que aunque se hayan inventado robots que son capaces de escribir canciones o versos a lo Bob Dylan o Leonard Cohen por medio de algoritmos, el marcapasos sigue igual; te tienen que volver a abrir, rajarte de nuevo, insertarte otro, coserte por el mismo sitio y dejarte tan dolorida como la primera vez. Hasta que los puntos se secan, hasta que te los quitan, hasta que vuelve a cicatrizar la herida, hasta que lo olvidas, hasta que todo vuelve a la normalidad. Y hoy, mientras espero a que no duela, a que no tema que alguien me de un codazo en el autobús, a que se me pase el dolor, pienso en la chica, en mi abuela, en la ley de la atracción y el deseo.

Hoy pienso que quizá algún día pueda programar mis cables para reír, para imaginar para sentir que todo está bien o alcanzar la fuerza de un deportista de elite, pero por ahora solo pienso que estoy viva y que lo que menos importa es si rio o lloro, si me canso o si me cuesta subir escaleras, porque espero que esa ley que rige un universo desconocido aún, me permita en un futuro alcanzar sueños menos dolorosos. 

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