Los
animales tiene un sentido de imitación que se llama: impronta. Es una forma de
defenderse del mundo que les rodea, y la adquieren nada más nacer. Ellos siguen
al primer ser que se mueve y lo imitan. Si se te ocurriera pasar por dónde
acaban de nacer un grupo de patitos, seguro que te confunden con su madre, y te
siguen. Debes ser un poco agobiante, la verdad. Imagino entrando en el trabajo
rodeada de patitos y me estreso. Desde que me enteré, me fijo mucho cuando voy
por la calle y, sobre todo, si me invitan
a una granja.
He
estudiado mucho sobre ese asunto desde entonces, tanto que a veces lo sueño.
En
la vida animal muchas especies usan este tipo de aprendizaje temprano. Los
animales recién nacidos comienza a seguir al primer objeto relativamente grande
en movimientos que perciben, parecen mostrarse contentos y tranquilos cerca de
ese animal.
Gracias a
este conducta innata del recién nacido, el pollito o el patito, permanecerán
cerca del animal que perciba nada más nacer, que con mucha probabilidad es su
madre, pero no siempre. Puede ser Bárcenas, pongo por caso, o Rato, o Mafo ¿por
qué no? Es decir, puedo robar o no ver (depende del primero al que hayan visto
al nacer). Todavía lo recuerdo “El daño emergente y el lucro cesante”. De esta manera
aprenderé fijándome en la forma en cómo se alimentan, crecen, se reproducen, acusan y actúan mis paisanos.
Es
por esto que muchos animales desde crías siguen en todo momento a sus
padres. Este tipo de impronta se denomina Impronta filial o troquelado. Es
generalmente muy rápida y duradera, da lugar a cambios medibles en la anatomía
y la neuroquímica del cerebro.
Todo
este asunto me ha hecho pensar en las personas de las que estamos rodeados y la
tendencia innata para imitarlas.
No
soy patito, que duda cabe, pero soy un ser vivo con impronta, y desde hace unos
días, como que me apetece seguir a todos aquellos que han conseguido dinero
público, o sea mío, con sus fechorías, y que no ha pasado nada o muy poco. Es
entonces cuando me doy cuenta de que siento la necesidad de seguirlos allá
dónde vayan, de dar un pelotazo de categoría, de eludir impuestos, de conseguir
subvenciones, de cobrar dietas hasta para comprar pasta de dientes... No sé, es
un arrebato al que me impulsa mi especie. Es nada menos que la neuroquímica del cerebro.
En
el fondo, ¿qué va a pasar si me siento patito?
Oye,
que al nacer no me di cuenta de cuales eran las normas de conducta que debía
seguir, pero nunca es tarde y además está en mi naturaleza.
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