A
veces tiene uno la sensación de ser héroe de novela mala. Es algo así como
cuando das alguno de tus textos a otro escritor y te lo devuelve lleno de
tachones. “¿Pero acaso no te has dado cuenta de que los nombres que has puesto
a los personajes principales inducen a confusión, o que has empleado demasiadas
veces la misma palabra o escena y se hace cansino?” “Es verdad que tiene un
comienzo impactante con esa escena de corrupción y engaño, pero, tío, te has
pasado”.
En
fin, que cuando uno descubre que Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo,
se enfrenta a Donal Trump, presidente de EEUU, o que al Ayatolla Jomeini le
sustituyó el Ayatolla Jamenei, se siente, cómo diría yo, avasallado por las
repeticiones y casualidades. Piensas que el escritor ha pasado una mala noche,
que quizá se esté riendo de nosotros, que a lo mejor quiso ligar con la rubia de
la barra y escribió un texto a vuela pluma para impresionarla. No sé, no se me
ocurre la respuesta exacta. Además, si el relato comienza con une escena
estremecedora, tipo corrupción en tal o cual partido, rotura de discos duros, escuchas
ilegales, dinero extraído de las arcas para pagar servicios personales, engaños
de los directivos de los bancos Y, Z y W. En fin, todo eso, y pasan diez
capítulos sin avanzar la trama, si continúan las mismas secuencias, repetidas
una y mil veces sin resolver, lo que te apetece es llamar al autor y decirle: “¿Pero
tú te has creído que los lectores somos imbéciles o qué?” El problema es que no
somos lectores sino personajes. Si un capítulo trata de cómo imputan a una
persona por no pagar el impuesto de lo robado y el juez no toma medidas por “haber
robado”, (que a mi entender es lo mollar), sino por los impuestos sobre lo
ajeno, si no se emite sentencia porque los jueces no lo tienen claro y nadie les
apercibe por no aclararse y alargar el planeo meses y años, pues te entran unas
ganas enormes de despedir al escritor con cajas destempladas; porque no tiene
carácter, porque sus tramas carecen de verosimilitud, por hacerte perder el
tiempo y por pasarse las noches tomando chupitos.
“Esa
historia no hay quién se la crea”, le dice el amigo escritor al autor del
bodrio.
A
veces pienso que un autor de esa guisa no merece a sus personajes, por pasarse las
noches de fanfarria y por importarle un pimiento el principio, el nudo y el
desenlace.
Los
lectores puede que se rebelen pero los héroes nunca, no podemos.
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