domingo, 20 de noviembre de 2022

EL GRAN MAURICIO Y EL INDIGENTE

                                  



 

 

Ayer fui al cine. Al salir del metro encontré a un indigente hablando con una señora, la cual le decía algo sobre fotografiarle. Me pareció que le hablaba de que esas fotografías las llevaría a un centro de... No pude seguir escuchando, no quería que me llamaran la atención. Nunca se conoce el estado mental de las personas que prefieren el frio de la calle en libertad a un albergue con normas, ni tampoco el de los que prefieren un lugar seguro con normes a la libertad, pero sí llegué a darme cuenta del pequeño espacio que se había organizado alrededor: apilaba edredones sucios, utensilios de cocina, ropa de lana, alguna gorra. En el centro del espacio había un sillón de orejas lleno de mugre, pero cómodo, muy cómodo, y él iba vestido correcto pero con suciedad. Ya había visto demasiado para un simple vistazo de pasada.

La película a la que me dirigía era “EL GRAN MAURICE”, una encantadora historia sobre las esperanzas y los sueños. Trata de un padre de familia, operador de grúa de un pequeño pueblo, que ve peligrar su trabajo. Tras ver un partido de golf en la tele, decide participar en el torneo más importante del mundo, el Open Británico. El problema es que Maurice no ha jugado al golf en su vida, pero tiene una máxima: “Todo se puede conseguir si se practica” Maurice no es un bromista, Maurice se lo cree. Con 48 años piensa que puede ganar el campeonato, dadas su premisa de practicar y no perder las esperanzas. Maurice no es solo un idealista, es el perdedor con el que todos nos sentimos identificados, es un Don Quijote fascinante. La historia del hombre noble, que no ve a los malo que le rodean, que confía en los demás, y que pierde una y otra vez. La historia está contada en un tono humorístico, porque humorístico es el personaje que todavía confía en los demás y, lo más importante, que existió.

No continuo porque no quiero revelar o hace spoiler (como se dice ahora).

Salí del cine con una sonrisa en los labios, me gusta pensar que todavía existen y continuarán existiendo personajes puros, por mucha risa que nos den.

Volví a pasar por “el hogar” del indigente. Está vez no estaba la señora. No sé si le había quitado el móvil, se lo había regalado ella, o lo tenía de siempre. Lo cierto es que  sentado en su sillón de orejas se hacía una auto foto, o selfie (como se dice ahora). O quizá estaba haciendo una video llamada. Para mostrar su rincón enfocaba a unas plantas de plástico que enmarcaban su entorno. No quise detenerme por no importunarle. “Como en la casa de uno en ningún sitio”, pensé.

 Me alejé sin perder la media sonrisa que el gran Maurice me había dejado.

Entré en el ascensor del metro gritando para mí un hurra por los perdedores, porque en el fondo todos lo somos; por los solitarios, porque sabemos que lo estamos aunque nos rodeen miles de personas; un hurra por el ser humano descarnado, en su esencia, porque, aún sabiendo que lo tenemos todo perdido todavía, “practicamos” cargados de esperanza.


No hay comentarios: