Escribir es una gran compensación egoísta, una manera pusilánime e imaginaria, de dar salida a pulsiones profundas de tu ser.
Para que una novela haga daño es preciso que sea leída y entendida. La novela sigue siendo la convocatoria de un hombre a otros hombres a encontrarse en lo imaginario, para desde allí entender como insuficiente la vida.
A veces basta con empezar a escribir para que una cierta confianza te gane, para que un cierto sentimiento de exaltación reemplace el desencanto y la parálisis.
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