viernes, 22 de febrero de 2008

Un cuento para Bea




TERAPIA DE FAMILIA.





Ya hacía tiempo que don Punto rondaba a doña Coma. Se había enamorado de ella. Le regalaba flores, la invitaba al cine, la llenaba de atenciones. Las letras sabían que antes o después ella acabaría cediendo, aceptaría al bueno de don Punto. Aunque eso sí, jamás por su palabrería, quizás más bien, si lo hacía, sería por su tozudez, por su insistencia, por su bondad.
Don punto era tajante, escueto, conciso, sin demasiadas florituras. Lo de regalarle flores fue una idea que le dio una amiga; la hache, y que él aceptó como un paso necesario para conseguir conquistar el corazón de doña Coma. Eran tan diferentes. Él era un hombre cabal, iba siempre al grano. Doña Coma era otra cosa: Mucho más alegre, aunque algo dispersa, es cierto. Se perdía en explicaciones, ampliaba la información, algunas veces, no siempre, solo en ocasiones, lo hacía por el puro placer de decir. Los adjetivos la querían mucho, eran sus aliados. Pero sobre todo, por encima de todo, las oraciones subordinadas. Siempre la estaban llamando para cualquier cosa; para merendar, para ir de compras. Ella se dejaba querer. Y quizás fue por eso, por lo diferentes que eran, porque los extremos se atraen, por lo que un día de mayo ella dijo sí. Las letras no estaban seguras de cómo habría podido convencerla. Pero lo cierto es que se casaron.
Por fin se celebró la boda. Fue una ceremonia magnífica y multitudinaria. Invitaron a las láminas de colores, al diccionario, a los verbos. Las letras se agolpaban a la salida de la iglesia para ver a esa doña Coma parlanchina dar un beso al sesudo don Punto.
Los novios iban de la mano, andaban bajo un palio de terciopelo púrpura bordado con pequeñas perlas. Luego se celebró un banquete oficial que duró cinco horas. Don Punto y doña Coma se sentaron en la cabecera de la mesa y bebieron en copa de plata.
-Está claro que se aman –dijo una de las oraciones afirmativas- ¡Tan claro como el cristal!
-¡Que honor! - exclamó la admiración.

Y fueron felices, aunque no sin ciertos roces, claro. Ella reía, y él ponía orden en la casa. Ella hablaba y hablaba, y él centraba el tema.
Tuvieron dos hijos, dos preciosos niños a los que les pusieron por nombre: Dos puntos y Punto y coma. Eran chiquillos alegres, despreocupados como su madre, y a los que a don Punto le costaba mucho educar.

Fue una tarde, los niños llegaron del colegio con malas notas. Pero eso no era la primera vez que ocurría, qué va. Don Punto estaba cansado de esos ceros peloteros en casi todo, y dijo una vez más que la culpa la tenía su mujer por consentirles tanto, por ser como era; dispersa, atolondrada, poco rigurosa.
-Nunca te ocupaste de mantener el orden en esta casa- dijo él- Ni siquiera les tomas la lección.
Sin embargo aquella vez no fue una pelea como otras. Doña Coma no fue comprensiva como lo había sido hasta entonces. Dijo que ya no aguantaba al aburrido de su marido ni un minuto más, y abandonó la casa con sus dos hijos. Quizás porque ya estaba harta, quizás porque fue la gotita que colmó el vaso. No sé sabe exactamente qué pasó. Pero lo cierto es que don Punto sufrió mucho por aquello. Dijo que lo echarían de menos, que ya verías tú como volverían, que qué iban a hacer sin él, sin su orden, sin su cabeza. Pero… no fue así. Y poco a poco la melancolía se fue adueñando de él. Se negó a trabajar, dejó de afeitarse, de lavarse. Y así pasaba el día, quejándose de su mala suerte.

Sin embargo las letras eran felices. Se dejó de cumplir el horario, se dejo de trabajar en serio. Nadie ponía orden en los textos. Todo eran florituras, frases enormes, divagaciones que los niños se encargaban de acrecentar. Punto y coma, por ejemplo, se dedicaba a aclarar lo ya dicho por su madre. Dos puntos siempre confirmaba lo que doña Come acababa de decir, o la resumía. Y ella daba vueltas y más vueltas a las frases sin atreverse a ir al grano.
Pero pasó el tiempo y las letras acabaron por cansarse de no decir nada. Los hijos fueron los primeros que notaron la falta de su padre. Tan serio, tan conciso. Poniendo cada cosa en su lugar. Y ahora… Se lo pidieron con lágrimas en los ojos a su padre. Fueron a casa y llamaron al timbre, pero don Punto no abrió, estaba adormilado y triste. Los niños gritaron desde la puerta:
-Queremos volver, papá.
Él los escuchó al fin, y loco de alegría fue a abrir la puerta. Pero cuando abrió parecía serio. Los abrazó solemne y aceptó, aunque puso una condición. Una sola, dijo: Sí, volverían a ser una familia. Está bien. Pero si ellos aceptaban no volver a trabajar. Él sería el que trajera el dinero a casa, al que obedecerían sin rechistar, el que iba a poner orden. Y ellos aceptaron.
Así fue. Su familia se quedó en casa, y él, y solo él, se marchó al trabajo.

El orden volvió a las letras. Todo parecía controlado de nuevo. Ellas se sentían seguras, a salvo. Pero tampoco esto duró mucho, tan solo unas semanas. Los textos se convirtieron en algo rígido, las frases, contundentes. El mundo se volvió extremo; blanco o negro. Y fue entonces cuando las letras se manifestaron, pidieron la paz de la familia. Ellas ya no podían más, dijeron. No podían andar a paso militar a toda hora, dijo la be, a golpe de corneta confirmó la uve. Y fue por eso; por los ruegos, por la soledad, porque los quería, y por miles de razones más, por lo que don Punto, avergonzado y cabizbajo, pidió perdón a su familia. Y por lo que cada uno volvió a ocupar el lugar que le correspondía.

Y tan felices fueron, tan compenetrados estaban, que se consolidó la familia de don Punto y doña Coma con un nuevo hijo; un niño en el que don Punto había depositado todas sus esperanzas. Pensó que sería una replica de él, su sucesor. El ser riguroso y serio con el que podría entenderse. Pero ese nuevo niño, al que todos recibieron con mucho amor, no fue otro que el ambiguo y despistado: Puntos suspensivos.

5 comentarios:

Beatriz Montero dijo...

Gracias, gracias, gracias. Este cuento es genial. Te he enviado un mail a tu correo electrónico si no te llega, me lo dices. Mi correo es: beatriz@beatrizmontero.comoo
Besos, nos vemos el lunes.

leo dijo...

Qué cuento más chulo, Carmen. Me encanta saber de dónde vienen los puntos suspensivos ;))
Un besoteeeeeeeee.

Lispector dijo...

¡Qué buena historia! Me encanta. Felicidades a Doña Coma y a Don Punto en esta nueva etapa...

Bsos.
Daniela.

carmen dijo...

Daniela, me alegro mucho de que te guste mi primer cuento infantil. Estaba a punto de enviarte un mensaje porque no sabía nada de ti. Pero de todas formas lo voy a hacer.
Un beso
Carmen

carmen dijo...

A Leo, un besote por pasearte por mi blog.
A Bea, otro. Y por favor, si lo cuentas avisame para que vaya a verte si es posible. Estoy segura de que lo mejoras.

Carmen