sábado, 3 de julio de 2010

MI EGO Y LA UVI







El día treinta me abandonó mi ego. Llevaba ya tiempo poniéndome las cosas difíciles. Sabia que me iba a operar y no le daba la gana de aceptarlo.
-Pero vamos a ver. ¿A ti que te va y que te viene con que yo me opere? –le pregunté un día harta ya de sus monsergas.
-Porque lo sé, porque he hablado con otros egos y sé que esto puede ser muy traumático para mí.
-Te vendrá bien, adelgazaras algo, que te estás poniendo como un toro.
-Eso es lo que piensas ¿no? Pues que sepas que te puedes morir.
Y es que mi ego lo de la UVI lo traía a mal traer. Habló con el ego de Juan, mi vecino del once, y le debió contar miles de horrores. Que si allí no eres nada, que si te dejan hasta de dar de comer, que si un número más.
Al final decidí no hacerle caso y me operé de una fibrilación auricular por un nuevo método.
-Difícil, complicado, pero en tú caso más seguro que los que hay ahora -me explicó el médico. No me evitó los pormenores. Pero también me pidió que confiara en él, que estaba en el momento propicio -Si dejamos pasar más tiempo, quizá ya no tenga remedio.
A ver, qué iba a hacer yo. Pues acepté
-Eres la típica insensata. Estas como una rosa, la fibrilación ni la sientes. No sé por qué te dejas convencer por ese hombre –me dijo el ego siempre tan incisivo.
Me operé, y la operación duró diez horas. Me cauterizaron las venas pulmonares que producían las arritmias. Luego me llevaron a la UVI para reanimarme. Y eso debió de ser lo definitivo. Tardaron media hora porque me habían producido una hipotermia. Frío, vamos. Desperté llena de tubos, sondada, y con miles de venas agarradas a goteros.
Yo creo que fue eso lo que hizo disminuir a mi ego, hacerse nada. No pudo soportarlo. Eso, o quizás el hecho de que escuchara como las enfermeras me llamaban “la cardiaca”
-¡La cardiaca! –me gritó- Pero se puede saber que es esa falta de respeto.
-Acéptalo. Aquí no somos más que un número.
De pronto lo vi claro, su adelgazamiento, su deteriorada forma de andar, su cara demacrada. Me di cuenta entonces que lo de abandonarme estaba tomando cuerpo en su cabeza.
Me habían dejado la cama en un box, un box es un cuartito con las puertas abiertas a otra sala a la que dan los box de todos los enfermos. Las enfermeras merodean por ese recinto hablando de sus cosas, hasta que saltaba alguna alarma: Piiiing, piiiing, piiiing.
-Ese es el infartado, que se le ha acabado el gotero
-Piiiing, piiiing.
-Anda, la hipotensa, esa es mía. Voy a ver qué pasa.
Y así fueron pasando las horas, o los segundos. Porque el tiempo en la UVI, no pasa, se produce un agujero negro sin espacio ni tiempo que te deja perdida. Estaba muerta de sed porque me habían entubado, y la voz me salía extraña. Confiaba que sonara alguna alarma para que se acercara una enfermera, para pedir agua. Por fin sonó:
- Piiing, piing.
Y al pasar la cuidadora por delante de mi box, aproveché para pedir:
-Agua
-No puede beber.
-¿Y mojarme los labios?
-Bueno, ahora le traigo un recipiente con gasas mojadas.
Y así pasé la noche, muerta de dolor por la espalda rígida de la operación y por la inmovilidad de las femorales, con una sed que me hacía absorber las gasas como si pudiera sacar de ahí las profundidades del océano. Desnuda, enchufada a mil cables, y sin siquiera saber si era de día o de noche.
Mi ego, estaba destrozado. Lo veía adelgazar a marchas agigantadas.
-Te vas a morir como sigas tomándote las cosas así. Es lo que nos toca y punto -le grité.
-No me importa. Me voy. Ahora mismo me voy y te dejo. Al fin y al cabo fuiste tú la que te quisiste meter en este berenjenal.

Cada nuevo turno de enfermeras que entraba le daba el parte de lo acontecido hasta ese momento.
-Entró fatal, chico. La cardiaca entró fatal. Si la llegas a ver, media hora para reanimarla.
Por fin se hizo de día, no lo supe por la luz de la calle, sino por el nuevo trasiego de cambio de turnos. Y entró mi cardiólogo, y mi cirujano. Todos coincidieron en que había sido difícil pero que estaban muy contentos con el resultado. Mi ritmo por fin era bueno, y tenían esperanza de que ya no volvieran las arritmias. El cardiólogo me dijo:
-Bueno, ahora ya no nos veremos tanto.
Me supieron tan bien esas palabras, que busqué a mi ego para compartir esa alegría, pero no lo encontré.

Desde que salí de la UVI no lo volví a ver. Hoy ha aparecido muerto en la estación de metro de Ciudad Lineal. Se había tirado a las vías. Lo he sentido, en serio. Pero es tan difícil conservar el ego después de estar en una UVI, que ya sabía yo que algo iba a cambiar en mi vida.

2 comentarios:

leo dijo...

Carmencita, mi amiga cardiaca, ¡cuánto me alegro!
Yo creo que vas a estar mucho mejor sin ego :-))
Un abrazote enorme. Tenemos pendiente una jueguis, ¿eh?

Unknown dijo...

Carmen, me alegro de que todo haya salido bien!
Hay que ver cuántos problemas da el corazón (y no digo más) ;-)

Yo tb estuve en un quirófano hace poco y aún me acuerdo de lo que me dolía la espalda después. Ya veo que hay cosas que no cambian.

besitos
ángel