Águeda
fue a la clínica para cuidar a su suegro.
Le tocaba el turno de tarde y mientras él dormía, ella hojeaba una revista. Vio
las paginas de contactos. Chico busca chica, chica busca chico. Pensó que sería
una buena idea para su hermana que acababa de separarse y estaba muy pocha.
Encontrará amigos y será una buena forma de salir de casa, pensó, o dice que
pensó. Descolgó el teléfono y marcó uno de los números. Nada más descolgar el teléfono una voz oscura y pastosa preguntó: “¿Quiegues gozag?” Ella se pegó un
susto de muerte, o dice que se lo pegó, y colgó. El teléfono sonó de nuevo. Al cogerlo encontró al sugerente
empeñado en la misma pregunta. “¿Que te
pasa caguiño?, ¿es que no quiegues gozag?” Águeda colgó de nuevo pero ya
era inútil, el teléfono había hecho cuerpo con el sugerente, y no había quién
los despegara.
Su
suegro despertó alarmado por la cantidad de llamadas que se producían de forma
intermitente, y preguntó el motivo. Águeda
le dio unas palmaditas en la mejilla y le cerró los ojos como si acabara de
palmarla. “No pasa nada, descansa”, dijo. Después intentó relajarse, pero ya no
había solución, había perdido los nervios por completo. El teléfono no paraba
de sonar. Después de
intentarlo todo, decidió arrancar los cables por las buenas. Por fin se hizo el silencio y ella descansó feliz. Sin embargo enseguida le vino una incomoda idea a la cabeza. ¡La factura! Esas líneas son carísimas, por lo que decidió ir a recepción para borrar todo
rastro de llamada erótica.
“Lo siento, señora, pero no se puede abonar la factura de teléfono hasta que no le den el alta al enfermo” explicó una anodina recepcionista mientras mascaba chicle.
“Lo siento, señora, pero no se puede abonar la factura de teléfono hasta que no le den el alta al enfermo” explicó una anodina recepcionista mientras mascaba chicle.
Estaba
perdida. La verdad se imponía y no tuvo más remedio que llamar a su marido y decirle abochornada: “Vicente,
tenemos que hablar”.
Y es
que las páginas de contactos son muy, pero que muy peligrosas.
Por
lo menos así es cómo me lo contó Águeda.
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