jueves, 24 de abril de 2014

VICENTE, TENEMOS QUE HABLAR






Águeda  fue a la clínica para cuidar a su suegro. Le tocaba el turno de tarde y mientras él dormía, ella hojeaba una revista. Vio las paginas de contactos. Chico busca chica, chica busca chico. Pensó que sería una buena idea para su hermana que acababa de separarse y estaba muy pocha. Encontrará amigos y será una buena forma de salir de casa, pensó, o dice que pensó. Descolgó el teléfono y marcó uno de los números. Nada más descolgar el teléfono una voz oscura y pastosa preguntó: “¿Quiegues gozag?” Ella se pegó un susto de muerte, o dice que se lo pegó, y colgó. El teléfono sonó  de nuevo. Al cogerlo encontró al sugerente empeñado en la misma pregunta. “¿Que te pasa caguiño?, ¿es que no quiegues gozag?” Águeda colgó de nuevo pero ya era inútil, el teléfono había hecho cuerpo con el sugerente, y no había quién los despegara.
Su suegro despertó alarmado por la cantidad de llamadas que se producían de forma intermitente, y preguntó el motivo.  Águeda le dio unas palmaditas en la mejilla y le cerró los ojos como si acabara de palmarla. “No pasa nada, descansa”, dijo. Después intentó relajarse, pero ya no había solución, había perdido los nervios por completo. El teléfono no paraba de sonar.  Después de intentarlo todo, decidió arrancar los cables por las buenas. Por fin se hizo el silencio y ella descansó feliz. Sin embargo enseguida  le vino una incomoda idea a la cabeza. ¡La factura! Esas líneas son carísimas, por lo que decidió ir a recepción para borrar todo rastro de llamada erótica.
“Lo siento, señora, pero no se puede abonar la factura de teléfono hasta que no le den el alta al enfermo” explicó una anodina recepcionista mientras mascaba chicle.
Estaba perdida. La verdad se imponía y no tuvo más remedio que llamar a su marido y decirle abochornada: “Vicente, tenemos que hablar”.
Y es que las páginas de contactos son muy, pero que muy peligrosas.
Por lo menos así es cómo me lo contó  Águeda. 

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