miércoles, 14 de mayo de 2014

A VOLEO






En COU teníamos un profesor de latín que había escrito un libro infumable. Se titulaba “Brevísima recopilación de sintaxis latina”. Para nosotros, simplemente “la brevísima”. Y así como todos los que te van a soltar un rollo terrible, lo preceden de un “para no cansarte”. La brevísima solo tenía de breve su aspiración. Era tan incomprensible y larga que nos superaba.
El autor se llamaba don Froilán y nos obligaba estudiárnosla como si fuera “El Tractatus” de Wittgenstein. No podíamos entenderla, ni memorizarla, ni tragárnosla, por lo que se sucedían generaciones y generaciones de chuletas sobre ese enrevesado texto. Unos, los más virtuosos, hacían las copias a base de pequeños rollos de papel escritos en diminuta letra. En ellos cabía la obra entera con puntos y comas. El artilugio se desplegaba con ligeros empujoncitos del dedo índice y pulgar, y algunos ejemplares constituían verdaderas obra de arte. Si querías comprobar el amor incondicional de un compañero o compañera, solo tenías que pedirle que te copiara la brevísima para el examen. “Anda, venga, que no me da tiempo”.
Don Froilán que no veía muy bien, debía saber que había gato encerrado en nuestras brillante exposiciones e ideó un sistema para dejar fuera de combate a dos terceras partes de los alumnos. Consistía en lo siguiente: al cuarto de hora de comenzar el examen elevaba un dedo y, sin señalar a nadie en concreto, tan solo a una zona del aula, gritaba furibundo: “Uzte, uzte, uzte”. A partir de ese momento, los cuadernos, los rollos diminutos, los apuntes y hasta los libros escondidos bajo el pupitre, saltaban por los aires. Él aprovechaba el desconcierto para echar del examen a todos los descontrolados del lateral derecho. Al rato se dirigía al izquierdo, y por fin, al medio campo. Hasta que terminaba el examen y solo una tercera parte conseguían aprobar. No es que esos no copiaran, es que por su zona, o no había pasado el dedo acusador, o tenían los nervios de acero.
Aquello era un examen echado a suertes.
La historia de don Froilán ha venido a mi memoria por las noticias. No hace falta señalar a nadie en concreto, cualquier cosa que ocurra; una multa, un tropiezo, una presentación, una fiesta, lo que sea, hace aparecer por arte de magia, historias de trapicheos, obras engordadas, festejos inexistentes, concesiones de farolas, basuras o cursos inventados. Tan solo hace falta decir como don Froilán: “Uzted, uzted, usted”. Sin señalar a nadie, a voleo, para que salgan corruptelas por doquier.
Por lo menos don Froilán se quitaba a unos cuantos alumnos a base de señalar el vacío, pero estos tienen los nervios de acero y aseguran sin despeinarse que son inocentes, que ponen la mano en el fuego los unos por los otros y viceversa. Y pasa tiempo y más tiempo, y nosotros cada día con más presuntos y menos culpables mientras nos desangramos vivos.

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