miércoles, 7 de mayo de 2014

REDES Y MÁS REDES SOCIALES





Me he encontrado a mi vecino Vicente en el ascensor. Me crea ansiedad encontrármelo porque unas veces te cierra la puerta en las narices y otras se te come a besos. Una no sabe nunca dónde ubicarse. Hoy ha sido uno de esos días en los que no he podido evitarlo. Me ha dicho que iba al veinticuatro, y como mi edificio solo tiene doce pisos, al llegar al mío, me he despedido deseándole mucha suerte. Ha puesto el pie en la puerta y ha impedido su cierre. Luego me ha mirado fijamente y he pensado que la bromita me iba a costar cara. Se ha mantenido unos minutos con los ojos enfurecidos y clavados en mi nariz, pero de pronto ha cambiado su actitud y, con una sonrisa fuera de lugar, me ha pedido que le hiciera la declaración de la Renta. Como de entre todos los actos que de él me esperaba, era el más suave, le he dicho que sí, hombre, que en cuanto me trajera los papeles se la hacía. Y ha sido en ese momento cuando me ha contado que tenía una minusvalía del sesenta y cinco por ciento y que eso desgrava mucho. Le he felicitado, más que todo por lo contento que me lo ha contado. Pero enseguida se ha venido abajo y me ha explicado que su vida es un infierno, que se encuentra cepillos de dientes de Pokemón en su cuarto de baño y que no tiene ni idea de dónde pueden haber salido, también bandejas de coliflor, que odia. Dice que algunas veces se encuentra colgando del perchero de la entrada un batín de seda escarlata, y otras un uniforme de guardia civil. Me cuenta que le manda mensajes constantemente una tal Puri, y que no solo le dice que le quiere, sino que le llama Armando. “No sabes lo difícil que es vivir dos vidas. Y todo empezó en las redes sociales”, me ha dicho hecho polvo antes de emprender la subida al hipotético piso veinticuatro en busca de su certificado.
Me quedo preocupada pues desde hace un tiempo yo presento los mismos síntomas que Vicente.
El martes abrí Facebook y descubrí que había organizado un evento al que había invitado a un montón de gente que no conocía de nada. Quise borrar la invitación y no me lo permitió el programa por haber olvidado mi contraseña. “marianita” repetí una y otra vez, pero Facebook acabó anulando mi clave. “¿La quiere recuperar?”, preguntó solicito el programa. “Pues bueno”. “Dígame el nombre de su perro”. “Pero si no he tenido perro en mi vida”. “Ah, pues se siente”.
En Likedin me salieron ofertas de empleo para contorsionista y magia blanca. En twitter me propusieron okupar una casa abandonada en Patones de arriba a las siete treinta del sábado 22 con los de siempre. Intenté borrar todas mis cuentas en redes sociales pero ni mi contraseña "marianita", ni mi desesperado intento por recordar el nombre de un perro han obtenido resultado.
Acaba de entrar Vicente con el justificante de minusvalía, va envuelto en una capa de seda escarlata y sonríe. Se lo he contado todo y después de intentar varias veces darme de baja, me ha convencido de que lo mejor es que consiga otro certificado de minusvalía por personalidad múltiple. Dice que él empezó como yo y que ahora, mira tú por dónde, tiene desgravación fiscal.
Está convencido que con mis síntomas no va a haber problema.
Le ha salido la declaración a devolver y me ha invitado a Patones de arriba para celebrarlo. Dice que solo hay que subir hasta el piso veinticuatro, ponerse un uniforme de guardia civil y crear un nuevo evento en Facebook.
“¿Y lo del perro?”, le pregunto. “No te preocupes, también desgrava”.

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