jueves, 22 de mayo de 2014

ENTRAR SIEMPRE




El cardiólogo me dice que no me meta en líos ni me lleve disgustos, y lo dice como si acabara de descubrir el crece pelos, con afabilidad, sonriente, como lo dice él todo. La enfermera me acompaña a la salida y me da golpecitos en la espalda. “Ya ha escuchado al doctor, nada de disgustos”
Subo al vagón del metro y encuentro a tres ancianos aporreando la puerta para salir. “No abren” grita uno. “Es que ya se han cerrado”, digo yo. Es evidente que no saben abrir la puerta y no pueden bajar. El resto de viajeros se mantienen en silencio. Yo intervengo. “Salgan en la próxima parada”. “Nos perderíamos”, gritan y continúan aporreando. Me levanto y les digo que hay un botoncito para hablar que… Ellos le dan al primero que ven, que, mira tú por donde, es la alarma. Se detiene el tren. Los pasajeros continúan en silencio y como si la cosa no fuese con ellos. Intento ayudar. Las puertas se abren y los ancianos salen despavoridos. El pitido de la alarma se vuelve ensordecedor y el tren permanece detenido. Llega por fin un tío vestido de naranja y pregunta qué ha pasado. No se escucha ni el zumbido de una mosca. Yo le explico que unos ancianos no podían salir en su estación y que han dado al botón equivocado… Se me encara. ¿Y por eso rompen el dispositivo? No, oiga, ellos no lo han roto, ha sido… ¿Y si ahora yo desalojo el vagón qué pasa aquí? De pronto un hombre grita: “Me han robado la cartera” Una mujer dice: “Tengo el bolso abierto”. El hombre de naranja me pide que lo acompañe. Pero, si yo… “Usted me acompaña, vamos que si me acompaña”
El tren sigue su curso, el cacheo ha sido inútil.
Salgo a la calle con el corazón disparado.
Regreso al cardiólogo. “¿Pero no le dije que no se llevara disgustos ni se metiera en líos? “Llama a una ambulancia, Felisa, que a esta no hay quién la cambie.

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