lunes, 16 de febrero de 2015

VOLVER AL COLEGIO

Si volviera a nacer creo que elegiría una profesión que me permitiera pasar mucho  tiempo con los niños.
El martes estuve en el colegio María Auxiliadora de Alicante, era un encuentro entre escritor y lectores. Tenía que hablar de mi libro: “Gus y la casa voladora” Ellos ya lo habían leído y me esperaban vestidos de tertulianos de principio de siglo. Los chicos llevaban bigotes, sombreros, corbatas y lo que se les ocurría. Las chicas pamelas y pañuelos. Todos habían preparado dibujos sobre como imaginaban algunas escenas de la obra.
Es difícil explicar la sensación tan extraordinaria que me produjeron. Sentí haber crecido, que hubiéramos crecido todas las niñas y niños que algún día fuimos. Sufrí un pequeño síndrome de Peter Pan por su espontaneidad, por sus preguntas, por su forma de ver lo que les rodea. Y comprendí por qué nunca olvidamos aquellos años, ni a los amigos que tuvimos, ni a los profesores que nos enseñaron, ni las rodillas llenas de heridas, ni al bedel que nos regañaba por demorarnos en el recreo. Por qué las distancias eran tan largas, las clases tan grandes, las vallas tan infranqueables. Quizá la generosidad y la inocencia vaya muriendo poco a poco, o tan solo transformándose para no ser heridos. Quizá se forma una costra fácil de romper. Y nos ocurre  tan poco a poco, que se nos olvida que existió un tiempo en el que nosotros, todos, dejábamos nuestro corazón en el pupitre, junto con el estuche, sin temor a que nos lo destrozaran.
Solo por la ilusión que sentimos al encontrar a algún amigo de entonces o cuando se nos cuela algún recuerdo de aquellos días, nos damos cuenta de que hubo un tiempo en que todo nos llamaba la atención, en que lo esperábamos todo, en el que nos lo merecíamos todo. 
Una niña me dijo que le había gustado la escena en la que "el prota" ayuda a su prima aunque parece tenerle mucha manía, porque le da pena que se haya quedado atrapada en un árbol. Y le había gustado porque se había dado cuenta de que a pesar de estar siempre peleándose con su hermano, lo quería, y que pelearse no tenía nada que ver con no querer. Hubo de todo, incluso un niño que dibujaba muy bien, me propuso despedir al ilustrador y contratarlo a él. Me los hubiera comido a besos. Algunos me enseñaron unos dibujos muy bien terminados y sorprendentes para su edad, pero otros, algunos de los que no se atrevían a enseñarlos porque estaban sin terminar ni colorear, descubrían con su dibujo, quizá no un esmero en la obra, pero sí una creatividad extraordinaria, una imaginación digna de ser fomentada.
Me despedí con mucha pena y con mucha envidia a María, la profesora que luchaba por sacar de ellos lo mejor, aunque para mí ya lo había sacado.
¿Va a haber una segunda parte? ¿Seguirás escribiendo para niños?
¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo privarme de la fantasía de volver a aquellos tiempos en los que era capaz de vivir extraordinarias aventuras con una simple caja de rotuladores?
Se quedaron en el recreo, me despidieron desde lejos y los vi jugar.





Agradecí a “Gus y la casa voladora” ese momento tan maravillosos que me había hecho pasar. No pude traerme ni una sola foto, la privacidad de los niños requiere la aprobación de cada uno de los padres. Lo sentí pero me pareció lógico. Solo espero sus dibujos. Estoy deseando recibirlos, colgarlos de mi despacho y mirarlos para no olvidar nunca, mientras escribo e invento, que dentro de mí todavía vive esa niña que olía a chicle y a goma de borrar.

1 comentario:

Unknown dijo...

Siempre tan acertada tu reflexión.Si todos conservásemos algo del niño que fuimos, otro gallo cantaría.
Nos vemos pronto!!