Mientras
Felisa y yo atravesamos un paso de cebra, se nos echa encima un motorista y nos
dice de malos modos que nos apartemos. Inmediatamente se produce el revuelo: suenan sirenas, luces
intermitentes iluminan el espacio, policías de paisano y de uniforme deambulan frenéticos. Pitos ensordecedores, coches
a velocidades abusivas se aproximan por la Castellana custodiando a una
furgoneta que parece llevar dentro a todo el gobierno y parte de la oposición en
articulo mortis. Se producen frenazos y un motorista da una patada a las ruedas
de un coche que se aparta poco. Es un anciano con pocos reflejos que casi choca
contra una farola en plena confusión.
“A
lo mejor, como son importantes, deben ir deprisa no sea que hordas de
delincuentes les ataquen por la espalda”, le explico a Felisa que se limpia la
rodilla llena de polvo al tropezar.
“Si
fuera así no subirían en carrozas a los embajadores que van a entregar las
cartas credenciales, ni los pasearían con parsimonia y tronío por el centro. Desengáñate,
son importantes y empujan.”
Baja
la cabeza y admite que siempre deseó ser custodiada por varios coches de
policía y tres o cuatro motoristas bien pertrechados. Pero no como detenida sino como personaje trascendente. Quiere ser política para tener protección,
una especia de “habeas corpus” pero en versión vial. Su mayor deseo es subirse al coche y
que un montón de guardaespaldas,
motoristas, sirenas, luces intermitentes como los que acaban de pasar, la
rodeen cual capa de armiño, para poder saltarse semáforos, pasos de cebra,
asustar ancianitos renqueantes. Pero, sobre todo, para poder dejar el coche en medio de la Puerta
del Sol, justo debajo del oso y el madroño, y reír a carcajadas frente al
prohibido aparcar. Dice que se va a
apuntar a cualquier lista de esos partidos que han salido nuevos para ver si
escala puestos, que como necesitan gente, ascenderá pronto.
“Es la única posibilidad que me queda de
cumplir el sueño de atravesar la Castellana cual rayo exterminador.”
Nos
sentamos en una cafetería para recuperarnos del sofoco y ella continua con sus
reflexiones. Dice que comprende que no quieran dejar el poder, ni el cargo, ni
nada de nada. Mira a la pobre Esperanza, que por dejar el coche en medio de la
Gran vía la pusieron a caldo. Si es que ha hecho bien en regresar, por muy importante que sea la empresa en la
que le dieron trabajo, es mejor ir custodiada por la policía que perseguida, ¿no
crees?
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