"Se
llama Inmaculada Bellido, aunque el nombre completo lo descubrimos recién en la
página 132 de la novela Fotos en el congelador (Editorial Verbum, 2014). No
importa: en ese momento, la protagonista es para los lectores simplemente Inma.
La tarea de su autora, Carmen García-Romeu, radica en armar el rompecabezas de
Inma, y enredarla en aventuras –sentimentales, sobrenaturales, con regresiones
del pasado o inmersiones en períodos clásicos de la historia– donde es arduo
desentrañar las pautas de la ficción, especialmente cuando el humor bordea con
sabios pasos el absurdo.
Leer Fotos
en el congelador remite a una escena de Tiempos Modernos, de Charles Chaplin.
El héroe empieza a trabajar como vigilante nocturno en una gran tienda por
departamentos y encuentra un par de patines. A fin de seducir a su amiga
exhibiendo su destreza corporal, Chaplin se venda los ojos con un pañuelo y
empieza a realizar toda clase de piruetas en el primer piso de la tienda,
ignorando que el área carece de baranda. Luego de recorrer la zona siempre al
borde del precipicio, la amiga del protagonista le advierte del peligro que
corre, y éste, ya librado de las vendas, empieza a trastabillar con los patines
puestos, aterrado al descubrir lo cerca que estuvo de romperse el cuello. Esa parece
ser la tarea de la narradora: mantener la narrativa en equilibrio inestable y
obligar al lector a adentrarse en el texto hasta descubrir su inmersión en un
mundo paralelo, donde nada es lo que parece ser.
Fotos en el
congelador está apuntalada por una premisa que simula tener la solidez de una
viga, aunque casi de inmediato esa premisa es negada por una realidad que viola
de manera insistente las reglas del juego. Como el gato de Cheshire (“¡Vaya! -
se dijo Alicia -. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una
sonrisa sin gato!”) el texto es un eterno escamoteo.
Esta es la
realidad de Inma:
“Ahora vivo
con mi abuelo que como se ha quedado viudo y ha perdido vista dice que no se
aclara, que se extravía. Se pregunta qué va a ser de él. Francamente, me dio
pena. Dijo que debía ser yo la que me trasladara a su casa porque ya estaba
hecho a ella, a la disposición de los muebles, a los recovecos y, sobre todo,
hija, al negocio. El abuelo tiene un negocio esotérico pero esa es otra
historia. Me he traído dos bolsas, una con los triunfos de mi madre y otra con
mis novelas rechazadas, ambas pesan, aunque cada una a su manera. Soy escritora
pero no escribo ¿para qué?”
Inma es una
escritora abrumada por el oficio.
Gore Vidal,
en su trabajo The Top Ten Bestsellers According to the Sunday New York Times as
of January 7, 1973, disecaba y destruía buena parte de la narrativa moderna
norteamericana al señalar las técnicas usadas por los autores para permitir que
el lector avizorara el personaje. Estaba “La Escena del Espejo”, “La Escena de
la Comida”, “La Escena de la Epidemia”, incluida la traqueotomía, la “Escena en
el cual el Analfabeto Descubre la Literatura”, y especialmente “La Escena
Núbil” (“Ella siempre se había negado a desnudarse hasta en presencia de otras
mujeres, pues la avergonzaban sus senos, que eran alargados, grandes y
generosos inclusive para una mujer de su estructura ósea”). De la misma manera,
Inma se conoce todos los trucos para capturar al potencial comprador de sus
novelas. “Comienzo. La novela va a ser de intriga con saltos en el tiempo. Creo
que está en la onda. Es lo que se vende ahora. Comienzo con descripciones del
anochecer un poco líricas, para que se vea que soy licenciada en filología y
cuido el lenguaje”.
Pero la
protagonista está abrumada por su falta de éxito. “Había quedado finalista con
una novela que escribí el año pasado. Hoy ha sido el fallo y han dejado el
premio desierto. Dice el jurado que las novelas finalistas no tienen calidad
suficiente. Ha salido en toda la prensa con letras inmensas. ´Las novelas
finalistas no tienen calidad´ y detrás el nombre de los finalistas, el mío
entre ellos. Me han dejado hecha polvo”.
Habiendo
crecido en el mágico mundo del abuelo, la primera idea que tiene Inma de una
narración es el cuento de la mano negra, “uno que me contaba el abuelo de
pequeña. Era una historia que no terminaba nunca, o que no iba a ninguna parte,
pero que lograba engancharte. Enganchaba una barbaridad”.
Como decía
Norman Mailer de J.D. Salinger, García-Romeu muestra la destreza de un
violinista manco, y solo su piadosa mirada consiente descubrir la humanidad de
sus personajes. Mientras nos narra su historia hay un texto subcutáneo que va
remodelando el relato, incorporando o rehusando sinónimos, alterando el ritmo
de la aventura, para sortear los puntos muertos. Con el abuelo, quizás su
personaje más entrañable, arma la pareja central de Fotos en el congelador. El
abuelo, un místico, un vidente, y un embaucador, que termina creyendo en sus
poderes taumatúrgicos, en cierta ocasión decide congelar las fotos de los
enemigos de Inma, entre ellos los miembros del jurado de alguna de sus novelas,
para impedir que la perjudiquen. Y la pareja, gracias a su disparidad, no solo
por razones de edad sino de intereses, empieza a generar sus propias comparsas,
siempre en el umbral del absurdo. Es difícil imaginar a Inma sin el abuelo,
tampoco es posible separarla de la presencia de su madre y de ese bolso cargado
de triunfos que pesa casi tanto como el bolso donde la protagonista guarda los
manuscritos de sus rechazadas novelas. La madre, presencia fugaz en el texto,
es, paralelamente, una figura abrumadora en la deformación profesional y
sentimental de Inma, y constituye parte de la taquigrafía de las emociones que
ha convertido a la hija en un perpetuo proceso de creación y de destrucción.
Esa misma taquigrafía permite a García–Romeu usar escasos trazos para definir a
un ser humano, de tres dimensiones. Con varios de ellos construye su comedia
humana, de manera primordial en torno al abuelo, pero también, junto a su
recuperado amante, Álvaro, la quintaesencia del villano y a Gonzalo, uno de los
guardaespaldas de Álvaro, y a los funcionarios que le fastidian la vida en el
instituto donde intenta ganar el salario asesorando a una serie de aspirantes a
escritores.
La
literatura no solo está hecha en base a misterios. Hay un momento, el más
arriesgado, el que brinda más recompensas, cuando el narrador extrae un conejo
de la galera del mago. En el mundo del cine, de la literatura en lengua
inglesa, se lo denomina “pulling a stunt.” Algunos stunts son inadvertidos: hay
que atribuirlos a la cronología, como Willliam Faulkner extendiendo el
territorio de The Sound and the Fury al añadirle el famoso apéndice que
prolonga la perdición de Candance de 1929, fecha de publicación del original,
hasta 1945, permitiéndole así convertirse en amante de un oficial nazi. Otros
son de entera responsabilidad del escritor: hay que imputarlos a la
arbitrariedad, como en The Daughter of Time, de Josephine Tey, donde la
novelista logra convencernos, de manera exitosa, que el rostro es el espejo del
hombre. De esa manera reivindica la figura de Ricardo Tercero, el villano mayor
del teatro de Shakespeare. El tercero puede encontrarse en la narrativa policial:
en A Kiss Before Dying, de Ira Levin, o en la escritura de Jim Thompson. El
propósito es hacer trastabillar al lector. En A Kiss Before Dying, Levin
muestra que hay dos hombres que podrían matar a la protagonista y el lector
ignora cual de ellos es el verdadero homicida pues el autor nunca ha
incorporado un nombre y apellido al asesino.
García–Romeu
trastorna la cronología, prodiga la arbitrariedad, escamotea datos, y emerge
triunfadora de su stunt. ¿Dónde está la ficción, hacia donde enfila la realidad
transmutada en ficción?
“En más de
una ocasión había pensado poner mi vida patas arriba, sacar mi ropa del
armario, regalarla a la parroquia e inventarme otra mujer, más seductora, más
valiente, más original”, nos dice la narradora. “Una triunfadora como mi madre.
Lo que sea con tal de ser célebre y salir en la prensa. Una de esas escritoras
famosas que se pasan la vida recibiendo premios y dando consejos a todo el
mundo sobre la vida y sus vicisitudes”. Al menos, va por buen camino.
En The Horse
in the Baby’s Bathtub, un personaje de Jim Thompson recuerda que hay 32 tramas
de novela. “Todas han sido engendradas por la misma madre. Pero existe una sola
trama básica: las cosas no son lo que parecen ser: ésa es la madre de las otras
32: las cosas nunca son lo que parecen ser”. Gracias a ese factor persevera la
literatura y perduran las buenas narradoras".
No hay comentarios:
Publicar un comentario