sábado, 7 de marzo de 2015

Reseña de Fotos en el congelador, de Carmen García-Romeu, escrita por Mario Szichman:


"Se llama Inmaculada Bellido, aunque el nombre completo lo descubrimos recién en la página 132 de la novela Fotos en el congelador (Editorial Verbum, 2014). No importa: en ese momento, la protagonista es para los lectores simplemente Inma. La tarea de su autora, Carmen García-Romeu, radica en armar el rompecabezas de Inma, y enredarla en aventuras –sentimentales, sobrenaturales, con regresiones del pasado o inmersiones en períodos clásicos de la historia– donde es arduo desentrañar las pautas de la ficción, especialmente cuando el humor bordea con sabios pasos el absurdo.
Leer Fotos en el congelador remite a una escena de Tiempos Modernos, de Charles Chaplin. El héroe empieza a trabajar como vigilante nocturno en una gran tienda por departamentos y encuentra un par de patines. A fin de seducir a su amiga exhibiendo su destreza corporal, Chaplin se venda los ojos con un pañuelo y empieza a realizar toda clase de piruetas en el primer piso de la tienda, ignorando que el área carece de baranda. Luego de recorrer la zona siempre al borde del precipicio, la amiga del protagonista le advierte del peligro que corre, y éste, ya librado de las vendas, empieza a trastabillar con los patines puestos, aterrado al descubrir lo cerca que estuvo de romperse el cuello. Esa parece ser la tarea de la narradora: mantener la narrativa en equilibrio inestable y obligar al lector a adentrarse en el texto hasta descubrir su inmersión en un mundo paralelo, donde nada es lo que parece ser.
Fotos en el congelador está apuntalada por una premisa que simula tener la solidez de una viga, aunque casi de inmediato esa premisa es negada por una realidad que viola de manera insistente las reglas del juego. Como el gato de Cheshire (“¡Vaya! - se dijo Alicia -. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato!”) el texto es un eterno escamoteo.
Esta es la realidad de Inma:
“Ahora vivo con mi abuelo que como se ha quedado viudo y ha perdido vista dice que no se aclara, que se extravía. Se pregunta qué va a ser de él. Francamente, me dio pena. Dijo que debía ser yo la que me trasladara a su casa porque ya estaba hecho a ella, a la disposición de los muebles, a los recovecos y, sobre todo, hija, al negocio. El abuelo tiene un negocio esotérico pero esa es otra historia. Me he traído dos bolsas, una con los triunfos de mi madre y otra con mis novelas rechazadas, ambas pesan, aunque cada una a su manera. Soy escritora pero no escribo ¿para qué?”
Inma es una escritora abrumada por el oficio.
Gore Vidal, en su trabajo The Top Ten Bestsellers According to the Sunday New York Times as of January 7, 1973, disecaba y destruía buena parte de la narrativa moderna norteamericana al señalar las técnicas usadas por los autores para permitir que el lector avizorara el personaje. Estaba “La Escena del Espejo”, “La Escena de la Comida”, “La Escena de la Epidemia”, incluida la traqueotomía, la “Escena en el cual el Analfabeto Descubre la Literatura”, y especialmente “La Escena Núbil” (“Ella siempre se había negado a desnudarse hasta en presencia de otras mujeres, pues la avergonzaban sus senos, que eran alargados, grandes y generosos inclusive para una mujer de su estructura ósea”). De la misma manera, Inma se conoce todos los trucos para capturar al potencial comprador de sus novelas. “Comienzo. La novela va a ser de intriga con saltos en el tiempo. Creo que está en la onda. Es lo que se vende ahora. Comienzo con descripciones del anochecer un poco líricas, para que se vea que soy licenciada en filología y cuido el lenguaje”.
Pero la protagonista está abrumada por su falta de éxito. “Había quedado finalista con una novela que escribí el año pasado. Hoy ha sido el fallo y han dejado el premio desierto. Dice el jurado que las novelas finalistas no tienen calidad suficiente. Ha salido en toda la prensa con letras inmensas. ´Las novelas finalistas no tienen calidad´ y detrás el nombre de los finalistas, el mío entre ellos. Me han dejado hecha polvo”.
Habiendo crecido en el mágico mundo del abuelo, la primera idea que tiene Inma de una narración es el cuento de la mano negra, “uno que me contaba el abuelo de pequeña. Era una historia que no terminaba nunca, o que no iba a ninguna parte, pero que lograba engancharte. Enganchaba una barbaridad”.
Como decía Norman Mailer de J.D. Salinger, García-Romeu muestra la destreza de un violinista manco, y solo su piadosa mirada consiente descubrir la humanidad de sus personajes. Mientras nos narra su historia hay un texto subcutáneo que va remodelando el relato, incorporando o rehusando sinónimos, alterando el ritmo de la aventura, para sortear los puntos muertos. Con el abuelo, quizás su personaje más entrañable, arma la pareja central de Fotos en el congelador. El abuelo, un místico, un vidente, y un embaucador, que termina creyendo en sus poderes taumatúrgicos, en cierta ocasión decide congelar las fotos de los enemigos de Inma, entre ellos los miembros del jurado de alguna de sus novelas, para impedir que la perjudiquen. Y la pareja, gracias a su disparidad, no solo por razones de edad sino de intereses, empieza a generar sus propias comparsas, siempre en el umbral del absurdo. Es difícil imaginar a Inma sin el abuelo, tampoco es posible separarla de la presencia de su madre y de ese bolso cargado de triunfos que pesa casi tanto como el bolso donde la protagonista guarda los manuscritos de sus rechazadas novelas. La madre, presencia fugaz en el texto, es, paralelamente, una figura abrumadora en la deformación profesional y sentimental de Inma, y constituye parte de la taquigrafía de las emociones que ha convertido a la hija en un perpetuo proceso de creación y de destrucción. Esa misma taquigrafía permite a García–Romeu usar escasos trazos para definir a un ser humano, de tres dimensiones. Con varios de ellos construye su comedia humana, de manera primordial en torno al abuelo, pero también, junto a su recuperado amante, Álvaro, la quintaesencia del villano y a Gonzalo, uno de los guardaespaldas de Álvaro, y a los funcionarios que le fastidian la vida en el instituto donde intenta ganar el salario asesorando a una serie de aspirantes a escritores.
La literatura no solo está hecha en base a misterios. Hay un momento, el más arriesgado, el que brinda más recompensas, cuando el narrador extrae un conejo de la galera del mago. En el mundo del cine, de la literatura en lengua inglesa, se lo denomina “pulling a stunt.” Algunos stunts son inadvertidos: hay que atribuirlos a la cronología, como Willliam Faulkner extendiendo el territorio de The Sound and the Fury al añadirle el famoso apéndice que prolonga la perdición de Candance de 1929, fecha de publicación del original, hasta 1945, permitiéndole así convertirse en amante de un oficial nazi. Otros son de entera responsabilidad del escritor: hay que imputarlos a la arbitrariedad, como en The Daughter of Time, de Josephine Tey, donde la novelista logra convencernos, de manera exitosa, que el rostro es el espejo del hombre. De esa manera reivindica la figura de Ricardo Tercero, el villano mayor del teatro de Shakespeare. El tercero puede encontrarse en la narrativa policial: en A Kiss Before Dying, de Ira Levin, o en la escritura de Jim Thompson. El propósito es hacer trastabillar al lector. En A Kiss Before Dying, Levin muestra que hay dos hombres que podrían matar a la protagonista y el lector ignora cual de ellos es el verdadero homicida pues el autor nunca ha incorporado un nombre y apellido al asesino.
García–Romeu trastorna la cronología, prodiga la arbitrariedad, escamotea datos, y emerge triunfadora de su stunt. ¿Dónde está la ficción, hacia donde enfila la realidad transmutada en ficción?
“En más de una ocasión había pensado poner mi vida patas arriba, sacar mi ropa del armario, regalarla a la parroquia e inventarme otra mujer, más seductora, más valiente, más original”, nos dice la narradora. “Una triunfadora como mi madre. Lo que sea con tal de ser célebre y salir en la prensa. Una de esas escritoras famosas que se pasan la vida recibiendo premios y dando consejos a todo el mundo sobre la vida y sus vicisitudes”. Al menos, va por buen camino.
En The Horse in the Baby’s Bathtub, un personaje de Jim Thompson recuerda que hay 32 tramas de novela. “Todas han sido engendradas por la misma madre. Pero existe una sola trama básica: las cosas no son lo que parecen ser: ésa es la madre de las otras 32: las cosas nunca son lo que parecen ser”. Gracias a ese factor persevera la literatura y perduran las buenas narradoras".


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