lunes, 2 de marzo de 2015

ENTREVISTA ¡Vuela, Iván!





Desde que me operé del ojo no me dejan escribir, ni abrir el ordenador, ni leer, ni ver la tele... Es solo durante una semana y media, pero se me está haciendo eterna. Vivo de audio libros y paseos.
Aunque, sin que nadie se entere y por un momentito, transgredo las normas y copio la entrevista que me han hecho en Narval.
Chssss

 Ilustración de  Nicolás Castell de Vuela, Iván

Escaparate de la librería Le petit lector.


Feria del libro de Madrid con "Gus y la casa voladora" y autores e ilustradores de Narval editores.





ENTREVISTA CARMEN GARCÍA-ROMÉU
¡Vuela, Iván!





En tus obras infantiles y juveniles construyes un universo propio. ¿Tiene algo que ver con tus mundos infantiles?

Claro que sí, mi incursión en la literatura infantil/ juvenil solo la entiendo desde el niño. Jamás escribiría a un niño desde el adulto. No me cuesta nada regresar a la infancia ni a la adolescencia. De pronto me transformo y vuelvo a la niñez. La primera novela que escribí fue para comprender a mi hija adolescente, con sus manías, sus cambios de humor, sus inseguridades. Y entré tanto en la adolescente que fui, que de pronto comprendí muchas cosas que desde mi edad me era imposible aceptar. Fue toda una experiencia.


Estos universos, ¿tendrán continuidad? ¿Sientes la necesidad de seguir escribiendo sobre estos mundos y sus personajes?

Creo que tendrán continuidad porque al niño se le perdona la fantasía y yo estoy deseando que me dejan inventar, llegar muy lejos con ella, tanto como la imaginación me permita. Creo que incluso el adulto disfruta con esa literatura, pero necesita que le digan que es para niños. Es como si de esa forma pudiese justificar que él también sueña, que nunca dejó de hacerlo. Prueba de eso es que la novela infantil no ha dejado de tener seguidores adultos.


Tanto en Gus y la casa voladora como en ¡Vuela, Iván! nos llaman la atención los personajes femeninos muy apegados a la realidad de nuestro tiempo, mujeres audaces y valientes, con una fuerza especial. Háblanos de la abuela de Iván.

Eso me ocurre tanto en las novelas infantiles como en las de adultos. La imagen de la mujer siempre me ha impresionado. Parece débil, necesitada de afecto, de protección, incluso nuestras abuelas dependían para todo de un hombre, pero a la hora de la verdad, eran auténticos pilares de la casa. Si el hombre se derrumbaba o fallecía, ellas sacaban a la familia adelante como si renacieran de sus cenizas. No podría dar ejemplos concretos, pero la fuerza de la mujer siempre se quedó en mi subconsciente. A lo mejor es que la mujer cuando tiene que derrumbarse, se derrumba; cuando tiene que llorar, llora; si necesita comunicarse con amigas lo cuenta todo. Quizá esa verborrea nos haga parecer débiles, vulnerables, cotillas. Pero cuidado, que cuando ya hemos llorado, hablado, y parece que  hemos caído en el precipicio, comenzamos a resurgir para sacar toda la fuerza que llevamos dentro. Entonces nos convertimos en pilares inamovibles.
Recuerdo a un dentista que cuando me estaba quejando porque tenía miedo, me dijo: “Quéjate sin problema, así resistirás mejor. Los hombres que se sientan en este sillón, no mueven ni una ceja, pero muchos se han desmayado al terminar. Mujeres, ni una”
Me parece que me he enrollado demasiado, pero la confesión del dentista aclara mucho sobre la forma de actuar de la mujer.
Me preguntabas por la abuela de Iván. Quizá esa mujer valerosa y con fuerza suficiente la he tenido muy cerca en mi infancia. Se llamaba Rosa y echaba pulsos hasta los setenta años. Era la anciana más sólida que he conocido en mi vida. Trabajaba en mi casa, hacía ganchillo hasta muy tarde para que viera su luz desde  mi habitación porque yo tenía miedo a la oscuridad. Fue mi segunda madre y ahora se pasa la vida pululando por mis novelas, agarrada a su ganchillo, con su pelo blanco y su fuerza descomunal.

¿Qué hizo que te dedicaras a escribir?

Cuando murieron mis padres y Rosa, me quedé huérfana de pasado y necesité recopilar todas aquellas experiencias que había vivido con ellos. Ya era mayor para empezar a escribir, pero me negaba a  dejar en el olvido tantas vivencias.
Empecé a escribir para que ellos no muriesen del todo, y ya no he podido dejar de hacerlo.


¿Cómo se alimentan tus novelas?

De recuerdos, de deseos incumplidos, de historias que de pronto recuerdo, de conversaciones escuchadas al azar, de grandes momentos y de cuentos que leí en mi infancia.


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