sábado, 2 de abril de 2016

PUBLICIDAD ENGAÑOSA

                                    



 Imagen: Rafal Olbinski

“La publicidad engañosa es aquella que puede inducir a error a sus destinatarios o afectar a su comportamiento económico”.
Mi tío siempre decía que se alegraba de no haber nacido mujer porque se hubiera comprado todo lo que le pudiese embellecer (en esa época estaba mal visto que un hombre se pusiera cremas o se hiciese arreglitos). Yo lo he debido heredar, como soy mujer y crédula, me permito el lujo de extasiarme con cada anuncio que veo, sobre todo si te prometen la belleza de Sofía Loren, incorruptible e inmune a los radicales libres. Pero si lo que veo es a una chica monísima de veinte años, me dicen que tiene cincuenta y que su aspecto se debe a una crema milagrosa, ya pierdo el norte como mi tío, y me lanzo en su búsqueda. No lo puedo remediar.
 La última tentación la tuve con una crema que, según explicaba el anuncio, te transforma, o te trastoca, o te cambia el ADN. Así, sin más. O sea que te la pones por la noche y cuando te suena el despertador puedes haber cambiado tu herencia genética. Cabe la posibilidad de encontrarte reflejada en el espejo como una mujer con los ojos azules, el pelo rojo y… un hígado ligeramente chungo, pongo por caso, ya que acabas de recibir otra carga genética, no la que heredaste de los tuyos, sino la que te acaba de implantar la crema nocturna. Se llama DNA (supongo que para disimular). Te promete rejuvenecer la piel desde los orígenes, desde el mismísimo paraíso terrenal. Y por si el prospecto te dejaba alguna duda, una doble hélice, simulando la estructura del ADN, envuelve el bote. Es decir, que te mantiene joven, fresca, y hecha un pincel desde el interior.
Lo malo, según mi parecer, es que al cambiarte el material genético, a lo mejor te transformas en una tersa y lozana de la vida, pero con otras características. Si las células madres son diferentes, el resultado quizá sea que heredes rasgos de un lejano tío Helidoro, de vete tú a saber quién, el cual se quedó calvo en el bachillerato, o de una abuela Eduvigis con un problema de halitosis que trasmitió de generación en generación.
 Quizá el ADN nos cambie tanto que nos encontremos con un cuello demasiado corto, unas orejas inmensas o una inteligencia de mosquito implantada en ese ADN o DNA que te colocas al acostarte.
Lo malo de todo esto es que no puede ser mentira, porque la publicidad engañosa es un delito y está castigada en las leyes.



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