Conforme
vas cumpliendo años te colocas en función Carpe Diem y pasas de casi todo, por
eso no comprendes la cantidad de previsiones que la gente hace sobre su futuro,
y lo que es peor, a voz en grito. Hoy, por ejemplo, he leído que Cristina Pedroche ha incendiado
las redes, se ha convertido en trending topic porque se le ha ocurrido decir en
twitter que le gustaría tener un hijo pero que nunca lo querrá tanto como a su
marido. Lo primero que me he preguntado es lo que estaría haciendo en ese
momento para que necesitará contar por las redes semejante enormidad. La
imagino buscando el móvil, la tablet o el ordenador por toda la casa para dar
un comunicado inminente, trascendente e insípido. Pero lo que me ha llamado más
la atención es que, una vez admitido que las redes sociales son para eso, para
un “te cuento” continuo y perpetuo, es que haya un montón de personas pululando
por el espacio cibernético que han recibido la noticia como si de un cataclismo
mundial se tratara, se hayan rasgado las vestiduras y hayan perdido su tiempo
en convencer a la chica que decir eso es una imprudencia, una banalidad, una
irreflexión. Han salido miles de voces dispuestas a discutir su paradigma como
si lo que hubiera puesto sobre el tapete fuese la teoría de la relatividad,
parte 2ª.
“A los hijos se les quiere mucho más que a los
maridos porque son para siempre”, le contesta una. “Ya veremos cómo se queda cuando se separe de su marido” dice
otro. “Los hijos son lo primero” afirma otra. En fin, oye, no sigo, basta con
decir que la mera posibilidad de que Cristina Pedroche tenga algún día un hijo
menos querido que a David Muñoz ha conmocionado
a las redes sociales.
Lo
cierto es que recibí esa información en mi móvil con pito incluido, que si me
llega a sonar a las tres de la madrugada me lío a gorrazos contra la Pedroche.
Pero
lo que son las cosas, de pronto se me abrió un abanico de explicaciones. Comprendí
el lío en el que está metido este país, los papeles de Bárcenas, los de Panamá,
que haya varios aeropuertos sin aviones, que Rita Maestre entre a pecho
descubierto en una iglesia para decir que somos aconfesionales, que se haya
construido una caja mágica que vale un valer y no sirve para nada. Oye, lo
comprendí todo. Fue como una epifanía de las gordas. La explicación es que nos
falta un hervor como a mi tía Mariana que
lloraba a moco tendido cada vez que su hija de siete años le decía que se
casaría con un torero”. “Hija no, con un torero no, gritaba hecha un mar de lágrimas”.
Pero es que la tía Mariana no era muy espabilada, y la niña le había cogido el
gusto al martirio. Sin embargo lo de la Pedroche, el supuesto niño segundón en
afectos futuros, la reacción de las redes y todo lo demás, es muy orientativo
de lo que nos pasa. Nos falta un hervor y nos la da con queso todo el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario