domingo, 18 de diciembre de 2016

NO QUIERO RESCATAR MÁS

imagen: Rafal Olbinski
                                                           







He estado a punto de que me atraquen y ahora me pregunto si no va a ser peor haberlo evitado.
 Estas fiestas se están convirtiendo en un robo a mano armada. La primera parada la hice en una perfumería para comprar una crema de cara que se me había agotado. La vendedora me aconsejó que me llevara la oferta que, mire usted, por dos euros de nada viene el pack con mascarilla incluida. Bueno, la verdad es que por dos euros más lo acepto. Y ahí está mi primer error. La vendedora piensa que soy presa fácil y saca la artillería pesada sin ápice de sensibilidad.
“Le sugiero también  la oferta de crema, serum, contorno de ojos y… Bueno, usted necesita como el respirar un protector solar para evitar las manchas”.
Me voy echando hacia atrás sin que se note, como en “la gallinita ciega”, mientras trato de salir de la tienda. “Pero si son solo 130 euros más y cuarenta de las manchas. Sabe usted cuánto cuesta de origen todo lo que le ofrezco?” Estoy cerca de la puerta cuando niego con la cabeza en un intento de despiste. “Pues ciento noventa euros, más la crema de las manchas solares”. He conseguido llegar  a la puerta y salir disparada. Salgo del comercio aunque eso sí, con la autoestima muy deteriorada ¿Acaso tengo piel de elefante con surcos y manchas de felino?
Entro en un gran almacén para comprar un maquillaje ya extinto. La nueva dependienta  me ofrece tres botes. ¿Y para qué quiero tres? pregunto ingenua. “Pues porque si compra dos, le regalamos el tercero”. Ya, y si compro cien kilos de azúcar me regalan el almacén, pero no es el caso. Además ¿quién le dice  a usted que yo voy a seguir utilizando el mismo maquillaje, el mismo color y la misma marca durante tanto tiempo?. La vida es frugal y caprichosa, le explico. Y mientras se queda analizando mi sesudo razonamiento, aprovecho para salir del departamento en busca de un colorete. La nueva dependienta, que para colmo lleva gafas de aumento,  me mira el rostro con cara de asco, me aconseja que compre algún producto para rellenar las arrugas, otro para taparlas, otro para evitar que se me note, otro para la noche, otro… “Es para cubrir el rostro de las impurezas y arruguitas”, me explica la mar de candorosa, como si no me hubiese llamado arrugada de mierda hace un instante. Otros cuarenta euros del ala que, añadidos al maquillaje y los anti manchas solares, ascienden a mas de doscientos euros.
Cojo el autobús, llego a casa presurosa y me quedó resoplando tras la puerta. Siento como si me hubieran seguido todas las dependientas de productos contra el paso del tiempo. Silencio. De pronto escucho un pitido: es el móvil. Me acaban de enviar un WhassApp con la cara de Buenafuente en la que dice “¿Se acuerda de que no cogía las autopistas por ahorrarse  dinero?, pues ahora por no haberlas cogido, las va a tener que pagar porque las tenemos que rescatar” Recuerdo las cremas anti manchas, antiarrugas, anti ojeras, maquillaje para toda mi existencia y la de mis descendientes, relleno y espesapestañas. Me pregunto si mañana no tendré que pagar los doscientos y pico euros o más por haber hecho caso omiso a las dependientas. ¿Y si se hunden las casas de cosmético por mi culpa y yo tenga que abonar el importe ahorrado más IVA? Además, claro está, de quedarme echa un cromo con mis arrugas de paquidermo y mis manchas de felino.
Nunca sabe una cómo acertar.  


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