El
resentimiento que se está viviendo en España es para mí escalofriante. No sé si
nos lo están introduciendo los medios de comunicación, los políticos, las redes
sociales o todos a la vez. Ayer fui a Mercadona para hacer un pedido. No había
carros grandes por alguna razón que todavía desconozco. Pedí uno que no tenía
moneda y me dijeron que era para los empleados. Esperé, pasó tiempo y
continuaba sin haber carros, ni siquiera los clientes que llegaban a caja con
su compra llevaban alguno, todos eran pequeños. Tenía prisa y la compra iba a llevarme
tiempo. Le volví a pedir al cajero que
me dejara coger uno de empleados. El cajero preguntó por el teléfono interior
si podría ser, ya que según parece, no habían ni en el almacén. Todo funcionaba
de forma correcta porque el empleado era
amable y trataba de resolver el problema, cuando un hombre que se
encontraba pagando en caja, me miró y, con cara de pocos amigos, me preguntó si
yo ya había desayunado. Como soy de espoleta retardada, le contesté que sí. Y
él me dijo con desprecio que los empleados a lo mejor todavía no. Le pregunté
interesadísima si es que la costumbre era acudir a desayunar con el carro a
cuestas (a lo mejor lo puso de moda Cañamero y yo no me había enterado). El
hombre me fulminó con la mirada. Me hizo sentir como si vistiese abrigo de
visón, pañuelo de Loewe, capa de armiño, bolso de Hermés y látigo para los lacayos. El cajero, viendo que la cosa se encendía, me permitió llevarme el carro
de empleados y yo me marché la mar de intrigada.
Me
encontraba frente a los lácteos cuando de pronto se hizo la luz. El programa de
Jordi Évole la noche anterior pretendía desprestigiar a Mercadona por tratar
mal a sus empleados y proveedores. No sé si es cierto o no, pero sé que en un
país en el que no funcionan las reclamaciones, las paginas web se cuelgan, que hasta para pedir una cita te tienes que eternizar
en un 902, que en la oficina de defensa al consumidor te avisan de que ellos no
tienen peritos, estaríamos bueno, y que debemos conformarnos con la capacidad
de autoreconocimiento y honradez del fabricante, que un comercio atienda las
peticiones con respeto, restituyan los errores sin darle vueltas a si tienes la
culpa o no, que te acompañan al lugar cuando no encuentras un producto. En fin,
una empresa cuyo trato es impecable, la pongan a caer de un burro y le echen la
culpa a los clientes por burgueses y despectivos, pues qué quieren que les
diga, que estamos haciendo un pan como unas tortas.
Cada día tengo más miedo a encontrarme a Thais
Villas por la calle Goya y que me pregunte si mi bolso es de piel o de plástico
chino, si sé lo que pago de agua y luz, o lo desconozco porque lo controla
Bautista, el mayordomo, y si estoy extorsionando a todo Vallecas y Villaverde
alto por llegar a fin de mes.
Luego
se quejan de que haya gente que no acuda a las salas de cine a ver a la
película de Trueba o de que haya conspiraciones vengativas de baja estopa, pues
lo están creando entre unos y otros:
¿Tan
difícil es convivir sin agredirse y sin etiquetar?
Menudo
odio nos están inyectando en vena, de verdad.
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