Todos
los años viene a tomarse las uvas con nosotros la tía abuela Telesfora. Nadie
tiene muy claro a qué rama pertenece pero nos hace ilusión. Es un poco por
tradición y otro, porque no viene a celebrar la llegada de un nuevo año sino a celebrar su
pérdida. La tía abuela suele perder años en vez de cumplirlos y cada vez está
más... ¿cómo diría yo?, más embalsamada.
Ella no lo cree así y se mira al espejo con ilusión. ¿Cuántos años me echas?,
le pregunta a mi hermano Raúl, incapaz de dar una mala noticia ni aunque
participara en un pelotón de fusilamiento. “Pues uno menos que el año pasado”,
le contesta mientras le arranca el jamón de pata negra que trae envasado al
vacío y con el que nos obsequia cada año.
La
esperamos siempre con regocijo porque en vez de comerse las uvas una a una, las
vomita una a una, y lo hace con una pericia digna de encomio. Dice que le da
suerte. No es fácil, por supuesto, pero ella domina el acto de descumplir,
desandar, desenvejecer y desdormir. Dice que le están saliendo los dientes, que
recupera dioptrías, que crece cada año un poco más y que el pelo se le
ennegrece. En fin, que cada cirugía, implante o acido hialurónico que se
inyecta, lo llena de fantasía.
La
cirugía que se hizo el año pasado la dejó un poco "inamovible", como los muñecos
de los chinos, esos que a ellos les traen tanta suerte y que solo mueven un
brazo de arriba abajo mientras el resto del cuerpo se mantiene rígido. No
sabemos a ciencia cierta qué es lo que trae buena suerte a los chinos, pero la
familia aprovecha para pasar por su lado y acariciarle la espalda, el brazo
movible, el encogido, el cogote dorado... No sé, es difícil saber lo que trae suerte
a los chinos, y nosotros por si acaso la manoseamos disimuladamente. No suele
cambiar nuestra suerte porque la toquemos, como no le cambia a los que compran
lotería en doña Manolita, pero nos preguntamos qué pasaría si no lo hiciéramos
¿Se nos pifiaría el año?, ¿un poco más?
No sabemos.
Este
año esperábamos al jamoncito y al muñeco chino con gran expectación, cuando sonó
el timbre de la portería. Raúl regresó la mar de ilusionado. “¿Quién es?”,
preguntó el tío Ramón “Una chica impresionante” contestó él sofocado. “¿Has abierto?, cabeza de chorlito”. “Sí, porque
asegura ser la tía abuela Telesfora “¿Telesfora? Ya te han timado. Seguro que
es una banda de rumanas, polacas o austrohúngaras dispuestas a robarnos.”
Y
así, en plena pelea y divagaciones sobre el imperio austrohúngaro y la
civilización grecorromana, sonó el timbre de casa. Telesfora nos dio su santo y
seña y la dejamos pasar: vestía pantalones de mezclilla, cazadora de cuero,
botines de ante y blusa blanca de seda. Tenía el pelo rojo y los labios
brillantes. Este año había descumplido, no uno sino varios años. “Ahora tengo
dieciocho y ahí me voy a plantar”, nos
explicó dejando la cazadora en el perchero y dirigiéndose a la cocina para dejar
el jamón envasado. No quiso tomarse las
uvas ni vomitarlas. Dijo que así estaba bien. Luego nos confesó que había
participado en un programa nuevo y secreto que se llamaba “Ratón Matusalen” y estaba
dotado con tres millones de dólares: consistía en reforzar los telómeros para
evitar el envejecimiento en el ADN de las células. Nos habló de biología, de
neurociencia, de un novio nuevo que estaba probando en ella lo que otros
probaban con ratones. Nos contó que los telómeros son comparables a los
protectores de plástico de los cordones de los zapatos en sus extremos, que
evitan que los cromosomas se deshilachen y se peguen entre sí cada vez que hay
división celular. La charla fue larga; nos perdimos las uvas y el programa de
fin de año, pero no importó porque todos soñamos esa noche con telómeros.
La
tía Telesfora después de bailar reguetton, salsa, zumba, skybeat y tangos se había
marchado a las cinco de la mañana
Nos
enteramos al día siguiente, se había
resbalado al cruzar la calle y un coche la había atropellado. No se pudo hacer
nada. Murió en olor de juventud y más borracha que una cuba.
Desde
entonces no hemos parado de buscar al amigo investigador de telómeros para ver
si nos podemos ofrecer de ratones de investigación, no por los tres millones de
dólares, que también, sino por lo de descumplir años. Por ahora no nos han dado
rezón. ¡Qué mala suerte!, tendremos que seguir tomándonos las uvas,
cumpliendo años y envejeciendo sin siquiera el consuelo del jamón de pata negra.
FELIZ AÑO NUEVO Y QUE VENGA LLENO DE
TELÓMEROS
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