jueves, 28 de diciembre de 2017

NOCHE DE PAZ, NOCHE DE AMOR




                                  




Ramón ha decidido presentarme a su familia. Llevamos dos años saliendo y aún no sabía dónde trabajaba, ni siquiera que tuviese una familia. Nos conocimos en una página de encuentros. Su foto reflejaba a un hombre alto, delgado, pelirrojo y con gorra de plato, que sentado en la proa de un yate, sonreía. Nunca supe quién era realmente el de la foto, ni dónde escondía aquel barco. Porque lo cierto es que Ramón es calvo, con las piernas cortas y prominente barriga. Sin embargo no me atreví a indagar ni le eché en cara la foto de la página. Es un hombre silencioso y concentrado. Nada más saludarme dijo que no soportaba las preguntas irreflexivas y carentes de inteligencia. Nuestra relación siempre estuvo cargada de misterio. Él tampoco habla mucho, mejor dicho, no habla nada. Escuchar sí lo hace, pero siempre que las frases no superen más allá del sujeto, verbo y predicado. Con los complementos circunstanciales se le va el santo al cielo. Él es así; escueto y sobrio. Por eso me ha parecido un gran avance para nuestra relación que quisiera integrarme en su familia. Dice que vamos a pasar las Navidades en una casa rural, en medio de la nada, con hermanos, cuñados, suegros y animales domésticos. Va a ser algo bucólico, me dice casi sin darle importancia a la trascendencia de la invitación. No me ha regalado un anillo, es cierto, pero yo me lo he tomado como una pedida de mano, un ya eres una más, no sé.
Mi madre se llama Lisístrata, ha dicho mientras conducía por en medio de una gran llanura árida y seca como nuestra conversación. Y ha continuado, mi padre Odiseo.
 ¿Les gusta mucho el mundo griego, verdad? me he atrevido a preguntarle, pero no sé si la frase ha excedido los estrictos límites que él impone en las conversaciones porque no me ha contestado.
Luego ya no ha vuelto a hablar de su familia hasta que hemos vislumbrado la casa en la lejanía.
Es muy grande, digo, y dejo el sujeto en modo elíptico por no faltar.
Antes de prepararme para el encuentro le he preguntado por cada uno de los miembros de su familia, pero él ha declinado la explicación. Pienso que los conoce tan poco como yo.
La llegada ha sido muy entrañable. Había tanta gente que solo he escuchado alborozo y abrazos apresurados. El que me ha recibido con mayor pasión ha sido un gran danés negro de su hermano Diógenes que, según me ha explicado Ramón, suele morder. También había otro perro, éste más pequeño y sin educar, por lo que se orinaba en cualquier lugar y lo ha hecho en mis pantalones. Ramón tiene cuatro hermanos; dos chicas y dos chicos que añadidos a los colaterales y la descendencia, alcanzan una buena cifra de comensales. Su padre es un hombre de estudios clásicos, por eso le puso a cada uno de sus hijos nombres griegos, menos a Ramón porque no logra recordar cuando lo concibió y piensa que a lo mejor ni es suyo ni griego. Pero eso no parece importarle demasiado, ya que está obsesionado con NIBIRU, el 12º planeta, porque un día de estos va a volver a la tierra y nos vamos a enterar. La madre me cuenta, mientras va dejando sobre la mesa de la cocina los enseres y los embutidos, que Lisístrata es la heroína de una comedia griega de Aristófanes, allá por el año IV a de Cristo, que dirigió un grupo de mujeres para que no tuvieran relaciones sexuales con sus maridos o parejas, hasta que no se acabara la guerra del Peloponeso. Dice que si en Cataluña hubieran hecho lo mismo, se hubiera acabado la DUI y el 155. Asiento y le pregunto si quiere que le ayude con la cena, pero eleva la mano derecha en señal de no te preocupes que todo está controlado. Busco a Ramón por entre los miles de niños que ocupan la sala gritando y desparramando juguetes por encima de la mesa, la vitro, y la despensa. El gran danés intenta morder a Odiseo mientras éste observa con un catalejo el insondable cielo de la Nochebuena. Dice que ve aproximarse el 12º planeta, y los demás tratan de convencerle de que se trata de la estrella que dirige a los Magos hacia el portal de Belén.
Vamos dejando los regalos debajo de un inmenso árbol de Navidad, pero no dura mucho porque el gran danés le da un empujón y cae al suelo, con bolas y luces. Lisístrata monta en cólera y dice que se va al almacén y no cena. Antígona, una de las sobrinas, nos cuenta que está embarazada de su novio, un chico bajito y con unas orejas inmensas. Todos lo insultan sin importarles la presencia del bajito. Dicen que no tiene porvenir y que es un insustancial. El bajito se hace el loco. Uno, al que llaman Sófocles, pregunta por qué no nos tomamos las uvas aprovechando que estamos toda la familia y él no podrá venir el día 31. Se vuelve a liar y regresa Lisístrata para poner paz y formar dos bandos; los que quieren uvas la Nochebuena y los que se reservan para el día 31. Aparece un nuevo miembro en el momento de dar doce escobazos, y se escucha un suspiro. Es el tío Creonte; vagabundo, hermano de Odiseo y oveja negra desde tiempo inmemorial. Dice que ha decidido pasar las fiestas con la familia por si ya no hay otra oportunidad. Odiseo contesta que se tome las uvas donde se las ha tomado los últimos seis años. Medea se levanta y dice que no piensa brindar con cava catalán, y se vuelven a formar dos grupos diferenciados que no coinciden con los de las uvas a destiempo; los que quieren el cava catalán y los que lo quieren valenciano, por lo que ahora se han formado cuatro grupos. La prima Electra dice que se marcha, que no aguanta más. La vemos salir con las maletas y su familia; sin despedirse, sin uvas, sin cava y sin cena. Ya en la puerta le muerde el gran danés y amenaza con denunciar a toda la familia. Aprovecho el escandalo que se ha formado para alejarme sigilosamente. En el cielo veo acercarse una estrella. No sé si se trata de la de Navidad o la del 12º planeta que va a chocar contra la tierra dejándola hecha añicos. Subo al coche y me pierdo por un descampado siguiendo fielmente las indicaciones del Google maps. Ha llegado usted a su destino, dice en medio de un camino oscuro y sin asfaltar. A lo lejos, pero muy  a lo lejos, diviso la casa rural llena de lucecitas navideñas. El Google maps, como deferencia por ser Navidad, entona el “Noche a paz, noche de amor” a la máxima potencia”.  







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