lunes, 22 de julio de 2019

HACE YA 50 AÑOS







En la novela “UN RUBIO EN EL 4ºB” hago un homenaje a los hombres que el 21 de julio del 69 llegaron a la luna. Recreo las aventuras de una a niña preadolescente en Benidorm, aquel verano en el que creíamos que el mundo se volvería patas arriba, gracias a Amstrong, Collins y Andrin. 
El comandante Amstrong fue el primer ser humano que pisó la superficie del satélite terrestre el 21 de julio de 1969. 
¿Qué pasará a partir de ahora?, nos preguntábamos. Soñábamos con viajes interestelares, fantaseábamos en convivir entre extraterrestres, incluso en casarnos con alguno de ellos, soñábamos con todo menos con la posibilidad de conectarnos a través de satélites lanzados al espacio y con el nacimiento de un mundo global en el que podríamos conocer a través de imágenes, en nuestro propio salón, lo que estaba ocurriendo a miles de kilómetros de distancia, en cualquier parte del planeta, en el más recóndito lugar del mundo. 
No, no lo sabíamos entonces, pero suponíamos que algo muy gordo estaba a punto de suceder.
Más tarde nos dijeron que era mentira, una patraña para que los americanos se pusieran por delante de los rusos en la carrera espacial. 
Nunca lo acepté, pero quedó una pregunta. ¿Por qué nunca más se lanzó un hombre a la luna? Las teorías han sido diversas, pero lo cierto es que aquel verano del 69, la esperanza de todos los hombres estaban con aquellos astronautas que iba a enseñarnos nada menos que la luna, ese astro tan lejano y brillante, de cerca. 
Hoy, 50 años más tarde os recuerdo el libro que escribí sobre aquel verano en el que no solo Amstrong dio un gran paso para la humanidad, sino que muchos humanos, silenciosos y desconocidos, dieron saltos enormes, como mi protagonista, una niña que no fue a la luna ni se metió en carreras espaciales, pero que vivió su primera aventura humana, la de enamorarse, conocer la amistad y los miles de engaños que tuvo que afrontar.  

“Y así fue como empezó todo; tres hombres dispuestos a subir a la luna para andar a cámara lenta sorteando cráteres y polvo cerca de una araña lunar. Y tres mujeres aquí abajo, dispuestas a pasar el verano sorteando doseles en las camas y tibores chinos, cerca de un perro, pánfilo y negro, que por lo visto hablaba francés. “

“Pero a Magdalena y a mí nos gustaba fantasear con que era un extraterrestre con cuerpo de pez, que habría muchos más y que nos observaban. Uno de ellos estaba enamorado de Magdalena y otro de mí…”
Lo sabían todo de nosotras hasta nuestros más ocultos pensamientos.
—Saben hasta la pasta de dientes que usamos y nos quieren- me explicaba—, les gusta todo de nosotros. Un día vendrán para pedirnos que nos casemos con ellos… 
Pensábamos que solo se enamorarían de nosotras unos extraterrestres que nos conocieran mucho y nos lo perdonaran todo. 

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