martes, 23 de marzo de 2021

FELISA TAMBIÉN SUEÑA

 

                                             

 Imagen. Banksy

 

 

 

 

Felisa ha soñado. Me cuenta que más que soñar, lo que pasa es que ha tenido una pesadilla.

Estábamos sentados en una mesa rectangular muy grande, dice, parecía una comida o una merienda. En la cabecera estaban mis padres, en mi sueño todavía no habían muerto, eran mayores, casi tanto como cuando murieron, y aún así, aún no les había tocado vacunarse. Se hablaba de falta de vacunas, de falta de jeringuillas, de falta de personal sanitario, de falta y de falta. El resto de comensales los miraban con afán, como si se los fueran a dar un zarpazo. Los miembros de Ciudadanos les propusieron que si se afiliaban a su partido, los vacunarían esa misma tarde. Ante semejante propuesta se levantaron otros partidos asegurando que si se afiliaban al suyo, los vacunarían en ese instante. La pelea arreciaba. Sus padres, desconcertados y aferrados a una moral y unos principios de cuando había vinilo y se repartía el carbón por las calles, se negaron.

 ¿Pero cómo vais a negaros?, si os vacunan estaréis a salvo, trató de convencerles Felisa. Dejaos de principios, ya no se llevan.

Sus padres la miraron con una tristeza enorme, como avergonzados de haber criado a una filibustera sin ética, ni moral.

Me dio pena, la verdad, contó Felisa. Porque no sabes lo difícil que me resultaba explicarles que ahora todo eso era pura filfa, que se incumple la palabra dada  y luego se fuman un puro. Que el resto de ciudadanos aplauden, que les parece bien. Que tener moral es de “pringaos”. Y sin embargo no pudo evitar que se le soltara la lengua, y les contara que también quieren destrozar los libros de toda la vida para que encajen en las doctrinas nuevas. Una cosa así como cuando quemaron la biblioteca de Alejandría, o cuando los nazis quemaron los libros, o cuando en Sarajevo incendiaron miles y miles de bibliotecas, o como cuando Ray Barbury nos contó en “Fahreheit 451” lo peligrosos que son los libros, porque te hacen pensar y crearte un criterio a base de cotejar una u otra versión, porque lo que ahora se lleva es el pensamiento único, nada de dejar rienda suelta a las ideas.

¿A eso habéis llegado?, preguntó su padre.

Felisa lo miró, pero no se atrevió a contarle que Caperucita roja es machista y que el lobo no hace más que cumplir la llamada de la naturaleza o sea zamparse a la abuela como está “mandao”, que todos los libros editados en el mundo deben servir a la causa de Irene Montero y las feministas actuales, que cada uno debe decidir lo que quiere ser, el género al que pertenecer, incluso si se quiere ser tabla de planchase se admitiría, pero nunca pensar libremente, decidir por sí mismo. Que los hijos son del Estado, que debemos borrar de nuestra cultura lo que interesa. Su padre se levantó y dijo en voz alta: “Donde los documentos se eliminan o se tergiversan es muy fácil modificar a placer, impunemente, el relato de la historia.”

Después de ese alegato dijeron que ya no querían vacuna, querían un virus así de gordo para poder toser a todos los que han profanado la cultura y la integridad desde el principio de los siglos.

 La mesa se levantó horrorizada ante el fracaso de no conseguir dos votos más para su absurda causa, y ellos se colocaron las bolsas de basura con nombre de EPI, aquellas bolsas que soportaron los sanitarios en las primeras semanas de covid, luego se quitaron las mascarillas que Simón consideraba inútiles ya que solo iba a haber un infectado y como mucho dos, y se mezclaron con la multitud.

Lo peor, añadió Felisa, y no se lo conté a mis padres, es que Simón ha dicho ahora que la pandemia durara un mes o dos, como mucho, y con una simple regla de tres: si uno o dos infectados equivale a 3.230 000 contagiados y 73.543 fallecidos. Una o dos semanas de pandemia, equivale a... Ni les llega a mis padres ni nos llega a nosotras, así que me voy a tomar un orfidal. No soportaría una noche más dando explicaciones de lo que está ocurriendo en la realidad.  


No hay comentarios: