lunes, 4 de noviembre de 2024

CULPAS






Si me preguntan quién tiene la culpa de lo sucedido en Paiporta, responderé  sin temor a equivocarme; los que polarizan. Todos aquellos que señalan a los ultras como aquellos que gritaron y atacaron al presidente del gobierno, son culpables además de miopes. Nuestra sociedad, nuestro país, ha colapsado por odio, por falta de respeto. No se puede mantener la corrupción y salir exculpado por los votantes  si no inculca el miedo y el odio al de enfrente. Les dejaran hacer lo que sea, porque lo que puede venir es peor. 

La ministra Montero señala sin pudor que los indignados que insultaron al presidente del gobierno son ... ¿Fachas? ¿Acaso ella lo sabe porque ha conseguido información privilegiada en la Agencia Tributaria? Es que ella, igual que amenaza a los contribuyentes de derechas por saber mucho, tiene información de los jóvenes indignados que persiguieron al presidente? ¿Todos son fachas, ultras y extrema derecha?

 La mujer que sabía demasiado desconoce el secreto profesional. Ni siquiera es legal husmear en las listas de contribuyentes sin control. No, no lo sabe, y ese desconocimiento innato le hace asegurar que los que pitan o insultan al presidente del gobierno son ultras, fachas, extremos. Qué fácil es cargar el muerto a los otros. 

Hasta que no desechemos esa terminología: “fachas” para llamar a la gente que no soporta tanta vileza, y los llamemos con sumo respeto, no dejaremos de deshumanizar, y si deshumanizamos, dejaremos en el lodo a los damnificados para demostrar que el otro es un inútil. 

Qué importa que la gente tenga sed o hambre, que no encuentre a sus seres queridos, si con eso consigo que dejen de votar a la derecha. El problema es que le ha salido el tiro por la culata. 


 


domingo, 3 de noviembre de 2024

HACERSE MAYOR

Hacerse mayor es un problema, eso dice un ginecólogo en la tele. Según él, por mucho que una mujer se quite patas de gayo, arrugas, se ponga pómulo y se atiborre de omega tres, su útero continua el deterioro implacable que dicta la naturaleza, hasta que deja de ser útil para procrear. Aconseja, el hombre, que si la mujer ha decidido que en un futuro lejano le gustaría tener hijos, guarde los óvulos de antes de los treinta y pocos. No es por faltar, dice, pero la genética es la genética y el útero muy suyo. Todas estas cuestiones, por ejemplo, no es algo que preocupara a las de nuestra generación. Lo teníamos claro. Yo a los veintinueve sentía que esto se acababa pronto y que debía decidirme. Quizá me pasé, es cierto, pero la edad de procrear tiene sus tiempos. Hoy se habla de que las generaciones venideras serán longevas. Es decir, que si no la liamos con guerras y desencuentros, podremos vivir muchísimos años y además jovencísimos. Dice otro experto en geriatría, que lo malo será la falta de empatía con las nuevas costumbres y formas de actuar de la generaciones venideras. Me ha dado qué pensar, la verdad. Es cierto, por mucho que me empeño en comprender a los jóvenes no los alcanzo. Ellos decoran su casa como lo haría un cirujano o un maxilofacial, pertenecen a la generación de lo virtual. Es otra cosa. Había pensado regalarle a mi nieto por su santo, un espectáculo virtual en el que matas alienígenas en Cibeles para salvar a la humanidad. Lo que no sé todavía es si los alienígenas desbarrados están ya pasados de moda o todavía tienen tirón. Estoy tan despistada Me llama la atención que los jóvenes declaren su amor con sortija incluida, en campos de futbol, en lo más hondo del mar, vestidos de buzos y ante los miembros de curso de buceo. Nuestra generación era mucho más pudorosa. Ahora todo es para la galería. Te avisan de si van a comer lentejas o bacalao, de si quieren a su marido lo que no está escrito u odian al portero de su finca. Lo graban todo, hasta cuando les pilla un huracán en la autopista. Es como si su vida fuese un espectáculo digno de narrar. Me pregunto qué harán cuando empiecen a repetirse debido al deterioro cognitivo, si grabarán tres o más veces todo lo que hacen. Será espeluznante. Los hay que hasta se graban cometiendo un delito, violando en grupo a un chica, saltándose límites de velocidad o robando víveres en el súper. No les importa ser detenidos, o morir por perder la oportunidad de salvarse. Ahora se llama reel, o history y se sube a Instagram para recibir likes. Me lo ha explicado mi nieta que es la única que tiene paciencia para darme clases de redes sociales. Siempre había admirado a los animales porque antes de morir, se retiran de la manada para hacerlo en solitario. No digo que sean mejores, pero sí más individuales, más respetuosos con el dolor propio y ajeno. Bueno, en resumen, que no me hace ilusión ser longeva con un culo inmenso, una cintura de avispa, pestañas postizas y una nariz respingona para celebrar pre-bodas, bodas, post-bodas y divorcios, con el dinero de los invitados. Es que la naturaleza es sabia y si se nos quitan las ganas de hacer tonterías conforme crecemos, será por algo.

sábado, 28 de septiembre de 2024

 https://www.ondacero.es/emisoras/comunidad-valenciana/alicante/audios-podcast/mas-de-uno/carmen-garciaromeu-presenta-alicante-trol-albufereta-lazo-invisible-abuelos-nietos-que-llena-magia-infancia_2024092566f3de893c87870001eb3a7d.html?fbclid=IwY2xjawFiUidleHRuA2FlbQIxMQABHRvzR_jecntjhYPDqt2JMmICm8lXhPmTeJyxZ8pR-s8dvaxGhIvRCAxmqA_aem_HMT2K-lmmkNKhyC6BcRmIg

sábado, 21 de septiembre de 2024

PRESENTACIÓN DE “UN TROL EN LA ALBUFERETA”

 

 





 

 

 

El miércoles presenté en la librería 80mundos mi último libro de literatura infantil/juvenil: “Un Trol en la Albufereta”. Me lo presentó una nueva amiga, que a la vez me la había presentado una amiga/sobrina. A veces suceden las sincronicidades de las que hablaba Jung: Algo así como cuando piensas en tu amigo Segismundo, que no ves desde hace treinta años, y de pronto lo ves a tu lado en un semáforo.  

Ella se llama Marisa y adora a los niños, lo lleva en los genes. Sus padres ya le inculcaron la semillita que le hace ser cercana, saber escuchar. Desde que supo que iba a presentar mi libro comenzó a preguntar. O mejor dicho, a hablar, con esa sonrisa abierta y franca que acerca tanto. Hablamos de todo, pero jamás me sentí intimidada, era como disfrutar conmigo misma. Con ella me sentía la mar de interesante, como si lo que yo contara fuera algo genial, el no va más. Y así, casi sin darme cuenta, le entregué mis secretos, con risas, con ironías, con muchísima complicidad, sin miedo. Ahí estaba yo, soltando todas las locuras que no me atrevo a contar a nadie.

No me gusta hablar en público. Dicen que los pequeños de las familias hablan muy deprisa porque si no es así, los dejan con la palabra en la boca. Era mi caso. O sea, que la velocidad al hablar, escribir, comer o bailar, traspasa todos los límites imaginarios. El miércoles no tenía prisa, el miércoles estaba a mi lado Marisa, con esa capacidad para entender y provocarme. Con ella fue diferente, me sentía una tía la mar de enrollada, aunque se empeñara en llamarme “Doña Carmen” haciéndome sentir señora con moño que hace bolillos. Y es que ella no sabe que los mayores somos exactamente iguales a los jóvenes, tan solo es que se nos está tragando un cocodrilo que nos pone la piel arrugada, el pelo ralo y nos cuesta arrastrarlo. Pero por debajo somos los mismos jóvenes, niños y adolescentes que fuimos.

Pero aunque me llamara Doña Carmen, consiguió sacar de mí una persona a quién desconocía, no solo yo sino también mis amigas. Me reí de mi misma, nos reímos del mundo y acabó la presentación dejándome una sensación estupenda.

Me han felicitado mucho los asistentes, pero yo sé que sin su habilidad, el acto hubiese sido otra cosa.

Doña Carmen, o sea yo, creció con su Trol aquella tarde en 80mundos, y se lo agradezco a Marisa, por su generosidad, y por su profundo deseo de comprender al otro. Por saber cuidar a los niños y a las señoras que hacen bolillos, pero por encima de todo, por aportar alegría y grandeza a este pequeño mundo en el que le ha tocado vivir.

sábado, 31 de agosto de 2024

EL HOMBRE QUE AMABA A LAS NEVERAS

 

 

 

 



 

 

Me acerco a la sección de electrodomésticos para mirar las dimensiones de una nueva nevera. La antigua encaja perfectamente con los muebles que tengo, pero tiene veintitrés años y la pobre todavía tira. Sé que cualquier día nos dirá adiós y nosotros tendremos que desmontar los muebles en la que está integrada. Da pena, porque a los mayores se nos hace un mundo cambiar mobiliario. Bueno, mobiliario y cualquier otra cosa. Siempre me acuerdo de mi tía Asunta, que al morir nos encontramos con 40 pares de zapatos inservibles, la mayoría con la deformación que sus juanetes habían dejado en el cuero. Juré que yo jamás conservaría recuerdos, pero aquí estoy, venga a hacer montoncitos; este por si voy a una boda y me nombran madrina, este para estar por casa, esta camiseta por si vuelvo a jugar al baloncesto y me colocan de pivot. La mayoría de la ropa que conservo es para estar por casa. Imagino a mis deudos echando al contenedor el “Hola” de la boda de Rainiero de Mónaco que heredé de mi madre, y se me abren las carnes. La vida es así. Prometes que no harás jamás una cosa y te falta tiempo para seguir el patrón de conducta de tus ancestros. El caso es, a lo que íbamos, que también prometí que no divagaría y ya me he ido por los cerros de Úbeda. El caso es que le pregunto al dependiente por las dimensiones y el rendimiento de una nevera Liebherr. Es un hombre correcto, impecable, hecho a su sección de electrodomésticos, tiende a mimetizarse con ellos, pero sobre todo, ama a las neveras y no lo puede ocultar. Sonríe y se entristece en segundos, no sé cómo interpretarlo. Le explico que esa nevera suelta agua en ocasiones. Cambia el semblante y bajando la voz me explica que con las temperaturas que han sufrido este verano, han tenido que pasar un infierno. Dice que las neveras necesitan reponerse después de pasar de tres a cuarenta grados. Imagínese usted en semejante circunstancia. Recuerdo cuando pasé las fiebres tifoideas y se me ponen los pelos tiesos. ¿Acaso no lo comprenden ustedes?, dice perdiendo la compostura. No llora, pero está afectado, se le nota enseguida. Dice que lo que no se puede hacer con una Liebherr es abrirla y cerrarla continuamente, que eso la descontrola, la enferma, la desazona. Habla como un doctor en la UCI, harto de ver llegar pacientes por el poco cuidado de sus allegados. A parir de ese momento suavizo mi lenguaje como si estuviese en un duelo. Le explico que eso no le da derecho a echar agua por los orificios. Bajo la cabeza y le hablo de lo maravillosa que es, de lo que se esfuerza en mantener la calma y el termostato. Asiente, esta vez en su versión sonriente. Lo malo es que no cabe entre mis muebles de cocina panelados.  ¿O sea que usted prefiere adaptar una persona a un traje  que al revés? No, no, claro. Levanta la cabeza y me pregunta si la encarga. No me atrevo a decir que no. Incluso no tengo claro de si las neveras actuales requieren un permiso especial para adquirirlas; un certificado de buena conducta de los compradores. Me la traen el viernes, todavía no se ha roto la mía de hace veintitrés años, no dan las medidas, no sé qué hacer con ella, pero buscaré la solución. Sufren tanto.

martes, 30 de julio de 2024

CUANDO LLEGAN LOS TIBURONES

 

                                                         


 

 

Cuando la vida se pone tierna, cuando los problemas parecen haber llegado a su fin, cuando no necesitas luchar, cuando te basta con sentarte a contemplar cómo el viento mueve las hojas de un árbol viejo, o buscas el olor a jazmines de por la noche. Cuando agarrado a unas manos cómplices, ves la arena mojada de una tarde cualquiera mientras conversáis de cosas simples, de lloviznas y grandes tormentas, de recuerdos, de entonces.

Cuando le cuentas lo que viste de bonito y de triste durante el día, de tus sueños y tus  realidades, de los charcos de agua y de los pastos mojados. Cuando te detienes a contemplar las lagartijas que trepan por las fachadas. Cuando un simple mordisco de melocotón te llena la boca de ayeres. Cuando estando juntos miráis con sorpresa infantil el lento devenir de las abejas…

Llegan los tiburones

Cuando ya no hay adolescentes provocadores a los que educar y combatir, cuando los compañeros agresivos y maliciosos, han dejado de importunarte. Cuando los jefes ya no se suben a tu espalda para llevarse el fruto de tu trabajo. Cuando desaparecen los malentendidos…

Llegan los tiburones

Cuando los truenos retumban en tus oídos, cuando la lluvia os empapa la ropa y eleváis la cara para que el agua caiga en vuestra frente. Cuando miráis un sol rojizo esconderse tras las montañas y os quedáis quietos, expectantes, hasta que desaparece allá, muy lejos. Cuando os bañáis una noche cualquiera siguiendo la estela de la luna, porque dicen que trae suerte, porque es bonito, porque es de noche y la brisa os estremece el cuerpo. Entonces…

Llegan los tiburones

Cuando ya no se acercan huracanes, ni tormentas, cuando tus hijos se marchan para   emprender sus propias luchas, cuando aprenden a navegar y saltar sus propias olas. Cuando piensas que todo está por fin en calma…

Es cuando llegan los tiburones.

Los tiburones comienzan poco a poco. Al principio ni los sientes. Te muerden en la rodilla, quizá en el brazo. Es posible que te roben la fortaleza de antes, o que ya no oigas como entonces y pidas que te lo repitan. A veces, sin esperarlo, arrancan a un ser querido, y luego a otro, y a otro. Pierdes amigos y te cuesta recordar. Porque los tiburones se empiezan a instalar en vuestra casa. Ellos os enseñan que nada era de verdad vuestro.

Los tiburones acechan tu calma y tu silencio. Quieren llevarse lo que más querías, tu pasado, tu salud, y a ti, poco a  poco, o de golpe, pero están ahí, esperando el momento para arrancar aquello que creíste tuyo y que jamás lo fue.

Pero hasta la última dentellada de esos tiburones amargos, trataras de alegrar tus días recordando pastos mojados, una luna roja de julio, luces  de verbenas y tardes de risas.

 

jueves, 27 de junio de 2024

NOCHE DE SAN JUAN

 



 

 

24 de junio, son las doce en punto de la noche, se queman cientos de hogueras en la playa. Se celebra el solsticio de verano y hay que cumplir el ritual.

 Dicen que da suerte despojarse de todo lo que ha perturbado tu vida en el último año, dicen que si te bañas, sigues la estela de la luna y pides un deseo, se cumple. Tomo los prismáticos y observo la playa desde la terraza. Veo colas de gente metiéndose en el agua, corros de jóvenes alrededor de la lumbre. Dicen que hay que saltar sobre las brasas cuando el fuego se apaga, que es la forma de que se alejen los malos espíritus. Veo cientos de luces que parpadean en la orilla del mar. Se escucha el entrechocar de las olas contra las rocas, el suave murmullo de aquellas que plácidamente mueren al rozar la arena, para regresar al mar.

Los bañistas entran con paso indeciso con sus pies descalzos, con las manos entrelazadas, buscan la estela de la luna. Desde donde me encuentro no veo ese resplandor mágico, ellos lo buscan desde su lugar en la playa. Cada uno traza desde el horizonte una línea que se mueve según el lugar en que se encuentren, la siguen en una procesión de fe. Conjuran su mala suerte. Piden que nada de aquello que soportaron vuelva a suceder. Ellos no saben que todo volverá, no por la lay del eterno retorno, sino porque seguirán actuando exactamente igual a como lo hicieron año tras año. Algunas veces creo que somos secuestrados momentáneamente, sin darnos cuenta, por el subconsciente, o por otra dimensión. Decimos algunas cosas que no hubiéramos querido decir, o guardamos algo en lugares recónditos y que nunca más encontramos, o nos movemos nerviosamente hacia un lugar inesperado. Dicen que somos seres multidimensionales, que vivimos en varias dimensiones a la vez. No es que lo crea a pies juntilla, es que algunas veces me despisto de mí y no sé de dónde vengo. Dicen que hago cosas que no recuerdo o que tengo un latiguillo en el que no me reconozco. Antes pensaba que la gente era falsa, que decía algo que no sentía, pero estoy pensando seriamente en lo de las dimensiones, en todo aquello que hacemos sin ser conscientes. Escucho un audio sobre meditación y algo así como estar al tanto del presente mediante la atención a la respiración. Lo intento: “Respire profundamente”, dice la voz, “Contenga el aire, expire por la boca. Imagine que está usted…” Me he ido sin darme cuenta. Estoy en Babia mientras suena la voz sugerente que me induce a permanecer en el presente, pero no, estoy refunfuñando y pensando en lo que voy a decir a esa amiga traicionera, estoy merendando en el campo y soy muy pequeña, estoy hablando con un cliente. “Inspire, expire” continua la voz inútil, sosegada, ya muy lejos de mi cuerpo. Me levanto, no puedo mantenerme en el presente, me pone nerviosa. No sé dónde dejé las zapatilla, ayer las tenía puestas y ahora… “Inspire lentamente”. He vuelto a perderme en esa otra dimensión. Los bañistas creen que si se bañan aprovechando la estela de la luna, todo cambiará. Pero no cambia, porque la estela no es fija, hay muchas, depende del lugar de partida.

Las olas regresaran al fondo del mar para volver una y otra vez a deshacerse en la arena, donde otros bañistas conjuraran los malos espíritus, repetirán los mismo actos que los llevaron a apilar en la arena maderas, troncos papeles, para poder hacer una hoguera, una inmensa hoguera que borre todo un periodo de malentendidos, de ausencias, de traiciones, pero no lo borrarán, porque serán incapaces de recordar, admitir, asumir sus propias traiciones, sus propios errores. Los troncos se queman con diferentes miserias y por eso no sirven para nada.  Saltar brasas sin enmendar, saltar cenizas sin recordar por qué estabas allí y qué es lo que debías de borrar en tus actuaciones para que todo cambie.

Las olas se arrastran lentamente sobre la arena y los bañistas entran parsimoniosamente hasta mojar sus pies fríos. Andarán por su estela hasta perder pie y nadarán, nadarán hasta lo hondo convencidos de que todo aquello que les hizo daño desaparecerá, pero no será así porque su otro yo, el que no está presente, el que deambula por senderos desconocidos, les estará esperando en la playa, en esa playa de otra dimensión, donde no se reconocen, para repetir aquello que les llevó al dolor, al desengaño, a la traición.