24 de junio, son las doce en
punto de la noche, se queman cientos de hogueras en la playa. Se celebra el
solsticio de verano y hay que cumplir el ritual.
Dicen que da suerte despojarse de todo lo que
ha perturbado tu vida en el último año, dicen que si te bañas, sigues la estela
de la luna y pides un deseo, se cumple. Tomo los prismáticos y observo la playa
desde la terraza. Veo colas de gente metiéndose en el agua, corros de jóvenes
alrededor de la lumbre. Dicen que hay que saltar sobre las brasas cuando el
fuego se apaga, que es la forma de que se alejen los malos espíritus. Veo
cientos de luces que parpadean en la orilla del mar. Se escucha el entrechocar
de las olas contra las rocas, el suave murmullo de aquellas que plácidamente
mueren al rozar la arena, para regresar al mar.
Los bañistas entran con paso
indeciso con sus pies descalzos, con las manos entrelazadas, buscan la estela
de la luna. Desde donde me encuentro no veo ese resplandor mágico, ellos lo buscan
desde su lugar en la playa. Cada uno traza desde el horizonte una línea que se
mueve según el lugar en que se encuentren, la siguen en una procesión de fe. Conjuran
su mala suerte. Piden que nada de aquello que soportaron vuelva a suceder.
Ellos no saben que todo volverá, no por la lay del eterno retorno, sino porque
seguirán actuando exactamente igual a como lo hicieron año tras año. Algunas
veces creo que somos secuestrados momentáneamente, sin darnos cuenta, por el
subconsciente, o por otra dimensión. Decimos algunas cosas que no hubiéramos
querido decir, o guardamos algo en lugares recónditos y que nunca más
encontramos, o nos movemos nerviosamente hacia un lugar inesperado. Dicen que
somos seres multidimensionales, que vivimos en varias dimensiones a la vez. No
es que lo crea a pies juntilla, es que algunas veces me despisto de mí y no sé
de dónde vengo. Dicen que hago cosas que no recuerdo o que tengo un latiguillo
en el que no me reconozco. Antes pensaba que la gente era falsa, que decía algo
que no sentía, pero estoy pensando seriamente en lo de las dimensiones, en todo
aquello que hacemos sin ser conscientes. Escucho un audio sobre meditación y
algo así como estar al tanto del presente mediante la atención a la respiración.
Lo intento: “Respire profundamente”, dice la voz, “Contenga el aire, expire por
la boca. Imagine que está usted…” Me he ido sin darme cuenta. Estoy en Babia
mientras suena la voz sugerente que me induce a permanecer en el presente, pero
no, estoy refunfuñando y pensando en lo que voy a decir a esa amiga traicionera,
estoy merendando en el campo y soy muy pequeña, estoy hablando con un cliente. “Inspire,
expire” continua la voz inútil, sosegada, ya muy lejos de mi cuerpo. Me levanto,
no puedo mantenerme en el presente, me pone nerviosa. No sé dónde dejé las
zapatilla, ayer las tenía puestas y ahora… “Inspire lentamente”. He vuelto a
perderme en esa otra dimensión. Los bañistas creen que si se bañan aprovechando
la estela de la luna, todo cambiará. Pero no cambia, porque la estela no es fija,
hay muchas, depende del lugar de partida.
Las olas regresaran al fondo del
mar para volver una y otra vez a deshacerse en la arena, donde otros bañistas
conjuraran los malos espíritus, repetirán los mismo actos que los llevaron a apilar
en la arena maderas, troncos papeles, para poder hacer una hoguera, una inmensa
hoguera que borre todo un periodo de malentendidos, de ausencias, de traiciones,
pero no lo borrarán, porque serán incapaces de recordar, admitir, asumir sus
propias traiciones, sus propios errores. Los troncos se queman con diferentes
miserias y por eso no sirven para nada.
Saltar brasas sin enmendar, saltar cenizas sin recordar por qué estabas
allí y qué es lo que debías de borrar en tus actuaciones para que todo cambie.
Las olas se arrastran lentamente
sobre la arena y los bañistas entran parsimoniosamente hasta mojar sus pies
fríos. Andarán por su estela hasta perder pie y nadarán, nadarán hasta lo hondo
convencidos de que todo aquello que les hizo daño desaparecerá, pero no será
así porque su otro yo, el que no está presente, el que deambula por senderos
desconocidos, les estará esperando en la playa, en esa playa de otra dimensión,
donde no se reconocen, para repetir aquello que les llevó al dolor, al
desengaño, a la traición.